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Cartas cruzadas entre Eusebio Leal y Silvio Rodríguez

17 de diciembre de 2020

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Silvio Rodríguez, Cintio Vitier, Fina García, Eusebio Leal en Venecia

Fina García, Cintio Vitier, Silvio Rodríguez y Eusebio Leal en Venecia

 

Tuve la inolvidable oportunidad de mediar en este intercambio epistolar y público entre Eusebio Leal y su amigo Silvio Rodríguez. Hace unos días el gran Trovador volvió a ofrecernos testimonio de su relación con el Historiador. Y le regaló este tema a Leal y a su Ciudad. Sé que Eusebio habría disfrutado mucho escuchándolo, dejándose llevar por el embrujo poético de otro inmortal cubano. Debemos releer nuevamente estas cartas cruzadas y escuchar la canción. Les aseguro que será un regalo para nuestro espíritu en estas horas de despedida al hombre que tuvo a Cuba por su Patria Amada.


 

Querido hermano:

Nuestra antigua amistad me concede el derecho de tratarte así. Hemos estado juntos en las buenas y en las malas. Siempre con esa esperanza que a ti te ha llevado a ser pescador con los pescadores, soldado entre los soldados, cantor en los recintos penitenciarios y en los barrios más humildes de esta ciudad que amamos.

Tus poemas marcaron a nuestra generación y me incluyo en ella porque, aunque te llevo no sé si tres o cuatro años, ya eso es como el pestañar de una hormiga en el infinito. Con tus versos fuimos en pos de las fantasías y de las crueles o dichosas realidades de nuestras vidas.

Vuelves hoy a la Plaza de San Francisco, el benévolo protector de las criaturas, el que dialogaba con los pájaros y con las fieras, el que admiran aun los que no creen en nada más allá de la vida terrena. Hoy no podré estar junto a ti y créeme que lo lamento, pero me alegra que una joven me brinde su voz para transmitirte un abrazo a la vez que pido por ti y por los tuyos, que nacieron al amparo de la ceiba poderosa de San Antonio de los Baños.

Pienso en aquel sencillo caballero al que dedicaste una de tus más bellas canciones: el abuelo que tuvo el privilegio de dar la mano a José Martí. Ahora te extiendo la mía, seguro de que se la doy a uno de los varones de cuya casta no abundan ejemplares.

Acéptala que vengo también del largo camino recorrido desde el día en que nos conocimos en el despacho de Aida Santamaría. Eso fue en el siglo pasado, en verdad hace décadas, pero la gratitud no muere,

Eusebio

30 de junio, 2017

 


 

Querido Eusebio:

La primera vez que nos cruzamos no tuve forma de adivinar tu verdadera dimensión. Como sé que recuerdas, fue en la oficina que Aida tuvo en San Ignacio y Empedrado. Aquella mañana entraste un momento, le susurraste algo y después continuaste con tu paso silencioso y tu camisa de todos los cubanos. Fueron tan tenues tu entrada y tu salida que pude haber soñado tu presencia. Pero enseguida aquella entrañable mujer me contó que habías estado expuesto a “las crueles realidades de nuestras vidas”. Tú no lo supiste, pero desde ese instante estuve contigo.

Esto debió ocurrir hace apenas medio siglo. No recuerdo si Aida mencionó que eras el nuevo Historiador de la Ciudad. La verdad es que por entonces hablábamos poco de lo que éramos, siempre estábamos en lo que queríamos ser. En una ciudad donde cada jornada era historia vivísima del mundo, podían ser invisibles un estudioso, una funcionaria genial, un trovador.

Después empecé a distinguirte, siempre fugazmente, más allá de terceras y cuartas filas, como si prefirieras los perfiles bajos, como si huyeras de las luces. “Debe ser un vampiro”, pensé una vez que te vi al amparo de las sombras, desplegando tus artes. Pero llegaron los setentas y apareciste aquel equipo de arquitectos al que aporté, casualmente, unas fotos. Entonces comenzaba a perfilarse lo que venías bordando con paciencia de chino, y tuve un atisbo de tu dimensión. Por eso un día, en Camagüey, cuando develabas la placa de Agramonte, te dije bajito: “Hermano, yo creo que Ud. también va para el bronce”.

Nunca olvido aquella semana en que Alfredo nos hizo coincidir y tu explicabas el día que fundaron Venecia, en una plaza San Marcos que para mi sorpresa se anegaba, cerca de Caffe Florian, con Fina y con Cintio bajo el Puente de los Suspiros, donde hubo aquellas fotos. Luego, en la noche, nos descubríamos merodeando La Fenice, locos y emparentados por el mismo apetito.

Somos tan distintos, querido Eusebio, y a la vez tan iguales, que sobrecoge. Tú estuviste junto a tu madre hasta el fin, y yo vivo con la mía hasta que uno de los dos se vaya. Tú, aún cuando lo amado no siempre te ha correspondido, contra viento y marea has continuado amando. Y lo mejor es que has sabido hacerlo dejando fuera lo banal, maravilla cada vez más extraña.

Hoy, cuando tu obra y tu dimensión se hacen casi inabarcables, te confieso que me veo en ti, querido Hermano; no en tu incomparable estatura, benefactora de la ciudad y del país, sino en el cotidiano afán por extraer del fondo de nosotros lo que nos hace buenos.

Gracias por eso, desde y para siempre.

2 de julio, 2017

 


 

Silvio querido: Leal me ha pedido que te envíe este mensaje de gratitud por tu comentario Dimensión de Eusebio que leyó con emoción. Me lo dictó, como tantas otras cosas en días en que debe reposar físicamente hasta su total recuperación y en momentos donde como debes suponer, la actividad intelectual es bien intensa. Un abrazo, Magda Resik

Hermano Silvio:

Desde el retiro para la recuperación de mi salud, en medio de rumores infundados de que me fui o me voy, te puedo asegurar que han representado un afectuoso aliento tus palabras publicadas en Segunda Cita con esa foto que me trae muy buenos recuerdos. Provienen de quien siempre he admirado por tantas y tantas razones. Nadie como el poeta que eres podría haber resumido en líneas tan breves pero intensas lo que ha sido la vocación de nuestros días. Y te aseguro Silvio, que cuando llegue de verdad la hora postrera, iré para decirte al oído hermano una verdad que compartimos: yo me muero como viví.
Te abraza,

Eusebio.

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