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Cuando llegue el final

23 de julio de 2019

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Cuidadores-no-profesionales (Medium)

 

Comenzaba un día como otro cualquiera para Miriam. Como siempre, su mamá preparaba el desayuno de todos. Pero, esa mañana, no se escuchaba el trajín habitual de la cocina. Ante el silencio, caminó en esa dirección, y su corazón casi se detuvo cuando la encontró en el suelo… Un año atrás, el accidente cerebrovascular sufrido por la anciana, la incapacitó para una vida normal, aunque los médicos recomendaron un mínimo de esfuerzos, sin que perdiera el validismo total.  Por eso le permitieron andar por la cocina en horas tempranas. Tenían la esperanza de una recuperación. Pero ese último aviso les convenció de que había que dedicarse a su mamá. Entonces, en la casa se turnaron para atender a la abuela, mientras Miriam recibía clases en la Escuela de Cuidadores.

Nada ha podido suplantar la acción formadora y gratificante de la familia. Ni escuelas, ni instituciones sustituyen ese rico intercambio que se suscita en el hogar: aprendizaje de valores, normas de convivencia, patrones de conducta.

En la casa, generalmente, los “viejos” –abuelos o tías–, quedan al mando de las tareas domésticas convencidos de que les toca ese papel.

Pero, ¿qué ocurre cuando uno de esos puntales se quiebra por una enfermedad que exige atención?

Llegó el momento de demostrar la unión familiar y el concepto del deber ante aquellos que han vivido con absoluta entrega.

Pero, no todas las familias reaccionan igual. En el caso de Miriam, solo ella responde y satisface las necesidades físicas, emocionales y espirituales de su mamá. A pocos les gustaba repartirse, equitativamente, esas tareas y renunciar a sus propios intereses.

Aceptemos que no siempre se tiene la misma habilidad o fortaleza, y recargan a quien asume tal misión.

Es fácil imaginar cuánta angustia genera el conflicto, tanto para el enfermo como para a quien toca cuidar.

Como un árbitro para dilucidar tan compleja situación, Ana Margarita Espín Andrade, máster en Psicología de la Salud, ha transmitido muchas experiencias a las familias cubanas que recibieron sus clases de cómo atender al más débil, que por cierto, no siempre son los de más edad.

De sus charlas y conferencias, extraje lo siguiente:

“Los vínculos del anciano pueden variar de una familia a otra en dependencia de su historia anterior, de la estructura como grupo, de la personalidad de sus miembros y de otros factores. Hay que estudiar el tipo de relaciones entre enfermo y familia para detectar los aspectos más  vulnerables y convertir a ésta en una verdadera fuente de bienestar para el anciano.

“El trabajo en y con la familia constituye un instrumento privilegiado e imprescindible en la atención geriátrica. La permanencia en su marco de existencia es un factor ideal para contribuir a conservar sus capacidades físicas y psíquicas.

“Pocas personas están preparadas para renunciar por tiempo indefinido a su vida social y laboral en aras de la atención de un ser querido.

“Aprender, adiestrarse, no es solo brindar un cuidado integral al paciente. También constituye un soporte fundamental para ejercer esa sacrificada función con el menor costo emocional posible y la recompensa de no albergar remordimientos cuando llegue el final”.

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