El partido de José Martí: guía para hoy y mañana
16 de abril de 2021
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Los revolucionarios cubanos de los siglos XX y XXI se han proclamado y han obrado siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de José Martí. Uno de los elementos esenciales de ese aprendizaje ha sido la capacidad del Maestro para lograr la unidad de los patriotas en torno a la necesidad de alcanzar la independencia y fundar una república nueva, sin ataduras con nación extranjera alguna y en busca de la justicia para las amplias mayorías.
Podría decirse que el programa martiano, echado a un lado por la república neocolonial, resultó el paradigma para las diferentes organizaciones y grupos antimperialistas que se plantearon una nación plena, abierta al bien de todos y no en función de una minoría servil ante los intereses de la potencia del norte. Y esos objetivos martianos, así como buena parte de los procedimientos ideados por él para alcanzarlos, no han perdido su validez en nuestros días. El Partido Revolucionario Cubano y su éxito en unir a personas y a sectores sociales cada vez más aplastados por el colonialismo hispano y en fortalecer la conciencia nacional y de equilibrios sociales hacia la futura república es, sin duda alguna, ejemplo permanente en la dura tarea del presente y del futuro inmediato de construir en Cuba una sociedad socialista ante un mundo hegemonizado por el capitalismo y frente a la agresiva y sistemática hostilidad de Estados Unidos, su principal potencia.
Desde 1880, en magnífica oración para los emigrados cubanos en Nueva York, conocida como Lectura de Steck Hall, el salón donde se efectuó la reunión, Martí señaló dos postulados esenciales que guiaron su liderazgo: el pueblo, la masa dolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones, y la nueva revolución que él procuraba no sería consecuencia del estallido de la cólera provocada por las injusticias colonialistas, sino obra de la reflexión. Esta era tarea que exigía el estudio hondo de los problemas del país y de sus posibles soluciones, al igual que de la época histórica para aprovechar lo favorable de ella y evitar lo que pudieran ser sus peligros.
Esa relación entre pueblo y revolución para ejecutar un proyecto de cambio bien elaborado no culminaría con el fin del colonialismo: esta sería una etapa necesaria para remodelar las diversas estructuras sociales, económicas y mentales formadas por esa dominación de cuatro siglos. Sería, pues, una revolución para que la colonia no perviviese en la república, para, junto con la bandera de la monarquía y los capitanes generales, quitarnos a la España colonial de las costillas.
Se trataba de remodelar una nación libre, soberana, justiciera, bien diferente de la colonia y hasta de las nuevas naciones surgidas antes en el continente. Monumental empresa aquella diseñada con el fino sentido del artista y la ductilidad del político sagaz que supo atender a las tantas y disímiles aristas de su sociedad y de su tiempo histórico.
Así, el Partido Revolucionario Cubano fue el primer paso dentro del programa revolucionario martiano. Había que unir a todas las fuerzas e individuos que rechazaban la subordinación a la monarquía española para alcanzar la independencia, y, al mismo tiempo, ampliar la conciencia de por qué se apelaría a las armas para ello, por qué erigir la república sobre bases propias, originales, “para todos y el bien de todos”, no para un puñado de privilegiados. Para llegar a esa guerra con las armas, había que ganar la guerra de pensamiento que se hacía contra la revolución.
Hoy, cuando comienza su octavo congreso, el partido de la revolución y el socialismo, el Partido Comunista de Cuba, que se ha reclamado como heredero del Partido Revolucionario Cubano, renueva su adscripción a la idea martiana: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano”.
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