El universo que pinta Alicia Leal
26 de julio de 2019
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La primera vez que vi una pintura de Alicia Leal contaba con apenas 7 años. Llegó a mi casa una revista, de las que antaño se compartían en los vuelos de Cubana de Aviación. El cuadro ocupaba una doble página, y estaba repleto de personajes, casi todos de un solo color, conectados entre sí por miradas o entrelazados físicamente. A una niña de 7 años la obra decía muchas cosas. Abría una puerta infinita de fabulaciones, y la posibilidad de sentarse a descifrar quiénes eran esos seres, qué historias contaban, por qué estaban allí, era infinita.
Todavía los cuadros de Alicia Leal me despiertan esa fuerte atracción. Quizás no me fijo ya solo en la sirena cobriza de cabello negro sobre los hombros; ahora descubro la mirada de la mujer atrapada en el cuerpo de pez, que a su vez es muchas otras mujeres de la misma pintura, o es Alicia misma.
Sus cuadros cargan con una sutileza, fantasía y emotividad tan grandes, que en algunos casos parecen ser pintados por niños muy creativos, por seres divinos creadores de la humanidad misma, o por una persona de universo tan complejo que no hay forma de entender, a simple vista, que ese mundo detallado por cuidadosos trazos puede partir de la realidad misma.
Este jueves el espacio “Encuentro con…”, que convoca la Asociación Hermanos Saíz durante la etapa estival Arte en La Rampa, trajo como invitada a Alicia Leal. Solo una excelente entrevistadora como Magda Resik Aguirre puede conducir un conversatorio para conocer a fondo a una mujer tan fantasiosa, creativa y sutilmente tímida como Leal.
“Cuando se le pregunta a quienes la conocen, suelen hablar de un mundo interior muy rico, de una capacidad de fabulación, donde aparecen personajes, criaturas y seres que ella suele idear, imaginar y luego plasmar en su obra visual (…) Poseedora del don del color”, así presentó Resik a su invitada la tarde de este jueves 25.
Durante una hora de charla, el auditorio pudo conocer la raíz inspiradora de la artista, quien confiesa que algunas veces “mi propio trabajo tiene mucho que ver mucho con la literatura. Parto de ideas literarias que después plasmo y llevo a la obra plástica”, dice una mujer que en determinado momento de su carrera tuvo que decidirse entre pintar o escribir. Y que “culpa” a su pareja de toda la vida, el también artista Juan Moreira, por aconsejarle no desarrollar ambos caminos en paralelo, teniendo que elegir uno sobre el otro. “Con el tiempo he descubierto que se pueden hacer ambas cosas. Es cuestión de organizarse”.
Se trata de una mujer que llegó al arte por seguir el impulso que desde la infancia tenía hacia la pintura. “Yo soy hija única y mi mundo interior siempre fue importante (…) Mis familiares no tenían que ver con el arte, no formaba parte de sus proyectos de vida. Ni yo sabía que se podía vivir de la pintura. Pintar para mí era espontáneo y pensaba que todos los pintores hacían lo mismo. Estudié en una escuela militar, los Camilitos, y de adolescente un amigo se fue estudiar pintura y recuerdo que me extrañó muchísimo que eso existiera. (…) Con mucha timidez fui un día a preguntar a la Academia de Bellas Artes San Alejandro cual eran los requisitos para entrar y me enfoqué en lograrlo finalmente”.
“Cuando empecé, San Alejandro era una escuela más centrada en la Academia pura, muy de las técnicas del XIX. Hoy se estudian elementos más modernos, técnicas de arte digital, hacia lo conceptual también. El dibujo, sin embargo, sigue siendo la base, para cualquier artista, porque te da elementos para entender de qué va el mundo, para verlo de forma distinta”.
La Academia abrió consigo un nuevo universo de técnicas y colores para la niña en su momento autodidacta. “Mi paleta de colores era muy básica y con el tiempo descubrí que la infinidad del color es infinito, la riqueza cromática en cualquier aspecto o lugar (…) Se trata de adiestrar el ojo, así descubres que puede haber unos 200 tonos de grises que te expanden lo que ves y sabes del mundo”.
“Los cubanos son también de esa manera”, advirtió luego la artista, “llenos de matices. Tienen más de un tono para cada color. Unos se entregan más y otros menos, pero en sí mismos componen una realidad variada. Uno de esos tonos es la fiesta, la alegría”.
“El color viene también porque crecí en Sancti Spíritus en un entorno rural, una familia de campesinos, aunque muy de pequeña nos mudamos para La Habana. Tengo las vivencias del campo, de las historias familiares de tabaqueros y sus fincas. Esa atmósfera tuvo un rol muy importante en mi forma de razonar, en el pensar el de dónde viene y a dónde vamos que siempre forma parte de mí y mi trabajo.
Alicia Leal conoció a Juan Moreira en sus años de San Alejandro. El profesor, el artista, el elocuente creador, le enseñó que si no tienes un sello personal “te pierdes entre todos los artistas que existen”. Para encontrar y mantener ese sello, había que trabajar y trabajar. Es lo que han hecho ambos desde entonces.
“Si van a llegar las musas que me encuentren trabajando”, dijo Leal citando una frase que se le atribuye a Picasso y que resume esa, su filosofía, del trabajo constante como espacio de renovación.
Con relación a la diversidad de estilos de su trabajo, indicó que aunque a veces hay que distanciarse de lo que se hace para poder entenderlo y perfeccionarlo, la obra sigue siendo la misma, en las distintas maneras en que se plasme. “A veces pienso: ‘mira que llevo años pintando el mismo cuadro’, es como un cuadro que nunca se acaba que viene de toda la vida”. Cambiar de técnica para crear, cambiar el tipo de lienzo, es una forma de salir de la rutina para Alicia Leal.
La periodista Magda Resik le preguntó sobre el señalado carácter “ingenuo” con que algunos críticos han catalogado su obra, la que definió como un espacio de descubrimiento, de figuras imaginadas, de arraigo infantil, etapa en la que “no se ha perdido aún la sorpresa de la vida”. A esto, la artista le respondió que solo se trata de pintar la realidad, tan rica que no hay fantasía que la supere y solo hay que dejarse guiar. “Solo se necesita ser un poco receptivo para ver lo maravilloso que hay en el universo, en el mar, en la literatura, en la vida misma”.
“¿Está conforme Alicia con su obra?”, preguntó Resik.
“Yo siempre he tenido mucha curiosidad por el arte expresionista. Siempre he querido poder expresarme así. Admiro a Flora Fong que con un par de brochazos ya carga un cuadro de escenas y significados. Me gustan desde los expresionistas alemanes hasta el arte manufacturado latinoamericano”, expresó.
“En el camino me di cuenta, y algunos amigos me hicieron ver, que quizás esa no es mi fuerza.” La inspiración y la reafirmación vinieron de otras partes. Me volqué hacia la literatura, a mis abuelos, a la obra de Samuel Feijoó y sus trabajo sobre las obras naif de la cultura campesina, a la tradición indocubana e indoamericana, la religión, todo lo cual fue decisivo en mi reafirmación”.
Resik le preguntó cómo define lo cubano en su obra, a lo cual Leal señaló que dicha condición aparece desde que se hace en Cuba y se hace pensando su realidad y tratando de interpretarla, a través también de su historia y su literatura. Declaró que no se propone hacer una obra cubana, porque ya viene desde su propia concepción de la vida y de sus vivencias.
La Directora de la emisora Habana Radio hizo referencia a la figura de la Virgen del Cobre que aparece en la portada de la antológica obra de José María Vitier, “Misa Cubana”, de la propia Alicia Leal, para indagar en el rol de lo espiritual del pueblo cubano y su expresión en la obra de la autora. Leal comentó que esa experiencia le vino desde el tiempo que vivió en la Habana Vieja, de las costumbres y fe de las personas cercanas de la familia, como su madre, que siendo ella pequeña –y como muchas madres cubanas– le hizo una promesa a la Virgen a cambio de salud para su hija.
La Virgen del Cobre, “Cachita”, es una mujer más del infinito universo de mujeres que pueblan las creaciones de Alicia Leal. Las mujeres, los espectros, diferenciados en sus colores. Pieles blancas, negras, verdes; los animales, la naturaleza representada en árboles y flores. Esa suerte de semejanza inspiradora, latinoamericana, como si admirara autoras tan personales como ella, como Frida Khalo.
“Aunque uno no lo quiera, la obra siempre termina siendo autobiográfica, y esas mujeres pueden ser mi representatividad”.
“Muchas Alicias”, precisó Resik. “Como el hilo de Ariadna para escapar del laberinto del Minotauro”, señaló la artista.
Así de laberínticos son los universos que hace nacer de la nada esta Alicia que vive en un país de las maravillas, donde cada vivencia es un cuadro, y luego una foto, y más tarde la página de una revista, para terminar siendo inspiración.
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