Un porvenir poco optimista
12 de mayo de 2018
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El pueblo colombiano tiene el compromiso de elegir un nuevo presidente el próximo día 27, y solo uno de los candidatos tienen en su programa algo de la consolidación de la paz, mientras los demás, incluso los más progresistas, no hacen mención de ello.
Ello ocurre en los momentos en que La Habana vuelve a ser sede de conversaciones de paz entre el gobierno de Santos y un grupo guerrillero, esta vez el Ejército de Liberación Nacional, el cual, al parecer, ha aprendido la mala lección dejada por un hecho similar de Bogotá con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las cuales entregaron sus armas, cumplieron con el convenio y aún están esperando que el régimen haga lo mismo con el 85% del documento que llevó cuatro años de trabajosa negociación.
Ante el “peligro” del avance de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales, la derecha ha lanzado una campaña del terror, acusándolo de “Castro-madurista”, teniendo a su favor todo un espectro desinformativo para evitar que el más progresista de los candidatos pueda ir a segunda vuelta, teniendo en cuenta que las encuestas no dan un ganador con más del 50% de los votos.
Sin dudas, el programa de Petro es el más completo, inteligente y revolucionario, seguido de lo programado por el centroizquierdista Sergio Fajardo, quien llegó a liderar las primeras encuestas.
Ello hace que la derecha haya comenzado a aliarse, con el fin de no dejar margen a nadie que le entorpezca sus intereses, que son los de los latifundistas, los narcotraficantes, la oligarquía y el imperialismo, de ahí que se hace muy difícil que alguien que de verdad quiera al pueblo se convierta en Presidente de la República.
Lo que hay que tener en cuenta
Este es un año clave en la historia política de Colombia, y es que los comicios de este 27 son los primeros del posconflicto. Para comprender el contexto de esta elección clave es preciso tener en cuenta cuatro elementos fundamentales que caracterizan la política colombiana y ordenan la competencia electoral:
El sistema político colombiano presenta una alta concentración del poder en un reducido grupo de familias tradicionales, una élite cerrada y socialmente homogénea. A diferencia de sus vecinos Ecuador y Venezuela, y de la mayor parte de los países de la región, en Colombia nunca se produjo un proceso emancipador en el que las élites se vieran forzadas a abrir espacio a las demandas de los sectores populares para incluirlas en su proyecto de país.
Lo que más cerca estuvo de eso fue la emergencia del liderazgo popular de Jorge Eliécer Gaitán, cuyo asesinato en 1948, cuando era candidato presidencial, desató el ciclo de violencia que recién ahora comienza a cerrarse. Por el contrario, los mismos apellidos se repiten de generación en generación ocupando los espacios de máximo poder político, totalmente vedados para el resto de la población.
Eso explica que a pesar del ciclo de crecimiento de la economía y de la estabilidad democrática, Colombia sea el segundo país más desigual en la región más desigual del mundo.
El reverso de tal concentración de poder en pocas manos es el desencanto estructural de la ciudadanía colombiana con la política. Las instituciones colombianas atraviesan una crisis de legitimidad de larga data, que se expresa en datos contundentes: tres de cada cuatro colombianos se declaran insatisfechos con el funcionamiento de la política en su país, nueve de cada diez tienen una opinión negativa sobre los partidos políticos y cinco de cada diez se declaran “apolíticos”.
Existe una mayoría silenciosa de ciudadanos que no se siente interpelada o que encuentra obstáculos para participar de los procesos electorales. En las últimas seis elecciones presidenciales fueron más los electores que no acudieron a las urnas que los que sí lo hicieron (en promedio el 46 %).
Sumado a ello, el Estado colombiano no tiene capacidad plena de garantizar los derechos políticos de líderes sociales y dirigentes políticos, y tampoco el derecho al sufragio a todos los ciudadanos, como lo viene documentando la Misión de Observación Electoral en reiterados informes.
Asesinatos de líderes sociales y dirigentes políticos se suman a otros hechos de violencia registrados en la campaña electoral, entre ellos, el atentado que sufrió el candidato Gustavo Petro, el más temido por la derecha en la ciudad de Cúcuta.
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