El tesoro de los conquistadores
28 de noviembre de 2019
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El descubrimiento, o con más propiedad, el encuentro de la cultura americana con el mundo conocido de entonces, ha sido narrado infinitas veces. Las motivaciones para dar aquel importante paso que descorrió para la posteridad la cortina que existía entre ambos, tenían que ser extremadamente poderosas. Así lo atestiguan las Capitulaciones de Santa Fe tácito acuerdo entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, donde se exponían con claridad las prerrogativas que de por vida y más allá, se le concederían a este último en todos los territorios que descubriera. A nuestro modo de ver, los reyes accedieron a un compromiso tan amplio basados en cierta incredulidad y la ancha cuota de improbabilidad que comportaba tal aventura. El futuro dramático que le deparó el destino a Colón después de sus viajes sin haber visto honrados los más significativos tratos, refuerza esta visión personal
Bernal Díaz del Castillo –uno de los cronistas de la época– esclarece los objetivos visibles y los encubiertos tras las publicitadas intenciones de nobleza y comenta que los conquistadores venían a América “por servir a Dios, a su Majestad y dar luz a los que estaban en tinieblas y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscan”.
A los hechos científicos recientes se unieron durante muchas décadas anteriores, fascinantes relatos de viajeros y comerciantes que habían llegado hasta las promisorias tierras del Lejano Oriente. El impacto de estas descripciones fue evidente en las empobrecidas regiones occidentales de aquella época. Así lo prometían las versiones de fantasía que los aventureros famosos habían descrito en publicaciones, cartas o simplemente de forma oral. Marco Polo, el Preste Juan (ilusorio personaje de la época medieval), el reino de Cipango (Japón) y otros nombres enigmáticos relacionados con las aventuras, mitos y leyendas, eran conocidos y muchos aceptaban su veracidad.
Entre ellas se destacó la de Marco Polo. Se afirma que las reseñas de ensueño en su Libro de las cosas maravillosas tuvieron una notable influencia en la obsesión del gran marino. Y a esos tesoros se dirigieron.
Todo comenzó un viernes, precisamente el 3 de Agosto de 1492, cuando el visionario explorador había partido del puerto de Palos con sus tres naves, para hacerse a la mar misteriosa y desconocida del poniente y sondear en el intrincado secreto de su derrotero con el fin de encontrar las tierras fabulosas que hasta entonces sólo se alcanzaban por el levante.
El primer viaje de la conquista pretendía hallar oro, plata, especias, joyas y otros tesoros, en aquellas tierras hacia donde supuestamente y por otro rumbo, se dirigió la avanzada.
Desandada la tortuosa y peligrosa trayectoria marítima e instalados a sangre y fuego en la geografía del nuevo escenario, los conquistadores se dispusieron a cumplir los objetivos que los movieron a escenificar la hombrada de cruzar el mar conocido aún como “tenebroso”.
Desde los primeros tiempos la profusión de oro y plata no aparecía ni aún con el saqueo y aunque las conquistas de las regiones de México y el Perú proporcionaron alguna justificación, el caudal esperado de riquezas era más una quimera que una realidad.
Las fuerzas se desencadenaron y el tesoro de estos parajes cobró formas que imprimieron un sello no imaginado antes de 1492. En todas las esferas de la vida de la sociedad aparecieron nuevos conceptos, y en la gastronomía, el impacto del tesoro americano fue concluyente, lo que posibilitó el surgimiento de una cocina a escala mundial en la cual los productos oriundos de estos lares inclinaron definitivamente el peso de las cocinas nacionales de la inmensa mayoría de los países hacia gustos solo conocidos desde entonces. ¿Quién imaginaría la cocina europea y de otros continentes no americanos sin maíz, papas, tomates o cacao? A los que podemos agregar otros como aguacate, ají o chile, calabaza, yuca, boniato o camote, frijoles, maní, papaya, piña, mamey, guayaba… o el pavo (guanajo), ejemplar privilegiado de la fauna americana que se posesionó de sitiales preferentes en los cuatro puntos cardinales.
Y aunque no clasifica entre los productos alimenticios, debemos una mención aparte para el tabaco. El cual abrió una inconmensurable caja de riquezas que ha ejercido una notable influencia abarcando cada confín de la tierra.
El Viejo Mundo abrió la puerta del Mundo Nuevo y casi sin ser advertido, apareció un acontecimiento cultural culinario universal sin precedentes, elevado a partir de los recién hallados productos americanos. A no dudarlo, este fue el más preciado tesoro encontrado por los conquistadores para entonces y para todos los siglos.
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