A pie por las calles habaneras
23 de noviembre de 2018
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Las calles de La Habana conservan un encanto especial, que las convierte en fehacientes testimonios del devenir de una ciudad que, muy pronto, festejará jubilosa su medio milenio de vida.
Numerosos resultan los recuerdos, las remembranzas, las memorias, que se atesoran sobre las populosas calles de la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.
He aquí algunos de esos textos, salvados del olvido, en que poetas, periodistas, historiadores, narradores, de diversas generaciones, invitan a pasear a pie por las calles habaneras.
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Habana del Centro
Manrique y Lealtad de mis niñeces,
Concordia, Malecón, Perseverancia,
bocacalle marina, junto a la droguería
Danhauser, con nombre de ópera.
Pequeños comercios de la calle transversa.
Campanilla del tranvía, entre la madrugada.
Ruido de la puerta de hierro de la carnicería.
Descascarados rosa y verde pálido
de la alta pared. Sombra amiga del libro
sobre el asiento de rejilla.
Almidón de los trajes colgados
en la lavandería de los chinos
(y el medio de galleticas de plátano).
Fuerte olor de algas podridas, costas.
Olas blancas batiendo el oscuro arrecife.
Y entre los azulejos verdi-blancos,
el pescado en la gran pesa romana.
Cine Neptuno de los pastelillos.
Larga calle de Águila. Se «realizan» telas.
Tablita de «Se alquila» en el balcón.
(Pasa el camión de la mudanza.)
Fina García Marruz
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Crespo
Según José María de la Torre, debe su nombre al abogado, oidor, síndico y catedrático D. Ignacio Crespo y Ponce de León, natural de La Habana y uno de los fundadores de la Academia de Jurisprudencia, de la que fue secretario en 1831.
Se denominó también Del Recreo, por los baños de mar titulados El Recreo o De Romaguera.
Después de la caída de la dictadura machadista y ocupando la presidencia el Dr. Ramón Grau San Martín, tuvo lugar, el 14 de enero de 1934, un acto público para colocar en la esquina de dicha calle con la de San Lázaro una lápida de mármol que decía así: “A México.—El pueblo de Cuba agradecido por su cooperación al gobierno revolucionario del Dr. Grau San Martín.—Enero XIV, de MCMXXXIV.—Octavio R. Spíndola”. Aunque no hemos encontrado ni en la Gaceta Oficial ni en el Boletín Municipal que se tomara acuerdo alguno por el Ejecutivo o por la Alcaldía, en los periódicos Ahora y El Mundo, del día 15, aparece que el día anterior “se celebró la ceremonia de cambiar el nombre de Crespo por Reyes Spíndola”, y en el número de Carteles del día 21 se dice que “como homenaje a México por haber sido el primer país que reconoció al Gobierno revolucionario del Dr. Grau San Martín, se dio el nombre de Reyes Spíndola, Encargado de Negocios de México a la antigua calle de Crespo”. En los primeros días del siguiente mes de febrero fue destruída dicha lápida por unos desconocidos.
Emilio Roig de Leuchsenring
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Apodaca
Todavía despoblada,
brillando en el corazón sin habla
de la peregrina,
entro hacia tus corrientes
sumida por ahora bajo las presiones
de un golfo mudo
que toca el fondo de las islas.
Un mono pequeñito
asoma sus ojazos de lechuza intranquila
y acecha en la penumbra la sombra de la Reina;
monito vivaz
como un colibrí chiapaneco.
Y un gavilán levanta vuelo.
Transcurren las horas
como un agua tibia que saltara entre piedras,
ante cada puerta vieja,
ante cada umbral de humo,
entre vitrales cenicientos y rejas escondidas,
destartaladas,
enrojecidas por el sano viento del Prado.
Y rueda la mañana
para que esta peregrina vaya recorriendo
la estrecha y larga calle habanera que llaman
Apodaca
Nancy Morejón
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Más tarde al cesar algo las incursiones de los bandidos, la ciudad se fue agrandando, y alrededor del núcleo de las cuatro vías principales, se crearon nuevas calles. El origen de los nombres que ostentan aún algunas de ellas, es bastante curioso.
La de Tejadillo, se llamó así por una casa que se distinguía por su pequeño techo de tejas, siendo el de las demás de guano.
Empedrado o de lo Empedrado, por haber sido la primera calle empedrada (en el tramo comprendido entre la plaza de la Catedral y la de San Juan de Dios).
Sol, porque había pintado un sol en la esquina de Aguacate.
Lamparilla, por una lamparilla que un devoto de las ánimas encendía todas las noches en su casa, situada en la esquina de la calle Habana.
De las Damas, por las muchas jóvenes que se veían en ella.
Calzada de San Lázaro, porque conducía al hospital de este mismo nombre, construido en 1746. Está unida a una leyenda curiosa: en una de sus casas vivía un tal Mitchell, que había construido unos subterráneos para ocultar contrabando, y en 1823, un genovés estableció en estos mismos subterráneos una máquina con la que quitaba la vida a los que atraía en su morada y hacía con ellos chorizos (sic). Se empezó a poblar esta calle por el año 1815, sufriendo mucho sus casas en los temporales.
Alejo Carpentier
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Calle de la Concordia
En mi memoria guardo un balcón que flotaba
sobre una brisa fresca de poderoso aroma
de sal y yodo limpios, sanadores,
benéficos sahumerios generosos.
Muy cerca, el mar lejano susurraba en las noches.
En las mañanas, blanco,
un espumear de olas ungía el arrecife.
El balcón de baranda de hierros y madera
era como una nave bogando entre vecinos
sobre los transeúntes casuales de la calle,
la calle de pregones cotidianos,
puesta en escena de una misma zarzuela.
Era una vida simple, tanto como el misterio
del ciclo de los días y las noches,
de repetir los nombres familiares,
de jugar y dormir
para entrenarse bien en el arte de ser.
Pero tenía entonces un hada de aventuras,
de paseos a un parque protegido y seguro
donde ser un jinete en carrusel sonoro.
Audaz, sí, el vuelo en la elevada estrella,
alta rueda girando, siempre en el mismo punto,
para subir y descender, volver al sitio de partida.
Luego era el regreso, desandar el camino
hacia el quieto balcón de las miradas
para seguir el curso de los días,
vistos cruzar asido a los barrotes,
hasta que el hada buena apareciera
otra vez con el parque, la estrella, el carrusel.
Rolando López del Amo
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¿Sabía usted que la aristocrática aunque muy venida a menos calle O’Reilly fue en un tiempo la calle Honda o del Sumidero, del Basurero y de la Aduana? ¿Qué una calle de tanto ringo rango como Teniente Rey fue antes la calle de Santa Teresa y de San Salvador de la Horta y que nunca hubo allí teniente real alguno sino un avispado teniente de gobernador que vivía en la esquina con la calle Habana de apellido Rey que terminó dando su nombre a la vía? ¿Qué Bernaza es Bernaza por un tal José Bernaza que tuvo en ella una panadería? ¿Qué San Ignacio fue antes la calle de la Ciénaga por la que existía entre el cuartel de
San Telmo y la Catedral? ¿Qué las decenas de artesanos que se radicaron en Oficios entre la Plaza de San Francisco y la de Armas terminaron por dar nombre a esa calle? ¿Qué Muralla fue la calle Real y que uno de sus tramos se bautizó como De la Cuna?
Ciro Bianchi Ross
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Los nombres de las calles
Ciudad de ojos mohosos,
con piedras mira el tiempo aún,
agarrarse al instante, afincarse contra la muerte.
Y cuántas desventuras
y cuántos ojos apagados
chorrean de los nombres!
Calle del Empedrado –así de vidas el tiempo.
Neptuno, ciego, que no ve el mar.
Calle de los Oficios (el hombre es sus oficios).
Obrapía (¿qué obró el amor en tiempos de odio?
Y calle de las Ánimas –¿tus ánimas?–.
Amargura: basta tu ronco nombre.
Egido sin palomas, la blancura entre todos.
Y calle de la Espada, tácita herida.
No está la calle del espejo.
Del Hospital: miseria bajo flores.
Infanta (qué remota inocencia de tus aguas salobres).
Y de la Reina (tú, luna en el mar).
Calle del Monte a qué te empinas.
Y Rayos esperando bajo tu femenino corazón.
Del Indio (muerto ya, ciega nube).
Y del Marqués y del Marqués de infamias.
De la Muralla donde terminas en el tiempo.
Y de los Mercaderes de idiomas ácidos.
Y de los Ángeles (ya no hay la lucha con el ángel).
Calle de tus oscuros animales
y calle con claridad haces tu vida
y calles aturdidas de amor
y calles sordas y otras ciegas
o de no decir nada.
Y calle boca de tus frutas
y calle cesta de atravesables fuegos
o calle red de abstracción en tus aguas
y calles nombre de tu oliente dulzura
y la calle que nombra mi soledad
pero que callan un albañil y un carpintero
y no terminan en la muerte.
Francisco de Oraá
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