De los relojes de cuerda a los digitales
12 de enero de 2019
|Los dedos arrugados recorren el esqueleto duro de la Singer; es lo que queda de la máquina de coser. El tiempo pudrió las maderas y todo lo demás. Más que tocarla, la acaricia como si estuviera acariciando a la abuela querida. Cierto escozor la envuelve al recordar la atrevida proposición del nieto mercantilizado. La venta de la Singer a algún turista coleccionista de antigüedades. Es digno de lástima. Hoy todos los objetos envejecen de un día para otro. Posiblemente él tiró a la basura el primer telefonito regalado con esfuerzos por el padre. Y cuando sea un anciano no podrá acariciarlo y evocar su alegría y el rostro sonriente del progenitor, como hace ella ahora escuchando a Barbarito Diez.
Recuerda. Y olvida los dolores provocados por la rodilla caprichosa que sin contar con ella y en rebeldía de músculos, tendones y demás, se dobló en el baño y la hizo caer. El mulato erguido e impasible la hace vivir una realidad que solo vivió en la voz emocionada de la abuela por esa voz de Barbarito cuando aquel danzón escuchado en el radio Philips holandés legítimo y de larga vida en la familia, la hacía evocar a ella también, años más lejanos, en el baile de la Sociedad de Torcedores; al compás de ese danzón, lograron acercar los cuerpos dos jóvenes, quienes se convertirían en los abuelos recogidos en las fotos desvanecidas por el tiempo. Sus figuras han adquirido la levedad de los espíritus ahogados en vasos de agua que no les permiten ni siquiera ahí una mínima existencia tranquila, dada la lucha contra los corpóreos mosquitos.
Del clásico radio soviético Selena, orgulloso por ser de los últimos entrados, vencedor en las manos de tanto técnico improvisado, le llega la voz de Haydée que no denigra la canción de su padre a una mujer que no fue su madre y la rellena de esa dulzura melancólica y “blusera” heredada del progenitor. No puede respirar profundo porque los pulmones solo permiten entradas cortas de aire, pero todavía le permiten estar en éxtasis cuando en un programa cumplidor de peticiones y de contra el entusiasta locutor le asegura que les gustará a todos, en ritmo hecho para la alegría y diversión total, le recuerdan que existe “una cosa mala” con rotundo ataque a la salud humana. Que los viejos se ericen y toquen madera ante el peligro de un derrame cerebral es comprensible, pero que los jóvenes bailen y salten al compás de esa “cosa mala” atacante, no lo entiende.
Respira corto, pero respira todavía y para que no le de “la cosa mala” y sabiendo que no puede cambiar al mundo, se consuela con esta sentencia que no recogerá ningún psicoterapeuta: “Ni los relojes de cuerda, ni los digitales, marchan hacia atrás”.
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