Juan Ramón Jiménez
28 de noviembre de 2018
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Juan Ramón Jiménez no arribó a Cuba por La Habana. Desembarcó en Santiago, el día 30 de noviembre de 1936, y desde la hospitalaria ciudad del oriente se vino para acá, en compañía de su esposa Zenobia Camprubí, también escritora y además traductora. Juan Ramón andaba próximo a cumplir 55 años y lucía su habitual barba de color castaño oscuro, tal como acostumbramos verlo en las fotografías de archivo.
Fue la Institución Hispano-Cubana de Cultura presidida por Fernando Ortiz, la que lo invitó a llegarse por la Isla, donde impartió varias conferencias sobre la poesía española contemporánea, sobre Ramón del Valle Inclán y otros temas. La visita de Juan Ramón y de Zenobia fue de veras importante para el movimiento literario cubano, en el cual ambos se insertaron plenamente, pues la obra de Juan Ramón había cruzado el mar y era uno de los poetas más admirados en Cuba.
Fue precisamente a instancias del autor de Platero y yo que se libró la convocatoria para el Festival de la Poesía Cubana, cuyos premios se leyeron el 14 de febrero de 1937 y posteriormente se editaron con un prólogo de Juan Ramón.
El poeta se sintió en Cuba como en casa, pues en cierta ocasión dijo: “La Habana está en mi imaginación y mi anhelo andaluz, desde niño. Mucha Habana había en Moguer, en Huelva, en Cádiz, en Sevilla.”
Y tan bien se sintió que salvo alguna que otra interrupción para salidas al exterior, Juan Ramón permaneció en Cuba hasta enero de 1939. Él, que nunca fue hombre de barricadas, sí estuvo muy compenetrado con las inquietudes sociales, en tiempos tan convulsos como los de la dramática y muy sangrienta Guerra Civil en España.
En declaraciones publicadas por la revista Bohemia, Juan Ramón expresaba: “Yo no he sido nunca político activo, no lo soy, pero mis simpatías han estado siempre con las personas que representan mejor, por su calidad intelectual y moral, la República democrática española.”
A las tertulias literarias que en torno a Juan Ramón y a Zenobia se nuclearon, asistió buena parte de la intelectualidad cubana de la década del 30, y entre quienes le ofrecieron su amistad estuvieron la familia Loynaz del Castillo, Emilio Ballagas, Cintio Vitier, Juan Marinello, José Lezama Lima, Eugenio Florit, José María Chacón y Calvo y Fernando Ortiz.
Párrafo aparte merece la admiración de Juan Ramón Jiménez por la vida y obra de José Martí. Ello le permitió expresar que, “además de su vivir en sí propio, en sí solo y mirando a su Cuba, Martí vive (prosa y verso) en Rubén Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, este legado.”
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