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Fascismo renovado y fortalecido

5 de julio de 2018

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No hay mucho que diferencie a la extrema derecha y el fascismo cada vez más presente y fuerte en Europa, en la que se prohíbe hipócritamente el saludo a lo nazi en Francia y Alemania, pero no en España, donde los hijos del franquismo utilizan el ropaje patriotero para exaltar la unidad de España ante las ínfulas independentistas catalanas.

La cierto es que ambas reaccionarias tendencias extremas se aproximan en una buena parte de sus “radicalizados” programas, ya que integran la exaltación nacional y la defensa de una identidad excluyente conceptualmente cercana a la idea de raza y a la identificación del pueblo patria.

Así observamos el  ascenso de los partidos ultraderechistas en Europa. Políticos de la talla de Marine Le Pen (Frente Nacional francés), Nikos Michaloliakos (Amanecer Dorado de Grecia), Gianluca Iannone (Casa Pound italiano), Frauke Petry (Alternativa para Alemania), Norbert Hofer (Partido de la Libertad de Austria) o Timo Soini (Verdaderos Finlandeses) aprovechan el resquebrajamiento de la Unión Europea para difundir sus ideas antieuropeístas, xenófobas y, casi siempre, teñidas de islamofobia y/o antisemitismo.

El politólogo español Josep Ramoneda recuerda las palabras del antropólogo francés Emmanuel Terray para situar este movimiento en el panorama europeo: “La extrema derecha se mueve en el espacio intermedio que separa a la derecha clásica del fascismo”.

El también periodista sostiene que la derecha democrática se mueve entre los parámetros del llamado neoliberalismo económico y el conservadurismo social. En este contexto, afirma, “la extrema derecha representa la radicalización de los valores conservadores para encuadrar a unas clases medias y populares que se sientes abandonadas e indefensas”.

Frente a quienes consideran que Le Pen, Trump, el independentismo catalán y Podemos tienen en común que son populistas y antisistema, Ramoneda apunta que los dos primeros “no tienen nada de antisistema”, sino que constituyen el plan B autoritario del sistema a través del discurso “antiélites”. Sin embargo, “el independentismo catalán será anticonstitucional, pero sumamente respetuoso con el sistema económico y social”.

Es posible, pienso, que algunos dirigentes del movimiento progresista español Podemos hayan hecho suya la idea de populismo para identificar la construcción de un nuevo relato de base popular, pero que poco tiene que ver con el uso descalificado que se hace de este término y con los otros movimientos identificados como tales. Es decir, a mi manera, de ver es “otro” populismo.

Pero lo real es el lamentable auge de la extrema derecha y el neofascismo en Europa, lo cual hace recordar aquel fracasado intento de una endeble e inconsecuente socialdemocracia posterior a la Primera Guerra Mundial que hizo posible el ascenso del nazismo en Alemania, con todas las consecuencias fatales que de ello se derivaron.

 

Capítulo español

Por estos meses hemos asistido al intento de independencia catalana, contrarrestados por el anterior gobierno del Partido Popular, fiel heredero de las ideas franquistas, cuyos simpatizantes integran en gran medida formaciones de la ultraderecha que se manifestaron en Barcelona a favor de la unidad de Cataluña.

Esta situación ha vuelto a situar el foco en una pregunta recurrente hecha por estudiosos desde hace tiempo: ¿Por qué no existe un partido de extrema derecha en España con representación parlamentaria como sí sucede en el resto de Europa? Y más recientemente, ¿puede, al amparo de los acontecimientos en Cataluña, surgir un partido de extrema derecha con audiencia electoral?

A principios de la década de los ‘70, la gran mayoría de los europeos pensaba que el renacimiento de las organizaciones fascistas se articularía en torno a los restos de las dictaduras mediterráneas (Portugal, Grecia y el Estado español). El tiempo ha demostrado lo contrario, salvo el caso particular de Grecia, que en los últimos años ha visto como Alerta Ortodoxa Popular (LAOS), y Amanecer Dorado después, han conseguido una importante representación parlamentaria. Tanto en Portugal como en el Estado español, las opciones partidarias vinculadas al espectro de la ultraderecha han cosechado tradicionalmente los peores resultados electorales del continente.

Empero, no debe menospreciarse la influencia social, la permeabilidad y constancia del discurso, así como la capacidad de movilización de la ultraderecha en sentido “amplio” en el Estado español. Durante la Transición su presencia en la calle fue muy notable, cercana al millón de personas. En 1982 la ultraderecha representada por el Frente Nacional perdía el único escaño que ha conseguido hasta el momento en el congreso, iniciando una travesía por el desierto extraparlamentario que dura hasta nuestros días.

Los fracasos electorales que han acompañado hasta la fecha a la ultraderecha española no nos deben de confundir sobre su potencialidad. Como indica el investigador Ferrán Gallego, el fracaso electoral de la ultraderecha “no significa, desde luego, que los valores propios de la extrema derecha no se encuentren en zonas diversas de nuestro arco institucional, ni que una base electoral que en otros países da cuerpo a esas formaciones no haya tomado caminos distintos en nuestro país”.

De hecho, esta situación ha enmascarado una realidad que permanece soterrada en la sociedad española: la permanencia de un franquismo sociológico neoconservador y xenófobo que, sin expresión política dentro de los parámetros estrictos de la extrema derecha, se diluye en el interior de un Partido Popular “acogedor”, hoy corrupto y golpeado. Pero este es tema para otro comentario.

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