Los peloteros mambises cabalgan de nuevo y a su lado las mujeres hacen historia en el béisbol cubano
15 de marzo de 2021
|Por Félix Julio Alfonso
Fotos: Julio César Pagés
En mis palabras en la reinauguración de dos tarjas históricas del beisbol cubano en el Estadio Latinoamericano, el pasado 28 de diciembre de 2020, afirmé lo siguiente, refiriéndome a la que homenajeaba a los peloteros mambises:
Al igual que sucede con la placa del Salón de la Fama, no constan todos los que merecen estar entre aquellos que, como reza el texto: “cumplieron su deber patriótico marchando a la manigua libertadora durante la guerra de independencia”. Expreso a la dirección del INDER mi deseo de reparar ese olvido, realizando un nuevo monumento donde aparezcan los nombres de Martín Marrero, Juan Antiga, Víctor Planas, Francisco Alday, Pedro Matos, Enrique y Nicanor Ovares, Nilo y Ubaldo Alomá Ciarlos, Ramón Randín, Alejo Casimajov, Juan José López del Campillo, Orfilio Esteban Lombard y Martín Gallart Odery, quienes además de notables deportistas fueron intachables patriotas. (…) Les debemos también una tarja a las primeras mujeres que jugaron beisbol en Cuba, invisibilizadas por una historia predominantemente masculina del juego, desde la mítica precursora Elena E., en el siglo XIX, hasta Mirta Marrero, Brígida Beiro, Eulalia González y otras pioneras en el siglo XX.
Quizás, para la mayoría de los asistentes aquella tarde, muchos de estos nombres les resultaron completamente desconocidos. Lo anterior nos hace conscientes de la necesidad de seguir indagando en los orígenes de nuestro pasatiempo nacional, y de manera particular en las regiones central y oriental del país, donde el juego de pelota alcanzó, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, un notable desarrollo. una parte de los peloteros mambises que aparecen en esta segunda tarja no son del occidente de Cuba, con las excepciones de los habaneros Juan Antiga, Martín Marrero, Francisco Alday, Víctor Planas y Ramón Randín, y de los matanceros Pedro Matos, Enrique y Nicanor Ovares. El resto pertenece a las actuales provincias de Cienfuegos y Villa Clara, y su reconocimiento ha sido posible gracias a una tesis doctoral desarrollada por el profesor Lesby Domínguez Fonseca, de la Universidad Carlos Rafael Rodríguez de Cienfuegos, a quien agradezco su colaboración y ejemplar investigación.
Comenzaré hablándoles de Juan Antiga, célebre médico y homeópata, quien pudo costear sus estudios de medicina gracias al dinero que le pagaba Emilio Sabourín, ya en la etapa semi profesional del beisbol, y fue considerado como un hermano mayor por los jóvenes radicales que integraron el Grupo Minorista. Según Antiga, el béisbol actuó como un catalizador emocional en la sociedad cubana decimonónica, que respaldó el sentimiento patriótico con su influencia “sobre las multitudes enardecidas por la contemplación de las nobles luchas en pro del triunfo de un emblema, un color, la sonrisa de una mujer, el aplauso de un público partidario, preparadas por aquella hermosa propaganda a través de un país cansado ya de ser esclavo”. Para Antiga, el más importante ejemplo de un pelotero que puso su pasión deportiva al servicio del patriotismo fue Emilio Sabourín y del Villar, y en la República propuso que se le erigiera un monumento donde lo acompañarían los nombres de todos los beisbolistas que marcharon a la manigua: “muchos de ellos impulsados por su prédica, que allí probaron con la donación de sus vidas el temple de su alma, forjadas al calor de las prácticas para los juegos y de las frases estimulantes y entusiastas de los maestros directores”. El propio Antiga, aunque no se incorporó a las filas mambisas, actuó como correo de Martí en varias ocasiones llevando mensajes a la Isla, y según sus palabras: “la sugestión de sus palabras determinaron más que otras causas mi modesta actuación revolucionaria”. Otro médico, el Dr. Martín Marrero, nombrado por Martí delegado de la Revolución en Jagüey Grande, fue protagonista de la primera acción combativa del occidente cubano en la guerra de 1895, campaña en la que terminó con los grados de coronel, y antes había fundado en 1889 el club Cuba en su natal Santiago de las Vegas.
Muchos de los jóvenes peloteros que se unieron al Ejército Libertador tenían su centro de reunión y conspiración en la Acera del Louvre, donde se destacaron sobremanera Carlos Maciá, Alfredo Arango, Ramón Hernández y tantos otros. También contertulio de la Acera del Louvre lo fue el sastre y bombero del Comercio Ramón Randín Silva, admirador de la figura de Antonio Maceo, a quien conoció personalmente durante la estancia del caudillo oriental en el Hotel Inglaterra, y alcanzó los grados de sargento en el Ejército Libertador. RandÍn pertenece al grupo de jugadores poco conocidos en la historia del deporte, pues su desempeño fue con clubes de menor rango y no se conservan sus estadísticas, aunque la tradición familiar salvaguarda su recuerdo como pelotero mambí y conservan como una reliquia un bate que fue suyo.
Entre los que fueron a la manigua estuvieron los hermanos cienfuegueros Nilo y Ubaldo Alomá Ciarlos, afincados en la República Dominicana, adonde llevaron el juego de pelota y conspiraron por la independencia. Los hermanos Alomá se incorporaron a la guerra en la expedición de Carlos Roloff y José María Rodríguez, que desembarcó el 25 de julio de 1895. Combatieron en las zonas de Matanzas y Cienfuegos y alcanzaron los grados de Comandante y Capitán del Ejército Libertador. En el caso de Nilo, fue nombrado Comandante de Caballería de la Brigada de Colón el 7 de febrero de 1897, por el general de brigada Francisco Pérez y murió ese propio año de paludismo, en Cartagena, Cienfuegos.
Otros peloteros oriundos de la Perla del Sur también se unieron al contingente mambí, entre ellos Orfilio Esteban Lombard y Leonard, quien había sido pitcher en el Jabacoa B.B.C durante el año 1887 y participó en la edificación de uno de los primeros terrenos de béisbol en Cienfuegos. Lombard llegó a Cuba a bordo del vapor Dauntless el 22 de agosto de 1896 y terminó la guerra con los grados de Capitán. También integrante del Jabacoa fue Alejo Casimajov Hernández, quien en compañía de otros peloteros de su club: el jardinero derecho Juan José López del Campillo D` Wolf y la tercera base Martín Gallart Odery, se trasladaron a Manzanillo en abril de 1895 y allí se unieron a las tropas del coronel Amador Guerra. Casimajov y López del Campillo participaron en la invasión a Occidente con Antonio Maceo y este último fue gravemente herido y luego protagonista en numerosos combates de la campaña de Pinar del Río; Gallart Odery obtuvo los grados de teniente y murió de fiebres en Mayajigua en 1897, Casimajov terminó la guerra con el grado de teniente coronel y López del Campillo con los de coronel. A inicios de la República, López del Campillo ocupó el puesto de jefe de policía en Cienfuegos y se le erigió un monumento en su ciudad natal, obra del escultor Mateo Torriente.
Un caso similar al de Cienfuegos lo apreciamos en Remedios. Allí correspondieron a la causa libertadora los hermanos Juan y Agustín Jiménez Castro Palomino; el primero fue capitán del club Almendares remediano y teniente coronel del Ejército Libertador, y el segundo perteneció al equipo Bando Azul de la octava villa. También formaron parte del club Cuba de aquella localidad Modesto Moreno Jiménez y Emilio Ayala Ruiz, integrantes de la Brigada de Remedios subordinada al Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador.
Los hermanos Enrique y Nicanor Ovares, eran hijos de una distinguida dama matancera, la señora Pamela Baró de Ovares, quien era considerada una decidida protectora y aficionada del juego de pelota. Sus hijos fueron también muy destacados peloteros del Matanzas BBC y árbitros durante la década de 1880. Ellos, al igual que las parejas de hermanos Amieva y Matos, contribuyeron con su esfuerzo a la independencia patria.
Y ya que mencioné a la madre de los Ovares, me traslado entonces al ámbito de las mujeres pioneras en nuestro beisbol, muchísimo menos conocidas que sus pariguales masculinos, encabezadas por esa enigmática señorita que firmaba con el nombre de Elena E., y que en fecha tan temprana como 1881 declaró estar a favor de las practicas beisboleras pues: “Cuánto habrán de alegrarse de ello las madres y los padres de los jóvenes de esta isla y principalmente de esta capital, pues todos los ratos que el estudio les permite o el trabajo les concede, lo emplean en jugar al base ball, en lugar de entretenerse en otras cosas que lejos de desarrollarlos y favorecerlos, los enervaría o los disiparía. El base ball ha venido a la Isla de Cuba a cumplir la alta misión de hacer de nuestros jóvenes hombres y no muñecos”. Por tal motivo expresaba su deseo de que “no decayese nunca el entusiasmo que se nota hoy por el base ball y que se planteasen también otros muy saludables e higiénicos que existen en los Estados Unidos”. Y sorprende al final de su artículo con esta declaración feminista: “Cuando jugaremos las cubanas, si no este juego, otros que hay análogos y que a la par que nos divirtieran nos desarrollaran”.
La investigación realizada sobre el beisbol cubano del siglo XIX no arroja ningún equipo femenino conocido, más allá de los tradicionales y muy importantes roles otorgados a las mujeres como madrinas de los equipos, directoras de honor, socias honorarias y damas de compañía de los peloteros. Y esto a pesar de que, en los Estados Unidos, paradigma para el béisbol cubano en muchos aspectos, ya desde la década de 1890 existían equipos de pelota conformados por mujeres, a las que se llamaba “Bloomers Girls”, en alusión a Amelia Bloomer, diseñadora de un tipo de pantalón con bombachos.
Sin embargo, la citada pesquisa sobre la pelota en la Perla del Sur arrojó el hallazgo de un equipo completo formado por mujeres en el año 1900, durante el periodo de la primera intervención estadounidense, integrado por señoritas del aristocrático barrio de Punta Gorda, con su capitana Carolina Villapol e integrado por Isabel Castaño, las hermanas Nicolasa, Rosalía, Carmen y María Teresa Entenza, Adelina Vilaseca, Angelita e Isabel Trápaga y Olimpia Trujillo.
Muchos años más tarde fue constituida, el 19 de septiembre de 1947, la Organización Deportiva de Béisbol Femenino de la República de Cuba, al calor de la cual alcanzaron notoriedad deportiva y gran visibilidad en los medios de prensa los nombres de mujeres que practicaban beisbol, como son los casos de Isora del Castillo, Eulalia González (“Viyaya”), Mirta Marrero, Gloria Ruiz, Migdalia Pérez, Isabel Álvarez, Luis Gallegos o Brígida Beiro. De Isora, oriunda de Regla e hija del pelotero amateur Argelio del Castillo, se recuerda su participación como tercera base en un equipo femenino de Chicago en los años de 1949 y 1950, donde se le conocía con el sobrenombre de “Pimienta” y además se estimaban mucho sus cualidades como vocalista. “Viyaya”, por su parte, se hizo célebre jugando la primera base contra equipos de hombres; dueña de un inusual coraje y fortaleza física, no admitía que la trataran con inferioridad por su sexo en los diamantes, y le gustaba recordar anécdotas que ponían en entredicho la hombría de sus contrarios, como la de aquellos lanzadores que le pegaban la bola cuando ella les conectaba de hit. Brígida Beiro, comenzó sus prácticas beisboleras en su natal Güira de Melena estimulada por el conocido manager amateur Octavio Diviñó, quien trataba de crear un equipo de mujeres en la década de 1940. Su equipo fue bautizado como “Las Águilas” y jugaron en La Tropical, el Gran Stadium del Cerro y numerosas localidades de provincias. La matancera Mirta Marrero estudió en el Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua hasta los 14 años. Allí practicaba muchos deportes, con preferencia por el básquetbol, el béisbol y el softbol. Cuando salió del Colegio en 1944, un tío la llevó a ver uno de los equipos femeninos de pelota que existían en ese momento y allí quedó cautivada para siempre por el beisbol. Fue famoso el reportaje que le hiciera Eladio Secades en BOHEMIA, con el título de: “Créalo, o no: la mujer juega a la pelota mejor que el hombre”, donde el gran maestro del periodismo deportivo y del costumbrismo en la prensa cubana del siglo XX la calificó como “la atracción de la taquilla y la vedette del equipo”.
En el invierno de 1947 visitaron La Habana un numeroso grupo de jugadoras de pelota pertenecientes a los ocho equipos de la All American Girls Professional Baseball League, poco después de que los Dodgers de Brooklyns y los Yankees de Nueva York realizaran en la capital cubana juegos de entrenamiento; se cuenta que las jóvenes peloteras norteñas despertaron muchísima más atracción entre los fanáticos habaneros que los equipos de Grandes Ligas, y como resultado de los enfrentamientos con sus similares cubanas, jugadoras locales como Isora del Castillo, Migdalia Pérez, Isabel Álvarez y Mirta Marrero, fueron invitadas a realizar entrenamientos en los campos de beisbol de Estados Unidos, con excelentes resultados competitivos. Mirta, por ejemplo, dueña de un temperamento alegre y festivo, se convirtió en una chica muy popular en una liga donde tuvo su temporada más productiva en 1951, cuando compiló un récord de 17-8 con 2.24 de promedio de carreras limpias, en 29 encuentros con el Fort Wayne Daisies.
Por supuesto, la llegada de la mujer a los terrenos de béisbol a mediados en el siglo XX no es un fenómeno que concierna solo a la historia del deporte, sino que guarda estrecha relación con las luchas sociales y políticas libradas por las mujeres en el seno de la sociedad cubana durante las primeras décadas republicanas, en pro de demandas como el sufragio, la igualdad de salarios por igual trabajo, el derecho al divorcio y su participación activa en la vida política del país.
Dicho esto, creo que la recuperación de estos nombres de hombres y mujeres, protagonistas de la hermosa historia de nuestro deporte nacional y llevados al mármol de estas tarjas, —regalo de la Oficina del Historiador de la Ciudad por el 60 aniversario del INDER—, lo glorifican aún más y reclaman de nosotros, devotos y reverentes admiradores, su protección y enaltecimiento con la declaratoria como Patrimonio Cultural de la Nación Cubana.
15 de MARZO de 2021.
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