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1957: Medio siglo de teatro en Cuba (I)

15 de diciembre de 2014

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Teatro Tacón

Teatro Tacón

A partir de hoy publicaremos fragmentadamente en nuestra sección un extenso e interesante trabajo que, con el título de Medio Siglo de teatro en Cuba, el periodista Francisco Ichaso incluyó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina” por el 125 aniversario de ese rotativo habanero.

 

ENFOQUE GENERAL

 

Por teatro se entiende un género literario específico; pero también un tipo de espectáculo que ofrece múltiples modalidades y que las más de las veces nada tiene que ver con las letras ni con las artes.
En el primer aspecto puede decirse que Cuba ha sido un país muy teatral desde el punto de vista cuantitativo. El profesor Juan José Arrom, autor de una interesante “Historia de la Literatura Dramática Cubana, se sorprende de la enorme cantidad de obra teatrales escritas y representadas en Cuba. En cuanto a fecundidad no podemos quejarnos. En cuanto a calidad, no podemos estar satisfechos. La producción ha sido copiosa y abarca todos los géneros. Su nivel artístico promedio es más bien bajo. Y en cuanto al éxito público, la mayor parte de las obras representadas ha pasado por los escenarios sin pena ni gloria.
Se han llevado a cabo muy nobles esfuerzos para instituir un teatro nacional de vuelos universales. Todos ellos han sido efímeros. Y es que un teatro, un verdadero teatro que refleje el carácter, las inquietudes, las aspiraciones de un pueblo, no puede crearse institucionalmente. Los organismos oficiales o privados, las academias, las “guildas” ayudan al florecimiento del teatro, pero no bastan para fundarlo. El teatro es el producto de una conciencia cultural muy madura. Nosotros no hemos alcanzado todavía ese grado de madurez. Por eso no ha surgido la pléyade de autores que se requiere para crear en forma permanente una escena nacional seria, con su complemento de directores, actores, escenógrafos, luminotécnicos, etc. Hasta ahora nuestras actividades en este sentido han tenido un carácter aislado, esporádico, fugaz, aunque es justo decir que muchas personas y entidades han realizado aportes muy dignos de consideración.
Es en época muy reciente cuando el desarrollo de ciertas pequeñas salas de comedias (los que Francois Baguer ha llamado “teatros de bolsillo”) ha dado mayor coherencia a los empeños de teatro de arte. Y es pertinente consignar que ante la posibilidad de estrenar en esas salas y bajo el estímulo de premios anuales, como el Luis de Soto, instituido por el Patronato del Teatro, están surgiendo algunos autores que permiten abrigar esperanzas sobre la consolidación de una escena nacional sustentada en el rigor estético y noblemente ambiciosa de proyecciones universales.
En el otro aspecto, en el del teatro considerado como espectáculo de proteica apariencia, Cuba y muy principalmente La Habana, fue clasificada siempre como plaza teatral de mucha importancia en la primera mitad del siglo pasado y en la primera veintena de éste nos visitaron artistas y organizaciones teatrales extranjeras de muy alta categoría y constantemente permanecían abiertas en la capital y en las cabeceras de provincias numerosas salas que ofrecían funciones de comedias, de zarzuela y hasta de ópera y ballet y que contaban con un público asiduo y entusiasta.
Por razones obvias, la historia del teatro en cuba es en gran parte la historia del teatro español. La primera obra teatral de algún relieve escrita en Cuba, “El príncipe jardinero o Fingido Cloridano” es un trasunto lopista sin el menor atisbo de fisonomía nacional y encasillable, por tanto, dentro del teatro español anterior a la reforma de Moratín. En todos los tiempos nuestra escena se ha nutrido, en su mayor parte, de obras españolas, de suerte que ha seguido más o menos las vicisitudes de una dramaturgia que desde los tiempos áureos no ha logrado imponer altos niveles artísticos.
Con frecuencia nos han visitado compañías francesas, italianas, norteamericanas, argentinas, etc., y hay que reconocer que, aún en los casos de idiomas diferentes, algunas de ellas fueron muy bien acogidas por el público, y desde luego, por la crítica.
Data también de fecha muy reciente el auge del teatro no español en Cuba. Las pequeñas salas a que hemos hecho referencia se nutren preferentemente de obras norteamericanas, francesas, inglesas e italianas. Y sus directores siguen tan desde cerca y con tan acuciosa vigilancia la evolución del teatro en Nueva York, en París, en Londres y en Roma que con frecuencia las obras estrenadas con más éxito en esas capitales se representan en La Habana cuando todavía permanecen en el cartel en sus lugares de origen.
Un resumen del teatro en Cuba durante los años que tiene de edad la República puede sintetizarse así: hemos ofrecido muchas representaciones, algunas de indudable calidad artística; se han escrito muchas obras de ambiente cubano o extranjero, por autores de casa y de fuera de casa y algunas se han escenificado con varia fortuna (véase el catálogo que acaba de editar la Biblioteca Nacional, con prólogo de su directora, Lilian Castro de Morales); pero no hemos logrado establecer un teatro cubano con carácter permanente y serial, salvo el experimento vernáculo y caricaturesco del Alhambra que duró muchos años.

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