Nuestra solidaridad está de guardia
30 de marzo de 2020
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Hay dos conceptos en la vida totalmente antagónicos: el egoísmo y la solidaridad.
El primero es patrón de un sistema social que lo incentiva para hacer de los seres humanos más para sí y menos para los demás. Mientras que el segundo concepto incentiva a que las personas seamos capaces de poner lo que tenemos al servicio de otros desinteresadamente.
En tiempos como los actuales, cuando todos los días nos despertamos con la incertidumbre de estar o no contagiados con el COVID-19, se impone una pregunta a manera de reflexión: ¿podrá la solidaridad vencer, de una vez y por todas, al egoísmo, y dar paso a una sociedad preocupada y ocupada por todos —repito, por todos—?
Hay muestras más que elocuentes de que sí se puede. Y vienen a mi mente hechos solidarios, que han identificado y siguen identificando a la Revolución Cubana, con la enseñanza de Fidel de que «compartimos lo que tenemos, no lo que nos sobra».
La lista es muy larga. Las acciones son miles. Los beneficiados millones. Los que han dado «de alta» a la solidaridad, han hecho de ella un patrón de conducta que hace que los seres humanos seamos mejores y que, poco a poco, el egoísmo se aparte de nuestra conducta, que sea abolido en el andar diario al servicio del bien, sea donde sea.
Quizás lo que no entienden quienes desde el campo opuesto se empeñan en tratar de dañar a las misiones médicas cubanas en el exterior, es que nunca un galeno cubano pregunta al paciente cuál es su afiliación política, o su creencia religiosa, o si tiene dinero en su bolsillo. Ese pecado está abolido en el aprendizaje solidario de cada profesional cubano.
Lo que sí es una constante en nuestro «ejército de las batas blancas» es la disposición de ir a donde otros no van, a los lugares más apartados, al último rincón de la geografía de cualquier país, allí donde están los más pobres y los necesitados de curar una enfermedad o de alguien que le sane sus ojos aunque sea para poder ver la miseria donde convive o poder leer una noticia sobre la diferencia abismal entre los que más millones tienen y los que, como ellos, solo les queda la esperanza de que alguien, hablando en «cubano» comparta con ellos y se empeñe en devolverles la visión o curar sus enfermedades.
Ahora, cuando brigadas médicas de la Isla parten a brindar su solidaridad y combatir el COVID-19, lo mismo en pequeñas naciones del Caribe, que en Nicaragua y Venezuela, o en viajes más largos, hasta Italia, epicentro actual de la enfermedad, o a Andorra donde han llegado los más recientes enviados de la sCuba solidaria, pudiera resumirse que se trata de galenos que han tenido como escuela, no solo la formación ética y profesional recibida en nuestras universidades, sino la práctica en una, dos y hasta tres o cuatro misiones internacionalistas.
Son los que acudieron al África cuando la epidemia del ébola, o a salvar vidas durante los terremotos en Pakistán, Haití y otros países, son, como diría nuestro embajador en Italia, José Carlos Rodríguez, los que «Vienen de Cuba, solidarios y comprometidos con hacer bien a los necesitados, sin distinción.
También está de guardia nuestra solidaridad, en los miles de médicos, enfermeras, técnicos y personal auxiliar, que aquí en nuestro país atienden a contagiados con el virus, o identificando posibles portadores.
Y junto a nuestro ejército de la salud, otros miles de cubanos, choferes, trabajadores de la aviación y del turismo, agentes del orden y la seguridad ciudadana, y muchos otros, se despiertan cada día con la convicción de que formamos parte de un pueblo convencido de que es capaz de vencer en las más difíciles batallas, y el COVID-19 es una de ellas.
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