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¡Saludos, Agnès!

29 de marzo de 2019

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Agnès Varda. Foto: Fadel Senna/ AFP.

Agnès Varda. Foto: Fadel Senna/ AFP.

 

A sus 90 años, Agnès Varda, la cineasta de origen belga, pero asentada en Francia, nunca dejó de ser noticia, ya sea por sumar un nuevo –y siempre trascendente título– a una filmografía superior a los cincuenta filmes, o por sumar algún galardón a su trayectoria. Ahora lo es por la desaparición física de quien es considerada como una de las últimas representantes de la Nueva Ola, ocurrida este viernes 29 de marzo.

Esta pionera del cine hecho por mujeres, esbozó en Las playas de Agnès (2010) un cuaderno de viaje con anotaciones sobre las vivencias más memorables de su vida, desde sus inicios como fotógrafa teatral hasta devenir partícipe activa de la nouvelle vague. No olvida en este documental laureado con el Premio César en su categoría, sus experiencias como feminista militante, sus incursiones en Cuba, China y Estados Unidos, y, por supuesto, el golpe sufrido por la temprana pérdida de su compañero, el realizador Jacques Demy en 1990. Fue nominado además al Premio al Mejor Documental otorgado por la Academia de Cine Europeo que en la edición 27 de los Premios Europeos del Cine, celebrada en la Ópera Nacional de Riga, Letonia, que en la noche del 13 de diciembre del 2014 le entregó el galardón especial a toda una carrera.

Los reporteros en sus reseñas de la ceremonia expresaron que Wim Wenders, presidente de la Academia, tuvo que ayudar a la «dama de la nouvelle vague» a subir al escenario, pero una vez allí, ella deslumbró al público asistente a la función de gala. Con su voz portentosa evocó a las mujeres que laboran en la industria cinematográfica y reclamó ayuda para todos los jóvenes que intentan abrirse camino en esta profesión en las circunstancias actuales. Este reconocimiento a su trayectoria nos incita a rememorar el fugaz encuentro con esta mujer de menuda estatura y ojos inquietos y expresivos, quien poco antes de otro aniversario del nacimiento del cine, manifestara en La Habana que «con toda certeza es el arte de nuestro tiempo, porque en una película se puede mostrar a la gente sus contradicciones y los conflictos del mundo actual».

Adquiere especial connotación escucharlo en boca de alguien que legó al séptimo arte títulos tan significativos como Cléo de 5 a 7 (Cléo de 5 à 7, 1962), La felicidad (Le bonheur, 1964), premio Louis Delluc, o Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985), laureado con el León de Oro en el Festival de Venecia, con la perenne premisa de que el espectador sea parte activa de sus películas.

 

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La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le otorgó en el 2017 un Oscar de honor por la obra de toda una vida y en el pasado 69. Festival de Berlín recibió una de las Cámaras de Honor del certamen que programó en una función especial fuera de concurso Varda par Agnés, devenida su última película. Agnès Varda es de esos creadores que hace, crecer, con su vital obra, honestidad y modestia, su aparentemente frágil figura. Al cabo de tres décadas de su primera visita a nuestra isla, estancia reflejada por medio de la edición de centenares de fotografías tomadas entonces en el cortometraje Saludos cubanos (Salut les cubains, 1963), la directora de Las criaturas (Les créatures, 1965) confesó conservar de la «vieja Nueva Ola la voluntad de divertir al público, incluso con las películas serias». He aquí la entrevista que me concedió entonces:

 

¿En qué forma artistas como Jacques Demy y usted, que compartieron un hogar, se influenciaron e influyeron a la hora de crear?

No es un secreto que viví con Jacques Demy más de treinta años y cuando nos conocimos fue en un festival de cortometrajes en el cual yo presenté el documental Du côte de la côte, mientras él exhibió un corto basado en un texto de Cocteau, Le bel indifférent, pero él no fue indiferente a mí. Y como ya él había filmado Lola, su primer largometraje, y yo dos cortos, ya ambos nos encontrábamos en nuestro propio camino, y pienso que en lo absoluto nos influenciamos ni yo a él, ni él a mí, porque no teníamos primeramente la misma concepción del cine.

La única concepción común que teníamos era la de no hacer una carrera por hacerla, de no buscar la facilidad, el dinero y la tontería. Pero en lo esencial su cine era extremadamente distinto al mío; para ejemplificar diré que él escogía historias muy realistas, muy sentimentales y melodramáticas, pero las trataba de una forma no realista por completo. Es el caso de Los paraguas de Cherburgo para la que prefirió una forma increíblemente lírica con la música de Michel Legrand, con una escenografía rosada, naranja, roja, con mucho color. Su cine está dentro de esa contradicción entre el fondo y la forma particularmente no realista, presenta también en musicales como Las señoritas de Rochefort, salvo en Un cuarto en la ciudad que también es una película cantada, con una música muy bella compuesta por Michel Colombier, en la cual el lirismo contiene un poco la violencia de su tema muy interesante, el de las grandes huelgas en Nantes que Demy conoció a través de su padre, y en medio de esto el amor entre un huelguista y una mujer de procedencia burguesa y un poco puta.

Y existe tal diferencia, tal divorcio entre la gente, de medios, diferencias en el sentido de los valores que encontramos en todas sus películas, es una base muy realista.

A mí siempre me gustó hacer documentales, y siempre los hice. Las ideas que he tenido se basan en historias sencillas, no hay mucha acción ni melodramatismo, pero la forma que le doy a mis películas, incluso la textura, está hecha de verdades. Por ejemplo, en Sin techo ni ley hay tres actores y todos los demás son gente del campo. En Jacquot de Nantes solo son actores el papá y la mamá y el resto son trabajadores de otras profesiones. Prefiero trabajar con intérpretes no profesionales, porque de este modo pueden tener un comportamiento, gestos y formas de actuar que me proporcionan a mí la satisfacción de lograr algo real. En la forma de trabajar y en la verdad de la gente que está ahí, el momento de la filmación se convierte en un momento de verdad. Me parece que esto permite al público encontrar cosas que ya ha sentido en su propia vida, es decir, volver a sentirlo y siempre en mis películas dejo un espacio, un poco de lugar para que cada persona exista por sí sola con sus ideas, sus sentimientos, sus reflexiones y eventualmente, su rechazo.

 

Agnès Varda y Jacques Demy

Agnès Varda y Jacques Demy

 

Nuestros modos de trabajar eran tan distintos que no teníamos muchas posibilidades de influenciarnos, pero también por respeto del uno hacia el otro, no asistñamos mucho a nuestras respectivas filmaciones, escribíamos por separado y luego nos lo mostrábamos cuando estaba terminado, pero sí hablábamos de las películas de otros cineastas. Jacques Demy siempre quiso venir a Cuba, donde sabía que era muy apreciado, pero ahora es el pequeño Jacquot el que viene.

La evocación de la infancia y adolescencia en un garaje de Nantes, del futuro director de Los paraguas de Cherburgo, empecinado en ser cineasta frente a la pretensión paterna de convertirlo en mecánico, es el punto de partida de Jacquot de Nantes (1991), largometraje de Varda consagrado a la memoria de su compañero por tantos años, que asistió a su proceso de gestación, y al que el 13. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en diciembre de 1992 rindió tributo. Ella trajo consigo la copia restaurada de Los paraguas de Cherburgo, orgullosa y satisfecha de intervenir y supervisar este proceso con el propósito de obtener los colores originales tan apreciados por Demy. Sobre Jacquot de Nantes declaró:

«Mi filme es la historia de un muchacho de buen humor, en una ciudad donde se canta mucho. En aquel momento no había ni radio ni televisión y tampoco había mucho que comer, sin embargo, todo el mundo cantaba, escribían las letras en un papelito y lo pasaban de mano en mano; es algo que ha desaparecido, pero en todos los talleres, en las fábricas y en las calles, todos cantaban. No estoy tratando de minimizar el drama de la guerra, porque todo el tiempo no fue dramática. Yo la conocí y también me divertí mucho, no todo el tiempo, claro.

 

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Jacques logró mantener y guardar su voluntad, su deseo, su vocación de hacer cine sin tener ni el dinero, ni las relaciones, ni ningún conocimiento del medio, ni ninguna educación cultural específica. La única educación como cinéfilo que tenía era la de ir al cine desde los trece meses; sus padres lo llevaban y si lloraba un poco le metían el biberón en la boca. Es decir, que él creyó que vio películas al mismo tiempo que tomaba su leche. Y esto fue posiblemente lo que le provocó este deseo tan grande de convertirse en cineasta. Cuando era un adolescente y en ocasiones ayudaba a su padre en el garaje a cambiar un neumático, se le olvidaba poner la cámara y entonces lo regañaba y le preguntaba: “¿Qué te pasa? ¿Qué estás haciendo?”, y Jacques respondía: “Estoy pensando en Hollywood”. Y pensar que este niño veinte años después estaría en Hollywood filmando una película, Model Shop, pero decidió regresar a Francia. Hizo muy bien, porque siguió realizando muy buenas películas francesas». (Continuará)

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