José Martí, analista de la Conferencia Monetaria Internacional (I)
5 de marzo de 2021
|El 3 de abril de 1891 fue la séptima sesión de la Conferencia Monetaria durante la cual se aprobó por unanimidad la resolución que establecía el deseo de las naciones allí representadas de efectuar una reunión internacional de alcance universal para acordar la creación de un sistema monetario uniforme. El texto fue redactado por José Martí, el delegado de Uruguay, quien evidenció en sus intervenciones y en la letra de esa resolución final su hábil manejo como diplomático y su sagaz postura como político que se planteaba la unidad de acción latinoamericana frente la apetencia hegemonista de Estado Unidos.
En el número de mayo de “La Revista Ilustrada de Nueva York” Martí publicó, bajo el título de “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, un largo escrito de alerta y consejo acerca de la relación entre política y economía, y de la necesidad de ajustar las relaciones entre países con distintas características a los propios intereses y requerimientos de cada cual.
Tras tres breves párrafos en que informa al lector acerca del desenvolvimiento del cónclave, dedica un largo párrafo a explicar la lección que se desprende de ese acontecimiento.
Comienza por definir la política: “A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos.”
Más adelante alude al peligro de una convocatoria como la hecha por Estados Unidos para la Conferencia Monetaria: “Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores.”
Con tacto de estadista mayor, Martí explica que cuando “un pueblo es invitado a unión por otro”, no se puede ser “ignorante y deslumbrado”, ni deslumbrarse “por bellas ideas”, ni considerarlo “una merced el político venal o demente”; “pero el que siente en su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado”, si hay antecedentes y hábitos comunes, si los “elementos temibles del pueblo invitante” pueden desarrollarse con esa unión.” Y añade que se “ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres…”
Y culmina esta parte del texto con varias preguntas indicativas de su preocupación: “¿En qué instante se provocó y, se vino a reunir la Comisión Monetaria Internacional? ¿Resulta de ella, o no, que la política internacional americana es, o no es, una bandera de política local y un instrumento de la ambición de los partidos? ¿Han dado, o no, esta lección a Hispanoamérica los mismos Estados Unidos? ¿Conviene a Hispanoamérica desoírla, o aprovecharla?”
No hay dudas, pues, acerca de la certera madurez analítica alcanzada ya por Martí, clave de su pensamiento y de su actuación definidamente antimperialistas.
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