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Manos en el fuego

3 de mayo de 2018

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La intervención militar ordenada por el ilegal presidente brasileño, Michel Temer, contra el casi millón y medio de habitantes de las favelas de Rio de Janeiro, que se extendió luego a todo el estado, ha tenido como sus principales víctimas personas inocentes no ligadas a la violencia y al narcotráfico que motivaron supuestamente tal situación, además de centenares de detenidos, integrantes algunos de ellos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).

Ahora se conoce que el plazo para la invasión no terminará en este mayo, sino que se extenderá por lo menos hasta fines de año, como parte de un movimiento que, según algunos analistas, terminará en la declaración de un estado de excepción en todo Brasil, con el propósito de impedir cualquier intento  legal para llevar a prisión a elementos corruptos de la actual gobernanza –incluido Temer– e impedir  la puesta en marcha de decreto alguno que revoque las leyes dictadas por el régimen acerca del recorte de salarios de obreros y jubilados, como parte de la reforma que impulsa.

Si alguna vez Temer pensó en elevar su exigua popularidad, ahora debe dejar a un lado esa intención, porque la humillación a los favelados, las víctimas que ha causado esta intervención, es como haberle puesto brasas en las manos o estas en la candela, limitando su respaldo a la oligarquía e imperialistas que manejan los principales medios de desinformación, como la red O’Globo.

Las motivaciones políticas llevaron a Temer darle curso al plan tramado contra Lula, para impedir su posible acceso a la presidencia, y con este movimiento ha logrado llevar a la cárcel, no a delincuentes, sino, a militantes revolucionarios.

El titular de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, explicó que la imposibilidad de debatir y aprobar la propuesta de enmienda constitucional que modifica el sistema de jubilaciones obedece a que la Carta Magna no puede ser modificada cuando estuviera vigente  una intervención federal, el estado de defensa o el estado de sitio, y aseguró que no fue consultado sobre este hecho, acordado entre Temer y el gobernador del Estado de Rio de Janeiro, Luiz Fernando Pezao,

Pero lo de Maia es una declaración banal, porque la corrupta cámara legislativa aprobó ampliamente la iniciativa, siempre bajo el pretexto de detener la ola de muertes y asaltos provocadas por la delincuencia, que solo en el 2017 arrojo el saldo de 8 000 muertos.

Es decir, tal como sucede en México, el aumento de la represión  contra lo que se considera ilegal, genera al final más violencia, y esto es lo que saldrá finalmente de esta cuestión, sin solucionar el mal de fondo.

Beto Vasques, analista político, dice que la militarización “es una cortina de humo para tapar los fracasos del gobierno de Temer, la cleptocracia y la reforma de las pensiones, para intentar posicionarse de cara a las elecciones. Algo hay que hacer, pero no es lo que hace Temer, una jugada de marketing para dar sensación de seguridad”, recordando que sólo un 4% de la población apoya al mandatario.

Joao Compasso, director de la revista Bossa, califica también la decisión de “jugada mediática de un presidente quemado. La militarización será hasta diciembre de 2018, pero puede prorrogarse. Brasil tiene que invertir en educación y en una policía sostenible, el Ejército no está acostumbrado a estas misiones. Primero se militariza la seguridad pública, luego la educación y luego nos gobernarán los militares”.

Lo cierto es que Temer no trata el tema de la violencia en Brasil como debía, por lo cual ésta aumenta, a pesar de las medidas punitivas, al igual que la corrupción y el descrédito.

Pero quizás la opinión más exacta del momento que vive la nación suramericana al efecto, lo expresó Julimar Da Silva, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid:

“Los datos de violencia urbana son síntomas de una enfermedad endémica. De las 50 ciudades más violentas del mundo, 30 están en Brasil. Es la quiebra del Estado. Temer busca aprovechar el momento político y posicionarse electoralmente. Los militares no están formados para la seguridad urbana. Hay excesos. ¿Qué pasará cuando se vayan? Las policías locales están quebradas”.

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