ribbon

1957: Medio siglo de teatro en Cuba (VII)

16 de enero de 2015

|

ayerFinaliza hoy en nuestra sección la publicación de un extenso e interesante trabajo que, con el título de “Medio siglo de teatro en Cuba”, el periodista Francisco Ichaso incluyó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina” por el 125 aniversario de ese rotativo habanero.

 

Las salas

La decadencia del teatro de empresa ha sido ostensible en los últimos años. En la competencia por el mercado, el cine se ha llevado la palma. ¿Por qué? Sencillamente porque los empresarios de teatro no supieron resistir a esa competencia modernizando sus espectáculos e introduciendo en ellos todos aquellos elementos indispensables para que la comedia, el drama, la zarzuela y la ópera constituyeran oportunidades de diversión tan cómodas y gratas como las que ofrece el cine.
Sin embargo, el teatro no se ha extinguido. Más bien pudiéramos decir que un teatro nuevo está renaciendo de las ruinas del anterior. Ya hemos visto los esfuerzos del Teatro Universitario, de la Academia de Artes Dramáticas, del Patronato del Teatro, de Pro Arte Musical y de otras instituciones afines. Pero ese esfuerzo tenía una gran limitación: la falta de continuidad. Todas esas entidades organizaban representaciones teatrales por una sola vez. Unas con periodicidad de un mes, otras con intervalos más largos o más cortos; pero siempre en forma discontinua. Eso suponía hacer una inversión económica considerable para la fugacidad de una sola función. No era posible, por otra parte, dar más funciones porque los gastos de tramoya, de utilería, de iluminación, de vestuario, etcétera, sometidos rigurosamente a tarifas sindicales, hacían incosteable el empeño. Tal era específicamente el caso del Patronato, que ofrecía sus funciones en el Auditórium, donde los expendios de carácter colateral, es decir, no propiamente teatrales, eran muy altos, en tanto que los artistas eran retribuidos en forma muy modesta.
Para contrarrestar esa dificultad se concibió la idea de celebrar las funciones de teatro de arte en pequeñas salas donde los gastos lógicamente habrían de ser mucho menores. El primero en hacerlo fue el Patronato, que arrendó la sala Talía, un local de dimensiones modestas, pero muy moderno y confortable, en el edificio del Retiro Odontológico. El buen ejemplo cundió y se abrieron enseguida nuevas salas que han propiciado un nuevo renacimiento teatral. En la actualidad funcionan no menos de nueve, cifra muy estimable si se tiene en cuenta que en La Habana la población flotante no es muy numerosa y el porcentaje de personas que acude a espectáculos públicos de toda clase es más bien bajo. Para que el lector se haga una idea de la actividad desplegada en cada una de esas salas vamos a hacer el siguiente resumen:
Sala Talía: sede del Patronato del Teatro, que preside la señora Mercedes Dora Mestre. Las obras que mayor éxito han obtenido en este local son “Té y simpatía”, de Robert Anderson; “Gigi”, de Anita Loos, basada en la novela de Colette, y “El diario de Ann Frank”, de Francis Goodrich y Albert Hackett. Al escribirse estas líneas se representa “Un tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams.
Sala Hubert de Blanck, del conservatorio de su nombre, que dirige la señorita Olga de Blanck. Las actividades teatrales están regidas por Teté Collazo y María Julia Casanova. Con “Juana de Lorena”, protagonizada por Raquel Revuelta, obtuvo el premio de la crítica correspondiente al año pasado. Otro éxito muy señalado fue “Lecho nupcial”, de Jan Hartog. En la actualidad se ofrece en esta sala una nueva versión de “La Dama de las Camelias” hecha directamente de la novela de Dumas por María Julia Casanova.
Sala Prometeo, dirigida por Francisco Morín. Ha representado obras modernas de verdadera importancia, como “Delito en la isla de las cabras”, de Ugo Betti; “Un tal Judas”, de Puget y Bost, y “Réquiem para una monja”, de Alberto Camus, sobre una novela de William Faulkner.
Sala Arlequín, bajo la dirección de Rubén Vigón. Es una de las de más reciente apertura, y sólo ha representado hasta ahora “24 rosas rojas”, de Aldo Benedetti, y “Fiebre de primavera”, de Noel Coward.
Sala El Sótano, regida por Paco Alfonso. Su mejor título ha sido “La mujer que tiene el corazón pequeño” , de Crommelynck.
Sala Teda, de Erick Santamaría. Ha representado, entre otras obras, “Babby Doll, de Tennessee Williams, y “El inmoralista”, de Ruth y Augusts Goetz, inspirada en la obra de André Gide.
Las Máscaras, grupo teatral dirigido por Andrés Castro. Ha llevado a escena “Los padres terribles”, de Cocteau, y “Las brujas de Salem”, de Arthur Miller. Al publicarse este trabajo es probable que haya montado “Mesas separadas”, de Terrence Rattigan.
Sala Atelier, de Adolfo de Luis. Su mayor éxito de público fue “Infamia”, de Lilian Hellman. Ha representado, además, “Un día de octubre”, de Georg Kaiser, y “La soprano calva”, de Ionesco.
Sala Prado 260, de Adela Escartín. Es de muy reciente fundación e inauguró sus funciones con “Dónde está la luz”, del autor cubano Ramón Ferreira.
Bajo el estímulo que estas salas representan ha surgido un pequeño núcleo de autores nacionales. En algunos de ellos, como en Carlos Felipe, autor de “El chino” y en Nora Badía, autora de “Mañana es una palabra”, se advierten orientaciones muy modernas. Debemos, además, señalar como escritores de mérito, que han estrenado con buen éxito, a René Buch, cuya obra “Del agua de la vida”, fue premiada por el Patronato del teatro y representada en la primera etapa de esta institución; a Enrique Montoro Agüero, premio Luis de Soto, instituido por el Patronato del Teatro. Por su obra “Desviadero 23”; a María Álvarez Ríos, autora de “Martí 9” y a Francisca Madariaga, cuya comedia “El príncipe destructor”, obtuvo el premio Luis de Soto correspondiente a este año.
Las salas han resuelto de momento y siempre con carácter transitorio la crisis del buen teatro en Cuba. Pero en ellas se trabaja al modo heroico, con sacrificios pecuniarios y de otra índole, y ya sabemos que este modo no puede ser normativo de una superación teatral con caracteres de solidez y perdurabilidad. El teatro, como el cine, como los deportes, como todo espectáculo que concurre al mercado de la diversión, es, además de arte, industria, y ha de plantear y resolver sus problemas en términos de negocio. En definitiva habrá que volver al teatro de empresa, dentro del cual el artista podrá consagrarse totalmente a la escena, a plena profesionalidad, sin tener que depender, como ocurre ahora, de otras agencias de trabajo, como la radio y la televisión. Esto será así cuando las salas, con su fervorosa tenacidad, hayan creado en el público el hábito del teatro, que existió entre nosotros durante mucho tiempo, pero que se perdió en la crisis de los años 30 y hasta ahora no se ha recuperado.
Entretanto, hay que apoyar la acción que estas salas despliegan. Gracias a ella nuestro público se está poniendo en contacto con el mejor teatro universal y convenciéndose de que esa manifestación artística es una de las más altas señales de cultura que puede dar un pueblo.

Galería de Imágenes

Comentarios