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Acoso al solitario

31 de mayo de 2014

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2007-02-28-11-01-18Temprano, la caminata indicada por el médico. En el regreso, aprovechaba para las compras del día. A dos años de la viudez, los trajines diarios y deberes hogareños servían de paliativo y como era un buen lector y un aficionado a la música, más o menos llenaba la soledad porque el hueco de la pérdida de la compañera de los años, sabía que nunca cerraría por completo.
En la calle encontraría a los habituales. Este día no sería distinto a los demás. Estaba equivocado. Hacia él venía una muchacha de bella estampa. Acababa de dejar a los niños en el círculo. Zalamera, lo saludaba y lo obligaba a detenerse. Apenas los intercambios de cortesía normales, le hablaba de la soledad, los deseos de encontrar una pareja que le hiciera olvidar los dos continuos fracasos anteriores y le reiteraba el ofrecimiento de ayudarlo el próximo sábado en una limpieza general a su apartamento. Amable, él rehusaba y se despedía. Ese sábado nunca estaría registrado en su almanaque
Entró en la farmacia. Se alegró. Pocas personas en espera. La última, una vecina conocida que inició la conversación. La cuarentona lo sometió a un intenso interrogatorio. Después de comprobar que en el país no tenía siquiera una prima o un primo tercero, se preocupó porque una noche él podría enfermarse y no tendría a quien acudir. Ella adquirió los medicamentos y al parecer en temor a que el malestar programado le ocurriera al instante, no marchó y se ofreció a acompañarlo. El anciano evadió esta visita forzada. De allí partiría a ver a un amigo en Batabanó.
Sudoroso por el mal rato y no por el calor del verano, cambió el regreso al hogar por las aceras acostumbradas. En sentido contrario venía una conocida tan anciana como él. Por respeto, no podía evitarla y aceptó la conversación. Ella sabía de su viudez, de su cómodo apartamento solo ocupado por él. Rehusó la palabrería vana y directa, le hizo la proposición. Si los dos eran un par de viejos, uno solitario y la otra con demasiada familia a su alrededor en una casa pequeña, ¿acaso no podrían unirse? Ella se ocuparía de todos los quehaceres hogareños, compras incluidas. Él no la dejó terminar. Le asustó esta anciana que planeaba la unión de dos personas apenas relacionadas, tal si fueran dos esculturas a colocar en calidad de adornos en un hogar.
Abrumado y asustado por estos acosos mañaneros, abría la puerta de la casa, cuando la niña vecina lo abordó. Lo invitaba a visitar a su perra y los cachorritos recién nacidos, hijos legítimos de otro perro amigo del propio edificio. Aceptó la presentación de los nuevos inquilinos y presintió el nuevo acoso. En verdad, eran unos cachorros saludables y bellos. Y la niña, empezaba el ablandamiento, hablaba de las vacunaciones que el padre, el padre de ella y no de los perros, resolvería, así como las visitas programadas al veterinario en su auto y las idas al parque y…
El anciano no la dejó terminar. Ya escogía uno macho parecido al progenitor Y se comprometía al paseo al parque en las mañana y en las tardes. Un perro cariñoso y desinteresado es un excelente compañero en las soledades de un setentón largo.

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