Alfonso Hernández Catá
27 de junio de 2024
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Un suceso extraordinario nos remite a la confluencia de sangres, española y cubana, que forjó la personalidad de Alfonso Hernández Catá: Ildefonso Hernández y Lastras, oficial de Estado Mayor del ejército español, fue hasta la cárcel de Baracoa para pedir al patriota independentista José Dolores Catá —finalmente fusilado— la mano de su hija Emelina.
Alfonso es el vástago de aquella unión, y nació el 24 de junio de 1885 en Aldeávila de la Ribera, Castilla… aunque a los tres meses de vida se encontraba ya en Santiago de Cuba, la ciudad de donde provenía la familia de la madre.
Por ello, es correcto considerar a Hernández Catá como un escritor cubano y además, uno de los de más divulgada obra en la primera mitad del siglo XX. Su recuerdo se conservó, luego de su muerte, a través de la publicación de sus memorias y la realización, cada año, del concurso Premio Nacional de Cuento Hernández Catá, prestigiosísimo tanto por la calidad de sus jurados —Fernando Ortiz, Juan Marinello, Jorge Mañach, Raimundo Lazo…— como por la nombradía que alcanzaron algunos de sus premiados, donde aparecen Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Dora Alonso y varios más.
Catorce años contaba Alfonso cuando, muerto el padre, fue enviado a España para que ingresara en el Colegio de Huérfanos Militares de Toledo, donde permaneció algún tiempo sometido a una disciplina férrea de la que solo se libró al escapar junto a otros condiscípulos hacia Madrid. En la capital española se vinculó a la vida bohemia e intelectual de allí. Regresó a Cuba casado, en tanto aparecía en Madrid su primer libro y en La Habana iniciaba las colaboraciones en El Fígaro.
Trabajó el periodismo con asiduidad e ingresó en la carrera consular, por lo que su fama se extendió como escritor y diplomático. Desempeñó cargos consulares en El Havre, Birmingham, Santander, Alicante y Madrid, luego fue encargado de negocios en Lisboa.
Pero Alfonso fue además un cubano de su tiempo y criticó la reelección del dictador Gerardo Machado, por lo que su cargo quedó disponible para volver después de la caída de Machado, esta vez como embajador ante la República Española, fue también ministro en Panamá y en Chile, y embajador en Brasil.
En el aeropuerto de Río de Janeiro se hallaba cuando tomó el avión que lo conduciría a Sao Paulo para dar una conferencia, pero que colisionó con otro aparato y cayó al mar el 8 de noviembre de 1940.
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