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El fantasma del socialismo

21 de febrero de 2019

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“Un fantasma recorre América: el fantasma del socialismo y del comunismo”. Tal afirmación, para algunos sorprendente, no es atribuible a Fidel Castro, ni a Hugo Chávez. ni a Hugo Chávez. ni a Che Guevara, ni a Salvador Allende. Tal sentencia acaba de dictarla en Miami el presidente de los Estados Unidos de América, la potencia imperialista más poderosa y depredadora que ha conocido la humanidad hasta nuestros días.

Al cabo de casi treinta años del llamado “derrumbe del muro de Berlín”, que simbolizó la desaparición de la Unión Soviética y la desintegración del campo socialista europeo, cuando el teórico del capitalismo Francis Fujiyama decretó el fin de la historia y la eternización del capitalismo como sistema, el extravagante y pintoresco mandatario yanqui consideró llegado el momento de utilizar al socialismo y al comunismo como herramienta amenazadoras con fines electorales internos y con propósitos imperiales externos –todo de una sola vez– confirmando así su carácter de “mentiroso patológico”, como lo calificara Bernie Sanders.

Aparentemente agotados el “terrorismo” y el “islamismo” como pretextos suficientemente convincentes para poner en práctica las más criminales y desfachatadas aventuras imperialistas y el privilegio de los reducidos grupos más poderosos económicamente –en particular al connotado complejo militar-industrial– resurgen en boca de Donald Trump los viejos argumentos macartistas que caracterizaron a la política estadounidense de finales de los 40 y la década de los 50.

Era lo poco que nos faltaba para coincidir, en ese sentido, con los años de la guerra fría cuando el tristemente célebre, senador Joseph Mc Carthy desató una irracional histeria anticomunista que alcanzó a todos los niveles de la sociedad norteamericana, en especial a los intelectuales y artistas, y a sectores del propio gobierno.

Muchos opinan, sin embargo, que esta vez ni el macartismo de Trump es sincero pues sirve para encubrir otros objetivos de política interna, mayormente electorales y con vistas a una ansiada reelección que empieza a ver en peligro.

Para disfrazar propósitos imperiales de política exterior la argumentación puede parecer ridícula y desfasada, aunque persigue recoger los frutos de las demenciales campañas antisoviéticas de los viejos tiempos, aún enraizados en la mentalidad yaqui, aparentemente cambiante pero en realidad conservadora y estática.

Tanto el socialismo como el comunismo recibieron los honores de ser casi treinta veces recordados como amenazantes alternativas por el presidente de Estados Unidos, cuando sus propios voceros oficiales se refieren a ellos como doctrinas muertas y enterradas que ya nada tienen que ofrecer.

No cabe duda de que hay una flagrante contradicción entre ellos, que tendrán que arreglar o esclarecer.

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