Amar con disciplina
1 de septiembre de 2017
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Recientemente escribí sobre educar las emociones y dije que hay dos elementos cruciales que son la disciplina y el amor, pero me parece que debo profundizar en el tema porque lo amerita. Quiero aclarar que educar las emociones no es solo que la persona sepa manejar las emociones inteligentemente; por ejemplo, para mostrar amor hay que tener expresiones acordes como son besos, caricias y por otro lado que no nos dejemos llevar impetuosamente por las emociones como puede ser la molestia que nos provoca la música alta de vecino, y ahí salimos lo mismo que para pedir a gritos que baje la música, como, ¡terrible!, coger un bate para entrarle a batazos lo mismo al vecino que al equipo de música, y aunque no dejo de reconocer que lo que acabo de decir es importante, hay más. Ser emocionalmente inteligente evita que tengamos conductas impulsivas, pero es mucho más amplio, ya que abarca todas las actitudes, conductas, acciones de la vida, pues si sabemos cómo mostrar amor es que somos capaces de amar, y se sabe que esto quiere decir que amamos el trabajo, a las personas, por lo que estamos motivados para alcanzar metas, y si sentimos tristeza, molestia, ansiedad y hasta ira cuando llegamos al trabajo, es que algo está funcionado mal que pudiera ser un aviso que deberíamos cambiar de empleo.
Esto no significa que no somos observadores desapasionados de la realidad en que vivimos y la afectividad nos acompaña constantemente, y si enseñamos, por ejemplo, a un joven o una joven a que no es bueno enamorarse demasiado porque las mujeres o los hombres terminan defraudándolo, está creando la simiente para que sea incapaz de amar, lo cual es muy triste. Respecto a la disciplina, ¿cómo funciona?. Pues a los hijos, los jóvenes en general que de una manera u otra educamos, hay que crearles un orden en la vida, o sea, tiempo para estudiar, para jugar, para descansar, para participar en la labores del hogar, para estar con la familia, y esto se hace con amor, explicando y dando el ejemplo, porque la comunicación es fundamental, ya que no es suficiente que regulemos la conducta, sino que hay que escucharlos para saber por dónde andan sus pensamientos, qué le gusta, qué quiere, cuáles son sus dudas y ser flexibles, ajustando la educación a las cualidades del niño y del joven, ya que nadie es igual a otro, aún cuando sean hermanos.
No es mal padre o madre quien sanciona conductas inadecuadas, pero esa sanción tiene que estar acompañada por la razón de la misma y con amor, sin insultos y menos aún con golpes, y aclaro esto porque los padres suelen castigar con ira, gritos y nada de besos y tranquilidad, mientras que lo que supuestamente quieren mucho a los hijos, son incapaces de castigar, y entonces crecen con desorden e inhábiles para respetar las disciplinas a las que obligatoriamente tenemos que someternos en cualquier actividad en la que participamos, porque hasta para divertirse hay que respetar determinadas reglas. Si los jóvenes acuerdan ir a la playa, hay que ir a una hora, cada cual es responsable de llevar los alimentos, el agua para beber, el protector solar, etc.
Ayer justamente la madre de una adolescente me decía que estaba muy preocupada por su hija, a la que quería mucho, pero la cual tenía “doble personalidad”, un día andaba alegre, otro triste, a veces quería ir a fiestas y otro quedarse en casa leyendo. Como estábamos en una reunión de amigos –nótese que a los psicólogos con frecuencia no nos dejan divertirnos y nos salen pacientes donde quiera– pude observar la dinámica entre madre e hija, y con la información que la mujer me dio pude darme cuenta que la chica no tenía ningún problema, sino que el problema lo tenía la madre, ya que los regalos eran constantes, sin medida, aún cuando se comportara mal (maltrataba de palabra a la madre con frecuencia), no tenía responsabilidad en la casa, porque ni su cuarto organizaba. La progenitora me preguntó si era bueno “chantajearla” condicionándole los paseos a la limpieza de la habitación, y si todo este desastre fuera poco, no pasaba un minuto en que esta mujer no atormentara a la muchacha con orientaciones como “siéntate allá, come ahora, baila, haz esto, lo otro” al punto que hasta yo prácticamente pierdo el control, dándole una contesta similar a las que recibía de la chica. Con este ejemplo, que no es atípico, creo que fue suficiente para entender que el desbalance entre amor y la disciplina es catastrófico, porque esta mujer ama mucho a su hija, pero al no tener métodos disciplinarios correctos, condiciona conductas irresponsables y emociones desatinadas.
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