Agustín Lara el poeta del amor y el recuerdo (I)
26 de noviembre de 2024
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Agustín Lara es considerado por la más conspicua crítica profesional, como uno de los compositores latinoamericanos más sobresaliente y reverenciados del siglo XX y aun del XXI.
Figura paradigmática de un arte auténtico, él haría muy suyas algunas de las células y patrones más típicos de la cancionista cubana, en especial el bolero; en un principio, cultivado en México por Guty Cárdenas y Ricardo Palmerín, en un momento decisivo de interacción entre la trova santiaguera y los estilos más auténticos de la creación musical yucateca, rebuscando espacios donde el bolero cubano se ajustara de manera solemne, a un estilo totalmente inserto en el ambiente urbano de México.
Nacido en Tlacotalpan, estado de Veracruz, México, el 14 de octubre de 1900, Agustín Lara inició su vida en la música desde muy temprana edad como pianista en restaurantes y otros lugares públicos. Algunos años después, ganaba con el piano el sustento de su familia con presentaciones en bares de baja catadura, y algún que otro lugar licencioso.
En 1933 ocurre la primera visita del “músico-poeta” –o flaco de oro como es conocido por antonomasia— a la “princesa y protectora del Caribe, como había bautizado a la capital cubana, junto al entonces muy joven tenor, Pedro Vargas, y la cancionera Ana Maria Fernández.
Esta visita despertó en la prensa especializada de la época, repercutientes y positivos comentarios, entre otros, el augurio para Lara de grandes y futuros éxitos. ¿Se equivocó la prensa de la época? Pienso que no.
Los habaneros de ayer conservaron con inmenso placer sus iniciales presentaciones en el capitalino teatro Encanto, aunque desde allí en una noche aciaga, Agustín fuera conducido con urgencia al hospital de Emergencia aquejado por una apendicitis, que amenazaba con acabar con su vida y que, inevitablemente, culminó con una satisfactoria intervención quirúrgica.
La Habana de los años, que vendrían después, conocería profusamente de las múltiples visitas de Agustín Lara a una ciudad marcada por una bonhomía y hospitalidad sincera, en una mezcla de ensueño y simpatía a la que el “músico-poeta”, respondía con un sentimiento de sempiterna bohemia, característica de su propio temperamento, que por siempre caracterizaría, la personalidad de Lara, puesta de manifiesto en las cálidas y bulliciosas noche habaneras.
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