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La relación de José Martí y Máximo Gómez en los campos de Cuba en 1895

20 de abril de 2018

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Si intensa fue la relación e identificación que se produjo entre José Martí y Máximo Gómez cuando se hallaban en la etapa inicial del año 1895 en la ciudad de Montecristi, mucho más íntima y emotiva lo sería a partir del 11 de abril en que ambos llegaron a la tierra cubana para contribuir al desarrollo de la guerra por la independencia.

Máximo Gómez era un experimentado combatiente, puesto que había participado en la guerra de los Diez Años y atendiendo a ello, no obstante que ya en esos instantes estaba próximo 60 años, le resultaba más fácil encarar una vida en campaña y lo que significaba estar en constante peligro de sostener un enfrentamiento con las fuerzas militares españolas.

Para Martí con 42 años constituía un gran reto que había asumido con determinación ya que su vida se había desenvuelto fundamente en zonas urbanas y lógicamente nunca había participado en un combate.

Pero el propio Martì en carta fechada unos días antes de salir hacia Cuba, que escribió el 25 de marzo de 1895 a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, había patentizado su decisión expresa de hallarse en Cuba, al precisar: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria…”

Más allá de sus criterios en torno al sacrificio, cuestión acerca de lo cual también trató en otra carta fechada el propio 25 de marzo y dirigida a su querida madre, y de la férrea voluntad, lógicamente pudo enfrentarse a los rigores de su presencia en los campos de Cuba, al contar con la ayuda valiosa de sus compatriotas y de manera muy especial de Máximo Gómez.

En las cartas que escribió desde el territorio cubano a amigos y colaboradores hay más de una alusión a Máximo Gómez y a lo que éste representaba para él en esos instantes cruciales de su existencia.

En una carta dirigida de conjunto a Gonzalo de Quesada y a Benjamín Guerra, fechada el 15 de abril de 1895 narró la siguiente anécdota: “…al caer la tarde vi bajar hacia la cañada al general Gómez, seguido de los jefes, y me hicieron seña de que me quedase lejos. Me quedé mohíno, creyendo que iban a concertar algún peligro en que me dejarían atrás.”

Y agregó Martí al describir lo que pasó inmediatamente después que concluyera la reunión que sostuviera Máximo Gómez con otros generales:

“A poco sube, llamándome, Ángel Guerra, con el rostro feliz. Era que Gómez, como General en Jefe, había acordado, en consejo de jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios y a la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador.”

Seguidamente en la misiva enviada a Gonzalo de Quesada y a Benjamín Guerra calificó con las siguientes palabras el simbolismo que le atribuyese a ese emotivo gesto de sus compatriotas: “ ¡De un abrazo, igualaban mi pobre vida a la de sus diez años. Me apretaron largamente en sus brazos. Admiren conmigo la gran nobleza. Lleno de ternura veo la abnegación serena y de todos a mi alrededor.”

Y particularmente reflejó la gran ayuda que le prestaba Máximo Gómez y lo que significaba el gran ejemplo que ofrecía. Afirmó: “¿Cuándo olvidaré el rostro de Gómez, sudoroso y valiente, y enternecido, cuando subía las lomas resbaladizas, las pendientes de breñas, los ríos a la cintura, con el rifle y revólver y machete y las doscientas cápsulas, y el jolongo al hombro? Y cuando a sus espaldas doy su jolongo al práctico, él me quita mi rifle, y sigue cuesta arriba con el mío y el suyo. Nos vamos halando, hasta lo alto de los repechos. Nos caemos riendo.”

También Martí le comentó a Carmen Miyares de Mantilla y a sus hijos en una carta que fechó cerca de Guantánamo, el 26 de abril de 1895: “Gómez me ha ido cuidando en los detalles más humildes con perenne delicadeza.”

Y añadió al resumir en una breve pero significativa frase las cualidades humanas de Máximo Gómez: “He observado muy de cerca en él las dotes de prudencia, sufrimiento y magnanimidad.”

La última referencia que Martí hace acerca de Máximo Gómez en sus cartas escritas en el territorio cubano, la hizo en la que le dirigió desde el campamento de La Jatía, el 12 de mayo de 1895, al Mayor General Antonio Maceo, en la que le expresó: “El General está ahogado de catarro, y fía en que yo le escriba por los dos. A él también le preocupa la poquedad de las operaciones, la continua proveeduría de reses a las ciudades, y la desocupación de la mucha gente buena que ansía más guerra de la que hay.”

Máximo Gómez sintió por Martí un alto grado de respeto y valoró la digna actitud que mantuvo durante su estancia en Cuba en la etapa final de su existencia, es decir desde la fecha del 11 de abril de 1895 en que se produjo su desembarco por Playitas de Cajobabo hasta que ocurriera su muerte el 19 de mayo de ese año en dos Ríos.

En un trabajo elaborado en 1902, titulado Entero y sin decaimiento, Máximo Gómez señaló al recordar la presencia y entereza de José Martí en los campos de Cuba: “…yo vi entonces también a Martí atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espalda, sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios. Después de todo ese martirizante calvario y cuando el sol que alumbraba las victorias principió a iluminar nuestro camino yo vi a José Martí, ¡ah qué día aquel!, erguido y hermoso en su caballo de batalla, en Boca de Dos Ríos. Como un venado, jinete rodeado de aquellos diestros soldados, que nos recuerda la historia, cubiertos de gloria en las pampas de Venezuela.”

Y agregó Máximo Gómez: “Allí en Boca de Dos Ríos, y de esa manera gloriosa murió José Martí. A esa gran altura se elevó para no descender jamás porque su memoria está santificada por la Historia y por el amor, no solamente de sus conciudadanos, sino de la América toda también.”

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