Habano y Habana
14 de mayo de 2020
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Habano, apelativo que definitivamente prevaleció universalmente en el léxico coloquial o formal, por aquella simple costumbre de marcar cada paca de tabaco procedente de La Habana –único puerto de embarque impuesto por la Corona española– con el nombre mítico de la capital cubana. Probablemente un estibador holandés, sueco, alemán, o quizás un inglés, o todos a la vez, desconocedores de nuestro idioma, al trasegar los bultos en los puertos los reconocían por el marcaje estampado en su exterior. Y para siempre, cuando nos referimos de mil formas y maneras al tabaco habano, estamos recordando la capital de nuestro país. Es decir, habanos, porque todos salían de La Habana.
Pero si el habano es Habana, ¿de dónde viene esta musical y entrañable palabra?
La suposición mas frecuente que comúnmente escuchamos establece que deriva del nombre de un cacique local llamado Habaguanex. Sin embargo, el término fue objeto de una interesante investigación del entonces historiador de la ciudad Emilio Roig de Leuchsenring. En el artículo que resume toda la investigación consignada, el afamado científico comienza con lo que expresa el Informe sobre la forma más correcta de escribir el nombre de la ciudad de La Habana presentado a la Academia de la Historia de Cuba en 1928 por el académico y lingüista Dr. Juan Miguel Dihigo:
“José Miguel Macías, en su Diccionario Cubano, etimológico, crítico, razonado y comprensivo, señala que el término Habana ha tenido variedades: Abana, Abanatan y por corruptela Abanatam; y a estos pueden agregárseles Habana y Savana que trae el Sr. Juan Ignacio de Armas, y los que señala Bachiller, Hauenne como si dijera Havenne, que estima errata, contra el criterio de Macías, diciendo que en tiempo de Drake se escribía u por v y hasta por b. El fraile franciscano Sr. Manuel de la Vega en la Historia del descubrimiento de la América Septentrional la llamaba Abanatan… Para A. del Monte, Habana es término siboney equivalente a pradera; Armas, con génesis arábiga, la deriva de sabana, indicando que los primeros cronistas designaban hacia una misma dirección las provincias de Havana, Sabana y Savaneque; que si el nombre de Habana no fuese significativo no se le habría antepuesto el artículo la que siempre tuvo, porque los nombres geográficos de América que tenían o conservan el artículo expresan algún objeto en castellano; agrega que en la Llave del Nuevo Mundo de Arrate aparece que se le llamó villa de San Cristóbal; el sobrenombre que se lee en la expresión San Cristóbal de La Habana se origina del abuso de prodigar con punible profusión los nombres de los santos de moda…”.
Pero el Dr. Roig de Leuchsenring se desplaza también hacia otros criterios formulados por variados investigadores, los que de una u otra manera giran alrededor del contenido del párrafo anterior.
Pero no todo se circunscribe a evidencias académicas documentales, existen versiones relacionadas con leyendas que en sí mismas seducen por interesantes y atractivas. En la recopilación de leyendas cubanas compuesta por el periodista y escritor Salvador Bueno, se encuentra una muy atrayente a los fines que nos convoca esta reflexión.
En esencia, la citada versión plantea que “habían llegado los españoles en su viaje de bojeo de la isla de Cuba a un lugar donde se alzaba un gran morro, como protector abrigo de un hermoso puerto. El jefe vio que en ella podía carenar sus naves, mientras se protegía de un fuerte vendaval que lo venía azotando. A dicho puerto, y por circunstancias de haber carenado allí sus naves, se le llamó Puerto Carenas.”
Y dice además, “Erase una de esas mañanas que siguen a las tormentas, en que la vegetación recién lavada luce la brillante gama de su verdor, en que los pajarillos vuelan dejando oír sus dulces trinos y las aves canoras lanzan al aire las claras notas de sus gargantas privilegiadas, y las flores abren sus corolas a los tibios rayos del sol. La oficialidad había salido a recorrer la isla maravillosa, y viendo alzar las enhiestas coronas de un grupo de palmas reales, hacia ellas se dirigieron y… ¡oh! sorpresa: allí, en una peña, sentada la más hermosa india que imaginarse puede. Su larga cabellera, negrísima como el azabache, parecía como un manto que cubría su bien formado cuerpo broncíneo, que ostentaba un brillo de metal bruñido porque en una casimba lo acababa de bañar, y en lo más alto de la peña se sentó a secar
–¿Quién eres, bella indiana? –le preguntaron.
–Habana –contestó dignamente.
–¿Cómo se llama este lugar?
–Habana –volvió a contestar.
–¿Quién es tu padre?
–Habanex –contestó orgullosa, y al parecer sin temor.
Los españoles estaban estupefactos ante tanta serenidad y tal belleza. La india sobre la peña parecía una estatua de bronce.
–¿Cómo te llamas, di?
–Habana –repitió claramente la indígena.
–Pues desde hoy este lugar se llamará Habana.
La india hizo un gesto circular del contorno, repitiendo: –Habana, Habana –y tocándose el pecho como en el gesto de yo, repitió–: Habana.
Ya para entonces un oficial aficionado a la pintura había hecho un croquis de la bella india sobre la roca, y debajo escribió: La Habana. Años después, por ese croquis, se hizo la estatua a la india en lo que hoy se conoce como el parque de La India.”
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