Cocina erótica de Cuba
30 de abril de 2020
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La cocina erótica no es un acontecimiento de tiempos recientes. Las referencias históricas son muy lejanas y ya desde épocas remotas el hombre buscaba mejorar el deseo sexual a partir de incursiones en comidas raras y exóticas o en otros potenciadores milagrosos.
El hecho de vincular la comida con el erotismo es un impulso natural de auto conservación de la especie. ¿Cómo sería posible la reproducción o la preservación humana sin la participación conjunta o separada, de estas dos pasiones? De hecho, en el empeño de unir este binomio han surgido infinidad de alternativas y curiosidades que históricamente han ido acercando al hombre con la superstición, la magia, el oscurantismo, la cábala y más cercanamente con la ciencia; en un afán por demostrar a veces lo indemostrable o por tratar de asentar en un terreno firme infinidad de creencias populares surgidas a través de los siglos.
Las inquietudes gastronómicas afrodisíacas criollas han abonado un terreno donde se insertan muchas conjeturas popularmente aceptadas. No faltan por tanto, platos variados con productos procedentes del reino animal o del reino vegetal, o ambos en conjunto. Y como es un tema que denota de manera excepcional la idiosincrasia nacional, se mezclan parejamente, aspectos de otras manifestaciones como la música, la danza, el teatro, el vocabulario, la gesticulación o el refranero. Presente siempre la insinuación, elemento más que probado en la mística que rodea el hecho afectivo.
Los ritmos tropicales y cubanos en particular, llevan en sí mismos un carácter evidentemente sensible, cantar y más aún, bailar un bolero, está cerca de ser una misteriosa conspiración amorosa. El contoneo erótico de un son, un danzón, una rumba u otros de este estilo, es un espectáculo que despierta una euforia de mucha fuerza y hace que la sangre corra rápidamente, antesala o preludio de una manifestación sensual en toda su amplitud. Algunos juglares aportan tonadillas que sugieren un doble sentido desenfadado que acuña la vocación del género por la intención afectiva. Faustino Oramas, juglar holguinero conocido como “El Guayabero”, fue un experto en ese arte.
Cuando indagamos sobre los productos del reino animal habituales en nuestra leyenda culinaria popular, tenemos que no faltan el carey con su afamado órgano sexual masculino y las huevas de la hembra, el tiburón y sus aletas, los crustáceos refinados como langosta y camarones, los testículos y la cola del toro, los huevos de pato, el cobo, los ostiones y ostras en general, la jicotea, la codorniz y sus huevos, los cangrejos, el erizo blanco, el cocodrilo, la jalea real y la miel, peces de carne suculenta; aunque no faltan recetas de animales con carnes nobles —pollo, por ejemplo— que asociadas con «proyectiles» afrodisíacos, lleven al ansiado estado de excitación.
Los productos vegetales son también apreciables. En su libro, Plantas medicinales, aromáticas y venenosas de Cuba, el destacado botánico Juan Tomás Roig, establece una clasificación de un numeroso grupo de plantas que crecen en la Isla y precisamente identifica como afrodisíacas no menos de 20 de ellas. Pero la creencia general identifica muchas otras: maní, ajonjolí, menta, pétalos de rosa, cebolla, ajo, el cacao y su chocolate secular, la fresa húmeda y melosa, la papaya —mandrágora exuberante por su aspecto físico y doble sentido—. Si de pociones de amor se trata, dos humildes ejemplares cargan con la fama: guarapo y prú.
La cocina erótica cubana no es una excepción, tiene reglas que deben seguirse puntualmente para obtener resultados satisfactorios. Las recetas escogidas deben ser estudiadas. En un segundo escalón, elegir los ingredientes con cuidado. En el caso de aquellos que a la larga se exhibirán como tales, sin mayores transformaciones externas aparentes, deben mantener las características que los identifiquen con el lenguaje amoroso. Las texturas serán suaves, húmedas o gelatinosas; evitando en todo momento la apariencia reseca o agresiva. Potenciar los sabores sin necesidad de exagerar, pero a toda costa impedir que queden desabridos. Intercalar, en una amalgama agradable un conjunto de colores sugestivos, favoreciendo el espectro que forma el rojo hacia el amarillo, evitando aquellas tonalidades difusas o confusas. La presentación, unida a la decoración, requiere un cuidado especial. Preparar la mesa de forma que sugiera una ingenua complicidad.
Siguiendo estas reglas sencillas pero estrictas y escogiendo los productos identificados en la cultura popular criolla, estaremos sin falta en el entorno que nos propone nuestra versión de la cocina afrodisiaca.
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