Consideraciones de José Martí sobre el poeta norteamericano Walt Whitman
24 de junio de 2016
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José Martí en diversos trabajos periodísticos ofreció valoraciones significativas acerca de la labor de notables creadores, entre ellos el poeta norteamericano Walt Whitman acerca de quién planteó que había que “estudiarlo, porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo.”
La vida de Whitman transcurrió entre 1819 y 1892. En la obra de este poeta hay un planteamiento en torno a la importancia de la unidad de los seres humanos.
En 1855, Whitman publicó Hojas de hierba, un libro de poemas cuya principal novedad era un tipo de versificación no usado hasta entonces.
Martí expuso consideraciones sobre Whitman en un trabajo que publicó inicialmente el 26 de junio de 1887 en La Nación, de Buenos Aires, Argentina, y en el Partido Liberal de México, en ese mismo año. En ese trabajo titulado “El poeta Walt Whitman” resaltó el carácter extraordinario de su poesía, así como su filosofía, y además su adoración por el cuerpo humano, su método poético y su felicidad. Resaltó, además que la verdad es que su poesía, aunque al principio causa asombro, deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento universal, una sensación deleitosa de convalecencia.
“Él se crea su gramática y su lógica”, aseguró, y añadió de inmediato: “Él lee en el ojo del buey y en la savia de la hoja. ‘¡Ése que limpia suciedades de vuestra casa, ése es mi hermano!'”
También planteó que su irregularidad aparente, que en el primer momento desconcierta, “resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso extravío, aquel orden y composición sublimes con que se dibujan las cumbres sobre el horizonte.”
Recordó al referirse a su situación económica que Whitman vivía, cuidado por “amantes amigos”, “pues sus libros y conferencias apenas le producen para comprar pan”, e igualmente afirmó: “Vive en el campo, donde el hombre natural labra al sol que lo curte, junto a sus caballos plácidos, la tierra libre; mas no lejos de la ciudad amable y férvida, con sus ruidos de vida, su trabajo graneado, su múltiple epopeya, el polvo de los carros, el humo de las fábricas jadeantes, el sol que lo ve todo, ‘los gañanes que charlan a la merienda sobre las pilas de ladrillos, la ambulancia que corre desalada con el héroe que acaba de caerse de un andamio, la mujer sorprendida en medio de turba por la fatiga augusta de la maternidad’”.
Al referirse a la labor creativa de este poeta norteamericano Martí manifestó que acaso una de la producciones más bellas de la poesía contemporánea es la obra que compuso a la muerte de Lincoln.
Comentó: “La naturaleza entera acompaña en su viaje a la sepultura el féretro llorando. Los astros lo predijeron. Las nubes venían ennegreciéndose un mes antes. Un pájaro gris cantaba en el pantano un canto de desolación. Entre el pensamiento y la seguridad de la muerte viaja el poeta por los campos conmovidos, como entre los campaneros. Con arte de músico agrupa, esconde y reproduce estos elementos tristes en una armonía total de crepúsculo. Parece, al acabar la poesía, como si la tierra toda estuviese vestida de negro, y el muerto la cubriera desde un mar al otro.”
Martí señaló que nada en el mundo le era extraño a Whitman “y lo toma en cuenta todo, el caracol que se arrastra, el buey que con sus ojos misteriosos lo mira, el sacerdote que defiende una parte de la verdad como si fuese la verdad entera.”
Y añadió más adelante: “Él es de todas las castas, credos y profesiones, y en todas encuentra justicia y poesía. Mide las religiones sin ira; pero cree que la religión perfecta está en la naturaleza. La religión y la vida están en la naturaleza.”
Significó que no es él, no, de los que echan a andar un pensamiento pordiosero, que va tropezando y arrastrando bajo la opulencia visible de sus vestiduras regias y que no infla tomeguines para que parezcan águilas; “él riega águilas, cada vez que abre el puño, como un sembrador riega granos.” Para Martí, Walt Whitman no esfuerza la comparación, y en verdad no compara, sino que dice lo que ve o recuerda con un complemento gráfico e incisivo, y dueño seguro de la impresión de conjunto que se dispone a crear, “emplea su arte, que oculta por entero, en reproducir los elementos de su cuadro con el mismo desorden con que los observó en la naturaleza.”
Y en torno a su estilo precisó: “Un adverbio le basta para dilatar o recoger la frase, y un adjetivo para sublimarla. Su método ha de ser grande, puesto que su efecto lo es; pero pudiera creerse que procede sin método alguno; sobre todo en el uso de las palabras, que mezcla con nunca visto atrevimiento, poniendo las augustas y casi divinas al lado de las que pasan por menos apropiadas y decentes. Ciertos cuadros no los pinta con epítetos, que en él son siempre vivaces y profundos, sino por sonidos, que compone y desvanece con destreza cabal, sosteniendo así con el turno de los procedimientos el interés que la monotonía de un modo exclusivo pondría en riesgo.”
En este trabajo Martí igualmente planteó consideraciones sobre la vida y la muerte, así como en torno a la trascendencia de la poesía.
Con respecto a este último tema llegó a exponer: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida.”
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