La otra emigración
6 de abril de 2021
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Antes de cumplir los dos años ya la hicieron viajar de Cuba a Estados Unidos. Allí estudió, sacó magníficas notas en High School en Swanee que le valieron por un año de estudios universitarios completamente gratuitos en Atlanta, Pero al siguiente no había economía que lo resistiera, y hoy es una simple obrera de la construcción en el estado de Atlanta, que va y viene cuando puede a su país de origen, ahora sin poder hacerlo por la COVID y las autoridades norteamericanas. Aquí le hubiera gustado estudiar Medicina, pero allá no le convalidan las asignaturas.
De todas maneras, fue un tipo de emigración diferente a la que enfrenta los peligros de los centroamericanos en su intento de llegar al “país de los sueños”, o el de los africanos que tratan de hacerlo a la Europa desarrollada. En ambos casos hay probabilidades de perecer en el intento.
En la Europa desarrollada se produce otro tipo de emigración, de aquellos que a pesar de sus estudios o formación pueden padecer hasta hambre, entre otras diversas necesidades, y son subestimados en su país.
El ejemplo más notable es el de España, una de las naciones más golpeadas por la epidemia del nuevo coronavirus. A este mal se une una juventud que, a pesar de tener una gran parte título universitario, no puede evitar estar en la cola de los parados.
El hecho de que un joven no encuentre una compensación laboral después de sus estudios, o trabaje en un puesto muy inferior a su calificación es desmotivador y poco edificante.
Muchos jóvenes se pueden preguntar qué sentido tiene esforzarse durante años, si todo van a acabar en el mismo lugar,
Por eso no debe extrañar que cerca de un millón de españoles se hayan ido al extranjero en los últimos 13 años. Se habla de la fuga de cerebros, pero es una fuga masiva de capital humano, que no se sabe cuándo volverá a reinvertir sus conocimientos y mano de obra calificada en su país de origen.
No hay que olvidar que todo esto es una tragedia que, pandemia aparte, es consecuencia de una crisis económica, mientras que algunas autoridades lo califican de “movilidad exterior”, para ocultar su incapacidad.
No todos los que van al extranjero acaban con el trabajo soñado. Hay licenciados en arquitectura o biología, periodismo o derecho trabajando de lavaplatos o de camareros.
Además, existen pedidos de auxilio como hicieron hace algunos años las autoridades de Suiza al anterior gobierno de Rajoy, ante la avalancha de más de cien mil españoles que aterrizaron allí.
Los recortes de educación y la falta de apoyo a los investigadores sólo han producido una fuga de cerebros que empobrece a la sociedad española, tanto económica, como social y culturalmente, a pesar de los esfuerzos del actual gobierno, heredero de muchos desaguisados de los “populares”, de derecha.
Y es que una cosa es acumular experiencia para enriquecer la vida y otra muy distinta es salir de tu país porque no queda más remedio.
No es “movilidad exterior”, sino desesperación de esta otra emigración.
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