El negro y el rubio
31 de julio de 2020
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El tabaco negro siempre imperó en la escena del archipiélago cubano. Los aborígenes, desde mucho antes de los días lejanos de Bariay en 1492, lo utilizaban de varias formas, y entre ellas, fumarlo, como diríamos ahora más de cinco siglos después. “Estos mosquetes, o como les llamaremos, llama ellos tabacos…” escribió en su diario Cristóbal Colón. También se le conoció, y se le conoce, como “puro”, por aquello de que el producido en Cuba, es todo tabaco; capa y tripa. La usanza de cubrirlo con hojas que no fueran de tabaco y para lo cual se utilizaban hojas de otras plantas, como el maíz, no fue aceptada ya que el gran tamaño de las hojas del que se cultiva en el país ha permitido confeccionarlos todo tabaco.
Como hemos dicho en otras ocasiones, el habano, apelativo que definitivamente también prevaleció universalmente en el léxico coloquial por aquella simple costumbre de marcar cada paca de tabaco procedente de La Habana –único puerto de embarque impuesto por la Corona española– con el nombre mítico de la capital cubana. Probablemente un estibador holandés, sueco, alemán, o quizás un inglés, o todos a la vez, desconocedores de nuestro idioma, al trasegar los bultos en los puertos los reconocían por el marcaje estampado en su exterior. Y allí comenzó a mezclarse el origen con el producto y a la larga salió su más extendida identificación. Y ya lo mismo podía ser un puro, un habano, un puro habano; o como decimos nosotros abarcadoramente, un tabaco.
Pero hasta aquí la cosa siempre se relacionaba con algún tipo de tabaco negro que se fumaba conformado tubularmente o en picadura para pipas; para mascar mezclado con edulcorante; o se consumía como rapé mayormente en los refinados salones y mansiones europeas. Más cubano era fumarlo.
Pero las cosas cambian y ya hacia finales del siglo XIX se inventó la máquina para elaborar lo que se conoce como cigarrillo y hubo quienes estimaron que el tabaco negro era muy fuerte para su gusto y se buscaron alternativas para la demanda de un producto más suave. Sin intentar hacer historia de este tema, tenemos que surgió el aprovechamiento de picadura a partir de plantas solanáceas de familias cercanas a la conocida hasta el momento generalmente como tabaco. Entonces, se inventaron métodos novedosos que mezclaban esas hojas entre sí, o las utilizaban en solitario, o las curaban en ambiente cerrado que les impregnaba un nuevo color menos intenso tirando hacia lo dorado y aunque mantenían los niveles de los alcaloides propios de esta familia floral, evidentemente eran de un sabor más leve.
Estas modificaciones provenían fundamentalmente de los Estados Unidos, generando nuevos productos o nuevas denominaciones para reconocer las recientes calidades y por ahí entraron el tabaco de Virginia y el Burley, conocidos popularmente entre nosotros como tabaco rubio.
El tabaco rubio como genérico se hizo presente dentro de los gustos de algunos fumadores del patio que preferían un sabor más ligero en contraposición con los cigarrillos cubanos confeccionados con picadura de tabaco negro. Y no solo entraron en el mercado interior los camel, chesterfil, luqui estrai, kent, filis morris… con sus cajetillas relucientemente tentadoras, pero también aparecieron marcas cubanas como super royal, visant o kim (sobre ésta circuló una especulación de carácter sentimental que supuestamente vinculaba a la glamorosa actriz del cine norteamericano Kim Novak) en una competencia por gozar de una tajada del inesperado pastel. Tiempo después de 1959, dadas las circunstancias, desaparecieron las cajetillas de tabaco rubio foráneo y solo nos quedamos con el inefable producto conocido como aromas, con su humilde y descolorida cajetilla. No hace mucho y como resultado de una unión productiva cubano-brasileña, tenemos en el mercado una nueva marca: hollywood, que mimetiza las bondades de presentación y calidad de los anteriores ejemplares extranjeros y el precio de las exitosas versiones modernas de cigarrillos rubios norteños, con marboro y winston a la cabeza que vuelven a nuestros estanquillos.
De hecho, los cigarrillos pierden en un alto por ciento la traza que ha tenido el puro habano en la mesa criolla. Pero tampoco la ha perdido toda. Para los fumadores de cigarrillos, fuertes o suaves, la compañía inmediata de un cafecito es casi inexcusable.
Al subrayar las innumerables aristas del tabaco dentro de la historia nacional y todo lo que de ello deriva, no debemos olvidar que el hábito de su fuma está calificado por las instituciones de salud pública como algo dañino para la salud humana.
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