María de los Ángeles Santana XXXII
29 de noviembre de 2019
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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.
La etapa silente de la cinematografía cubana finaliza en 1930 con el rodaje de La Virgen de la Caridad, de Ramón Peón, quien una década antes se inicia en el campo de la dirección.
Pero en el citado año, la falta de apoyo gubernamental al desarrollo de esa industria en la isla, los deseos de superación personal y de encontrar horizontes más promisorios, determinan la partida de Peón hacia California. Por recomendaciones de su colega peruano Richard Harlan, allí lo contratan como asistente de dirección de la Fox Film Corporation en versiones hispanas de películas estadounidenses hechas entre 1929 y 1931 con la finalidad de mantener grandes mercados extranjeros para la producción hollywoodense.
En esas circunstancias el realizador cubano también asume personajes en el celuloide, departe con artistas de otras naciones de América Latina y España incorporados a tales filmes y se apasiona con el aprendizaje de la novedosa técnica impuesta tras el surgimiento del cine sonoro, en l927, con El cantante de jazz (The Jazz Singer), de Alan Crosland.
Causas de diversa índole –fundamentalmente el descuido al seleccionar argumentos, intérpretes y directores– motivan el fracaso de los largometrajes de Hollywood en castellano y el cese de su creación, imponiéndose el éxodo, como única posibilidad de subsistencia, a técnicos y artistas hispanoparlantes. Aunque algunos viajan a Europa y otros a sus países de origen, para Peón es imposible el regreso a Cuba, donde, a pesar de sus anhelos de volver a trabajar, resulta nula la actividad cinematográfica a lo largo de 1931, período en el cual no se lleva a efecto película alguna.
Determina entonces ir a México y desempeña las funciones de asistente de dirección del español Antonio Moreno en el rodaje de la segunda versión fílmica de Santa, que, basada en la novela homónima del intelectual Federico Gamboa, inicia –acorde con criterios del historiador Emilio García Riera– el «primer cine sonoro» de ese país. Desde entonces Peón pertenece a la generación de fundadores de la cinematografía mexicana. Se le llega a conceptuar el realizador más rápido, económico y capaz de abordar, con diversos estilos, toda la gama de temas exhibidos en la época por el cine de esa nacionalidad. A él incorpora en 1936 al tenor Pedro Vargas en Los chicos de la prensa y, al siguiente año, al galán y cantante Jorge Negrete en el personaje protagónico de La madrina del diablo, así como a Sara García y su reiterado arquetipo maternal luego de la presentación prístina de la actriz en No basta ser madre.
Con el objetivo de asistir al estreno en Cuba del último filme mencionado y disfrutar de unas vacaciones, en la segunda quincena de noviembre de 1937 Ramón Peón viaja a La Habana y se impacta al ver La serpiente roja, de Ernesto Caparrós, primer largometraje sonoro elaborado en nuestra patria a partir de un episodio de la serie de igual nombre que, escrita por Félix B. Caignet, transmite Radiodifusión O’Shea.
«El máximo director cinematográfico cubano», según lo califica la prensa, aprovecha el éxito de taquilla y de crítica obtenido por La serpiente roja para alentar las esperanzas de un pequeño grupo de inversionistas que sueñan con el establecimiento de una industria nacional del ramo. Entre ellos figuran empresarios teatrales, Francisco Álvarez Coto, presidente de Republic Pictures, y el abogado Oscar Zayas Portela, quien, a juzgar por declaraciones del propio Ramón Peón, es el único que valora positivamente las posibilidades de triunfo de sus ideas, aunque no puede obtener el apoyo de bancos extranjeros en tal empeño.
Si bien su visita dura poco, Peón retorna a México con el acuerdo unánime de ellos de fundar, a inicios de febrero de 1938, la PECUSA –Compañía Películas Cubanas, S. A. –, y emprender en el siguiente mes el rodaje de la primer título de esa firma, a la que se suman como respectivos jefes de publicidad y producción el escritor y periodista José (Pepito) Sánchez Arcilla y Antonio Perdices, galán de producciones de nuestro cine silente.
Para el aseguramiento del interés comercial en el mercado hacia la película, cuyo título será Sucedió en La Habana, Peón propone a los ejecutivos de la PECUSA contratar a dos figuras que conoce desde 1930, al coincidir con ambas en Hollywood como asistente de dirección en el rodaje de Del mismo barro, de David Howard, y ya poseen un nombre establecido en el cine de habla hispana: Juan Torena y Luana Alcañiz, que entonces baila en el cabaret El Patio, de la ciudad de México, con su partenaire y esposo, Juan Puerta.
Por los resultados de su labor en Santa y No basta ser madre, en la cual queda consagrado con el personaje del tío Lamparita, solicita de México a Carlos Orellana, que asimismo posee notables méritos en su país al participar en óperas, zarzuelas y sainetes y el estreno de la pieza teatral Calla, corazón, de Felipe Sassone, al lado de la española María Tubau, actriz predilecta de la reina Victoria Eugenia. De esa nación recaba, además, los servicios de varios especialistas: Aniceto Ortega (laboratorio), Tilly Orozco (maquillaje), Eduardo Fernández (sonido) y Agustín P. Delgado (fotografía).
Entre las personalidades del arte criollo, Peón reclama al maestro Gonzalo Roig y lo responsabiliza con la dirección musical del largometraje, aparte de conducir a la agrupación musical que él encabeza: la Orquesta Sinfónica de La Habana, la cual, integrada por 70 profesores, adopta el nombre de Orquesta Películas Cubanas; al escritor y director teatral Agustín Rodríguez, que redacta los diálogos criollos del argumento creado por Ramón Pérez Díaz, y a Sergio Orta y Eduardo Muñoz (El Sevillanito) como coreógrafos.
La capacidad de Perdices, del profesor de canto Carlos Dalmau y del actor y director español de radio y teatro Guillermo de Mancha, nombrado director de la Escuela de Declamación de Películas Cubanas, coadyuva en la selección de los centenares de extras que a diario desfilan por una oficina de la empresa y del elenco artístico nacional de Sucedió en La Habana.
Su extensa lista incluye a Rita Montaner, la cantante y actriz que por esos días recibe el calificativo de «La Única», tomándose en cuenta una carrera asociada a hitos de la música criolla en Estados Unidos, México, Argentina, Venezuela, España y Francia; Enriqueta Sierra, poseedora de un singular talento que desde la infancia le permite triunfar en Cuba y naciones centroamericanas, y un conjunto de figuras de la radio y el teatro vernáculos, en el que aparecen Julito Díaz, Arnaldo Sevilla, Julio Gallo y Alberto Garrido-Federico Piñero, el mejor dueto de ese momento en sus caracterizaciones de los personajes del negrito y el gallego, respectivamente.
Se piden, además, las colaboraciones de José Sánchez Arcilla para el papel de maestro de ceremonias en una de las escenas, de la cantante Margot Alvariño y de la pareja de baile que integran las hermanas Emma y Ángela Milanés, así como la participación musical del Septeto Nacional que dirige su fundador, Ignacio Piñeiro, reconocido por sus sones Esas no son cubanas, Suavecito, Mentira, Salomé y Échale salsita; de la Orquesta Casino de la Playa con su cantante Miguelito Valdés, quien con posterioridad se trasladaría a Estados Unidos e introduce allá su novedoso estilo en la interpretación de la conga, primer paso memorable en el disfrute de la fama que disfrutará hasta su muerte en Colombia, en 1978, a los 62 años de edad; del Trío Pinareño, del Cuarteto Luna y de una de las más atractivas comparsas del carnaval habanero: El Alacrán, orgullo del barrio Jesús María.
Junto con ellos y una alta cifra de extras, a principios de marzo de 1938 Ramón Peón emprende el rodaje de Sucedió en La Habana en escenarios naturales de la capital y sus alrededores al no encontrarse concluidos los estudios de la PECUSA en la finca Bustamante, situada en las proximidades de la Curva de Cantarranas, en la localidad de Bauta. En su nueva experiencia de filmar en Cuba, propicia el debut artístico de María de los Ángeles Santana en un medio considerado la máxima aspiración para una figura del arte: el cine.
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