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La forja del líder: Martí encabeza la emigración neoyorquina

9 de octubre de 2020

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La decisión de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo en 1886 de dar por cerrado el proyecto revolucionario que habían iniciado dos años atrás, dejó el campo libre para nuevas perspectivas en el movimiento patriótico cubano. Y Martí, quien se había separado de aquel intento sin hacer públicas sus prevenciones acerca del ángulo caudillista que apreciaba en la actuación de Gómez, fue recuperando el aprecio de la gran mayoría de los emigrados en Nueva York.

Tal efecto fue logrado por varias razones. En primer término por su discreción en cuanto a su salida del intento de 1884 y su negativa a enjuiciarlo inclusive después de su fracaso. Nadie pudo emplear criterios suyos contra el accionar de los involucrados en aquel proyecto. Solo aceptó presentarse ante los emigrados en la sala Clarendon en junio de 1885 para defenderse de algunos que objetaron con acritud su salida del plan y, sin mencionar a Gómez o enjuiciar directamente sus ideas, publicó una carta en la que planteó que “al desceñirnos las armas, surja un pueblo.” Y ese mismo año declinó la invitación de los cubanos de Filadelfia para hablar en el acto conmemorativo del 10 de octubre.

En esa misma fecha de 1887 Martí volvió a hacerse sentir en Nueva York, cuando reapareció su oratoria en el Templo Masónico de la ciudad, con un discurso contra las “invasiones ciegas”, sin el apoyo de la Isla, y que hacía falta “amasar la levadura de república que hará falta mañana.” Posteriormente agrupó a varios destacados patriotas para analizar los planes libertadores del general Juan Fernández Ruz, y luego en una reunión se organizó una Comisión para trabajar por la independencia, constituida bajo el nombre de Comisión Ejecutiva presidida por Martí, en nombre de la cual pidió su adhesión a Gómez y a Maceo, quienes respondieron afirmativamente. También escribió a José Dolores Poyo, el patriarca de los emigrados de Cayo Hueso, demostrando de ese modo su afán unificador de los dispersos emigrados.

En 1888 Martí entró en campaña luego de recibir respuestas positivas de ambos generales. Ya era cónsul de Uruguay, miembro de la directiva de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, continúa escribiendo acerca de la sociedad estadounidense para varios diarios del continente. La memoria del alzamiento de 1868 le servirá para hacer uso de la palabra y convocar a la unidad desde entonces. Su personalidad se hace conocida en los círculos intelectuales y políticos latinoamericanos y comienza a hacerse sentir en similares medios sociales de Nueva York y Washington.

Un grupo de colaboradores le van rodeando y le acompañarían luego en el Partido Revolucionario Cubano. Entre ellos estaban un joven de familia acomodada que hizo estudios de Derecho en Estados Unidos como Gonzalo de Quesada y Aróstegui y un experimentado contador en asuntos de comercio como Benjamín Guerra; un tabaquero que llegó a ser dueño de una pequeña tabaquería como Juan Fraga y un hombre dedicado a organizar la superación de los cubanos pobres, en especial de los negros, en la Liga de Instrucción como Rafael Serra Montalvo. Ellos, y otros más, estuvieron entre los fundadores en Nueva York, en junio de 1888, del club Los Independientes, pilar de la acción martiana en la ciudad y posteriormente en el Partido. Así, Martí fue agrupando en torno suyo a los patriotas de Nueva York, que vieron en él, cada vez más, al líder para la independencia.

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