Para saber envejecer
30 de julio de 2018
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“Toda edad es pesada para aquellos en quienes no hay ningún recurso en sí mismos
para vivir bien y felizmente”.
(Cicerón, filósofo de la antigüedad)
Sabio concepto aplicable a los débiles de pensamiento, pero, muy conveniente, para quienes ven acercarse con miedo la vejez.
Si bien es cierto que llegar a la tercera edad presupone un regalo de la vida, hacerlo con la mente clara y el cuerpo sano, constituye el verdadero desafío que debemos asumir con total conciencia, ya que, independientemente de los más íntimos anhelos de “no ponernos viejos”, día tras día avanzamos hacia el camino de la longevidad.
Sabemos que con el paso de los años se sufren cambios morfológicos, psicológicos, bioquímicos y funcionales, diferentes, claro está, en cada individuo, pero que, intuitivamente, vamos conociendo, ya sea porque lo notemos en quienes tenemos alrededor, o los descubrimos en nosotros mismos.
Observamos, por ejemplo, cómo la piel pierde flexibilidad, elasticidad y empiezan a aparecer las arrugas; el pelo se torna blanco al aflorar las canas; asimismo, el tronco se vuelve más grueso y las extremidades más delgadas, debido a la disminución de la altura de los cuerpos vertebrales; a la vez, hay un incremento en la curvatura de la columna, lo que motiva ese aspecto inclinado que caracteriza a la ancianidad.
Sin embargo, ninguna de esas transformaciones debe opacar el milagro que encierra esa nueva etapa evolutiva, pues las limitaciones físicas y mentales no constituyen obstáculo que no seamos capaces de vencer, por tanto, hay que presentar un óptima batalla.
Hay distintas formas de lograrlo: dejar a un lado el miedo, la inseguridad y la desconfianza; la sabiduría del anciano debe imponerse para aceptar la realidad y superar esas limitaciones. Agradecer “saberse vivo” y buscar en el rostro y en el cuerpo, la belleza que los cambios no han podido opacar.
Ahora bien, es premisa indispensable adoptar hábitos y costumbres diferentes a las mantenidas hasta ese momento, para estar acordes con las sucesivas condiciones que debemos enfrentar.
Llegó el momento de eliminar prácticas que propician múltiples trastornos con el consiguiente deterioro del organismo. Digamos, erradicar el tabaquismo, definido como enfermedad crónica no transmisible y adictiva, responsable, entre otros, del cáncer, padecimientos cerebrovasculares, respiratorios, hipertensión arterial, elevación del colesterol, malnutrición, disfunción eréctil, impotencia, y ateroesclerosis.
Hay que romper los esquemas referentes a la alimentación y suscitar renovaciones que faciliten la ingestión balanceada de mayor aporte nutricional.
Comer opíparamente resulta perjudicial para la salud, provoca disminución de la capacidad motora y favorece la obesidad, entre otras afecciones, muchas de ellas, fatales.
De igual forma, la tradición de dormir al mediodía debe variar en la vejez, pues aunque los “abuelos” tienen un sueño muy frágil, hay tendencia al insomnio durante la madrugada. Por tanto, los especialistas recomiendan solo una “siestecita”, que no exceda de 30 minutos, para dormir mejor en la noche.
En cuanto a la realización sistemática de ejercicios físicos debe constituir una prioridad, ya que proporciona bienestar al cuerpo y la mente, para que se mantengan activos, y sobre todo, saludables.
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