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Alameda de Paula

16 de agosto de 2013

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La Alameda de Paula, en la avenida portuaria de La Habana Vieja ganó prestancia con la pavimentación de adoquines que sirve de comunicación con la antigua iglesia a que debe su nombre, convertida en sala de concierto. Con estos trabajos se amplió el espacio peatonal para todo el que disfruta de los paseos próximos al litoral. A estas obras de pavimentación ejecutadas hace algún tiempo, se añadieron las de limpieza, mantenimiento de esculturas y arbolado. Trabajos que fueron ejecutados por especialistas y obreros de la Oficina del Historiador.

Al Marqués de la Torre, gobernador de la isla en la segunda mitad del siglo XVIII se debió el trazado del primer paseo público que disfrutaron los habaneros; los trabajos se ejecutaron bajo la dirección de Antonio Fernández Trevejos en 1777 y su recorrido se definió desde el desaparecido Teatro Principal hasta la referida iglesia y hospital de Paula.

El paseo fue objeto de diversas transformaciones en el transcurso del siglo XIX: se embaldosó el terraplén, se colocó allí una fuente y se enrejó el respaldo de los asientos. Para entonces estaba considerado el lugar más concurrido de la ciudad, gracias a las retretas que allí se efectuaron. En la década del ’40 se trazaron pequeñas plazuelas en sus extremos, se ensanchó y  dotó de espaciosas escalinatas de acceso y se cambiaron antiguos asientos y luminarias. Por entonces se llamó Salón O’Donell, porque las obras ejecutadas se realizaron durante el periodo de gobierno de este Capitán General.  Al Conde de Villanueva se debió la fuente colocada al centro en 1847 en honor a la marina de Guerra Española. La columna de mármol blanco, con relieves en la superficie, portaba cuatro surtidores de agua que vertían sobre la tasa, esta sirvió de aguada a los buques de guerra cercanos al puerto, además de contribuir a su ornato.

Entrado el siglo XX sufrió nuevos cambios con el trazado de la calle que facilitó el tráfico comercial de los muelles cercanos, así desapareció la rotonda de ladrillos que sirvió de balcón al mar, construyéndose grandes almacenes de estructura de hierro y cemento en sus inmediaciones. El movimiento mercantil del puerto marcó su existencia hasta el presente, restringiendo y mermando con el paso del tiempo lo ameno de su función original. Su entorno deteriorado le restaba prestancia, pero nunca su presencia dejó de ser agradecida por vecinos y visitantes, porque desde sus orígenes a la actualidad se distingue en esta zona de la ciudad y ha entregado a los concurrentes las delicias de la brisa del mar en un descanso merecido. En sus inmediaciones nuevos trabajos de rehabilitación se vienen desarrollando, los que restituirán la importancia y belleza del primer paseo público de la ciudad.

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