ribbon

Adelina Patti: “criatura canora, de cristal hecha y plata” (I)

13 de septiembre de 2013

|

Dicen que para conservar su fabulosa voz, la célebre soprano Adelina Patti se hacía servir como desayuno un sandwich con doce lenguas de canarios.
Cierto o no el hecho, la maravillosa intérprete , poseedora de una de las voces más hermosas de todas las épocas, sedujo a públicos de muy diversas latitudes, entre ellos, al de La Habana, que para entonces contaba con una buena galería de teatros: el Principal, en la esquina de las calles Luz y Oficios; el Diorama, de la calle Industria entre San Rafael y San José; el Villanueva, en la manzana encuadrada entre las calles Refugio, Colón, Morro y Zulueta, escenario de los sangrientos hechos del 22 de enero de 1869; y por supuesto, el gran Tacón del Paseo del Prado, donde se cantó la primera ópera en Cuba.
Apenas trece años tenía Adelina Patti cuando en 1856 se presentó por primera vez en un teatro cubano, el Tacón, donde con el “Miserere de El trovador” “causó profunda impresión no solo por sus progresos artísticos -como afirmó en “La Habana artística” el autorizado crítico Serafín Ramírez -, sino porque anunciaba ya un sentimiento, un genio increíble que poco después se han visto confirmados en la brillante carrera, en los triunfos indescriptibles de su vida teatral”.
Nacida en Madrid, el 19 de noviembre de 1843, Adela Juana María Patti –tal era su nombre- provenía de una familia de artistas: el padre, tenor; la madre, soprano. Considerada una niña prodigio, a los seis años comenzó sus estudios de música, y a los ocho, la presentaron en un escenario. Los aplausos la fascinaron. Con el seudónimo de Little Florinda debutó en Lucía di Lammermoor, en Nueva York.
No pasaría mucho tiempo para que se presentara, de triunfo en triunfo y de ovación en ovación, en los más importantes escenarios del mundo, mimada siempre por el público y halagada por la crítica, en tiempos en que –al decir de Alejo Carpentier- el cantante de ópera era rey y era objeto de un culto parecido al que conocen, hoy, las grandes estrellas de cine.
Reconocida como diva indiscutible del Bel canto, muy por encima de otras destacadas figuras como Jenny Lind, Pauline Lucca o Christina Nilson, su maestría técnica y excelencia vocal le permitieron interpretar con asombroso éxito el rol de Amina en “La Sonámbula”, que lleva al Covent Garden de Londres, y a otros principales escenarios del mundo.
La leyenda comenzaba a escribirse.
Extravagante como pocas, la diva española cuya voz fascinó a los públicos más diversos, construiría en su castillo de Inglaterra un teatro de 150 plateas, copia de La Escala, y, por si fuera poco, en sus presentaciones usa, según sus personajes, las más caras joyas, obsequiadas por príncipes y monarcas rendidos a sus encantos.
Sus amores también dan mucho que hablar. En el esplendor de su belleza y de su fama, contrae nupcias con un marqués, escudero del emperador Napoleón III, mucho mayor que ella, y al que abandona –no sin antes indemnizarlo con 96 mil dólares- por el tenor Ernesto Nicolini, con el que pronto se casa y vive en total felicidad hasta la muerte de éste, ocurrida en 1898.
Poco después, se desposa con un barón sueco, al que ella le lleva casi 30 años, y quien se convertiría en su viudo.

Galería de Imágenes

Comentarios