María de los Ángeles Santana (XXXVIII)
31 de enero de 2020
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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.
Pero María de los Ángeles Santana reflexiona sobre las diferencias de su nuevo periodo de labores en la CMQ, que enfrenta con desventaja la competencia comercial de la empresa radial RHC-Cadena Azul, única Cadena Nacional Telefónica, creada en 1940 por Amado Trinidad Velasco y cuya sede radica en el Paseo del Prado número 53, altos.
Con el explícito deseo de aniquilar a la CMQ, Trinidad Velasco ofrece a los cantantes, actores, locutores, directores de programas, escritores y técnicos de esa radioemisora el doble o el triple de los salarios que reciben en la estación de Monte y Prado y, por otra parte, los entusiasma con sus objetivos a seguir desde la presidencia de la RHC-Cadena Azul: destacar la cubanidad, proteger al artista criollo, colocar al músico cubano en el sitial merecido y llevar al oyente lo mejor en música y demás expresiones del arte.
La Santana recuerda cómo en medio de la sonada pugna entre Ángel Cambó y Miguel Gabriel Jurí con Amado Trinidad aparece Goar Mestre, quien regresa a La Habana en 1942, después de concluir sus estudios en la Universidad norteamericana de Yale y trabajar en Argentina durante once meses como representante de una compañía estadounidense de baterías y linternas. De inmediato se traza una estrategia bien definida: apoya en un inicio la programación de la RHC-Cadena Azul para debilitar a Cambó y Miguel Gabriel y, una vez que lo consigue, compra la CMQ, asume su dirección general y arremete contra Trinidad hasta convertirse en el rey de la radio en Cuba durante la década de los años 50 del siglo XX.
Cada vez que Amado Trinidad veía que un artista tenía éxito en la CMQ, le ofrecía un salario mayor y una serie de perspectivas que alucinaban a cualquiera. Él creía que con el oro se alcanzaba todo, lo cual no funcionó siempre así, pues, en mi opinión, más que el dinero importaban una serie de valores que no se adquirían ante la oferta de un sueldo más elevado, como pudo ser el afecto que me unió a Miguel Gabriel, quien, aparte de contratarme con tanta generosidad en su emisora, fue un verdadero amigo.
No quisiera acordarme de ese tiempo de rivalidades entre la CMQ y la RHC-Cadena Azul, porque sentí muchísimo que el ganador fuera Amado Trinidad, ni mucho menos de cuando apareció en la escena Goar Mestre, que terminó aniquilando los esfuerzos de Miguel Gabriel. Quizás el único beneficiado con las luchas entre ellos fue el público, ya que cada una de las dos radioemisoras se esmeró en tratar de mejorar su programación y atraer una mayor cantidad de oyentes.
En el único lugar donde no respiré ese ambiente de pugnas fue en las emisoras COCO y CMCK, de Luis Casas Romero, en las cuales todo era distinto, diáfano, y uno se sentía muy complacido al participar en un programa, en un período en que yo contaba con cierto público dado a desplazar el dial para buscar la estación radial en que me encontrase trabajando, lo cual me estimulaba mucho.
Esa fue la etapa de mi total identificación con el medio artístico, la cual me compensó una serie de cosas que carecía desde el punto de vista amoroso tras separarme de Fernando Portela. No quise entrar en la vorágine de mujeres jóvenes que al sentirse solas asumían actitudes contrarias a la moral y más en el caso mío con el estigma de un divorcio en esos años. Me esforcé en hacer de mi vida algo constructivo que me garantizara el futuro y llené aún más mi existencia de una expresión del arte tan incomparable como es la música, que cuenta con el poder de resarcirlo a uno de las pérdidas más grandes de la vida. Hasta puede ser peligrosa si uno se entrega demasiado a ella, porque a veces nos aísla de situaciones que el ser humano debe tener presentes. Les coloca un velo y es necesario saber en qué momento uno debe correrlo y descorrerlo para dar prioridad a ese mundo mágico de la música y también del teatro.
En aquellos días de mi regreso a la CMQ y de conciertos con Ernesto Lecuona, de darle un nuevo sentido a mi vida, comencé otro período de superación al recibir clases de canto del profesor José Manuel (Lalo) Elósegui por sugerencias del maestro, que sentía mucha admiración hacia él y había puesto en sus manos a notables intérpretes de su música. Porque con Lecuona era necesario aprender, había que conocer las obras con exactitud y por eso le interesaba que los integrantes de su elenco se sometieran al riguroso mecanismo del estudio.
Al encontrarme con Elósegui no estaba huérfana de conocimientos acerca del canto. Mamá me suministró una sólida base al ser profesora de esa materia, independientemente de su especialidad: el piano. Llegué a él con un dominio de la afinación, un buen gusto en la interpretación, la adecuada valorización de la música y de las frases y su correspondiente aplicación.
Por lo tanto, al empezar estos estudios Lalo Elósegui no me ubicó en la clase primaria, sino en el grupo de cantantes profesionales que tenía a su cargo y que en su mayoría se presentaban en las principales radioemisoras. Y creo que comenzó a darme sus clases con placer sin igual, pues cada vez que yo hacía algo a su gusto me ponía de ejemplo, lo cual no me entusiasmaba. Siempre he rehuido el elogio expresado delante de los demás, me parece que hace sentir empequeñecidos a quienes me rodean y aún más si surgen las acostumbradas frases «¡aprendan de Fulana!», «¡miren como lo hace Fulana!» Eso me disgustaba, dado que mi único afán era superarme. Me era necesario por las exigencias del maestro Lecuona y de mi trabajo en la radio.
(CONTINUARÁ)…
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