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La mochila antibalas

8 de agosto de 2019

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«Aquí esto es una locura. Todos tenemos miedo. No sabemos de dónde saldrán las balas ni cuándo comenzará el tiroteo. La gente tiene armas por millones y sin embargo el pueblo está indefenso».
Así escribió Lourdes a su familia en La Habana en un escueto correo que parecía estar «húmedo por las lágrimas».
Cuando supe del texto e indagué un poco más con una tía de Lourdes, de 37 años, madre de dos hijos y con residencia en Miami desde hace 21 años, me percaté de hasta dónde está llegando la locura y la incertidumbre en la sociedad estadounidense.
Me cuentan de la familia de York, un compañero de estudio en la secundaria de su hija Mary, una de las víctimas mortales cuando un joven de algo menos de 20 años de edad, entró al centro armado con un fusil y comenzó a disparar a diestra y siniestra. Siete adolescentes murieron y otros 17 resultaron heridos.
Las noticias de este tipo de repiten año tras año, mes por mes, y el luto sigue haciendo de la enferma sociedad norteamericana, un uniforme a la medida del sistema en que viven.
Por estos primeros días del caluroso agosto, los sucesos en El Paso, Texas y en otras dos ciudades, dejaron más de 30 muertos y decenas de heridos.
Cuando el presidente Donald Trump, un fundamentalista blanco con un discurso que inspira el odio y la xenofobia, visitó ambos lugares, la población la abucheó, le grito fundamentalista, casi que lo obligó a abandonar aquellas tierras con sus vientres abiertos por la violencia.
Ni una palabra del presidente ni de otros de sus halcones de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono, sobre las necesidad urgente que tiene el país de regular la compra y uso de armas por parte de la población. Nada.
La Asociación Nacional del Rifle está considerada en Estados Unidos como el mayor contribuyente por las multimillonarias cifras de dólares que ingresa a las arcas del país.
Además, el gobierno norteamericano cuenta con componentes fundamentales de esta Asociación, que hace lobby a favor de uno u otro aspirante a la presidencia. Para esos fines, las contribuciones resultan de miles de millones de dólares y el compromiso que establecen con los beneficiados dentro del gobierno, resulta un muro impenetrable como para que pueda existir alguna regulación a la venta y uso de armas.
Se calcula que en poder de los ciudadanos estadounidenses hay más de 60 millones de armas, desde pistolas y otras armas cortas, hasta los más modernos fusiles de uso en el ejército norteamericano.
Pero se trata de un país saturado de la cultura del consumo, del dinero, del negocio, sea cual sea.
Por eso resulta curioso pero no raro, que esta misma semana se haya producido una especie de «explosión» en la venta de mochilas antibalas para que sean usadas por niños y adolescentes durante su estancia en las escuelas.
Su costo puede oscilar entre los 100 y los 200 dólares y, por supuesto, serán los hijos de los ricos o de quienes tienen mejores condiciones económicas, los principales beneficiados con las susodichas mochilas. Ningún niño pobre puede protegerse con ellas porque sus familias no tienen como adquirirlas.
Resulta iluso pensar que con el uso de estas bolsas en las espaldas de los estudiantes, se podrá evitar que nuevos fundamentalistas, enajenados o no, conviertan a un centro escolar en un polígono de guerra.
El control de la venta y uso de armas, seguirá siendo una peligrosa asignatura pendiente para los gobiernos de Estados Unidos.

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