En el sigilo dulce de la caña
14 de marzo de 2018
Nuevas aproximaciones, a este espacio de manantiales perpetuos, que circunda y se ofuscan en el polvo de su corriente infinita, para luego purificar su cauce redentor, a través de estas tierras generosas, traslucen a Guanabacoa, cual predio fecundo en la poesía de las raíces, en las manos negras que doblegaron su corteza, para reservar, sin apuro, el sigilo dulce de caña, entrenudos esbeltos en la compostura jugosa y desnuda de su tallo.
Hoy estaremos compartiendo acerca de las primeras manifestaciones de la actividad económica en esta zona. Al respecto, las incipientes referencias se pueden determinar, entre mayo de 1595 y octubre de 1596, según las fuentes locales, se encuentran reseñadas a partir de “…una petición de Antonio de Rivera, vecino de esta Ciudad, en que pide se le conceda tierra para hacer un ingenio en una estancia de Juan Mateo, indio, encima de Guanabacoa junto al río de Cojímar como más particularmente se contiene en la dicha petición…”[1] de esta manera, otros vecinos comenzaron, dada la prolijidad del terreno, a realizar encargos similares, ejemplo de ello, la solicitada por Ginés de la Orta, el mismo, aboga por la ratificación de su titularidad sobre una estancia surcada anteriormente, la cual, afectada por las maniobras de Jacques de Sores, se encontraba nuevamente en funciones de labranza e implementación de un ingenio de azúcar. Esta finca ¨…lindaba, por una parte, con las tierras pertenecientes al artillero Juan de Aguirre y al sacristán Jerónimo Montañez, y por la otra, con el camino real que va a Guanabacoa¨.[2] Dicha solicitud se encuentra fechada, el 15 de octubre de 1596, de esta forma, podemos apreciar, cómo Guanabacoa, comenzó a definir su espacio rural, paisajes castos se doblegaron, entonces, ante el rejuego sutil de la caña. Armazones de hierros, calderas, hornos y alambiques, se atildaron en su molienda temprana, para acariciar, sin piedad, cosechas en látigos relucientes, tegumentos brunos, revelados a la intempestiva rudeza de una esclavitud que se hincaba, sin remilgos, al destino de una patria. De esta forma, la merced de tierras, en su aparente y bucólica lozanía, provocó el despertar de una economía local, intrínseca, profundamente agraria, – intensamente esclavista-. Aunque incipiente, la apertura hacia este ramo agrícola, contribuyó a la conformación de una infraestructura que respondiera de manera efectiva, al nuevo acontecer local. Las solicitudes para el enclave de ingenios en las zonas aledañas, se continuaron durante todo el siglo XVI, como es el caso del señor Pedro González, quien en 1603, solicita una estancia localizada entre el Río Cojímar y el cuabal, reserva natural de nuestro territorio.
Para el siglo XVII se confirma la pátina rural de Guanabacoa, consolidando, no solo el renglón azucarero en la zona, sino también, el proceso de mestizaje que se había suscitado irrevocablemente en esta tierra de aguas –efugios incontables– y de palmares que subliman el llanto de penachos acentuados. Historiadores e investigadores confirman, a partir del estudio de las Actas Capitulares –muchas de ellas en estado notable de deterioro–, la existencia de 18 ingenios, notificando además, los pormenores de su fundación, aunque esgrimen, dada las condiciones de las Actas, la posibilidad de que existiera un número mayor de estos. El investigador Reynaldo Funes, considera un total de 28 de estas instalaciones en todo el territorio, por otra parte, al discurrir el tablado geográfico de Guanabacoa, podemos discernir, algunas de las zonas por donde se ubicaron estos ingenios, estamos hablando de: la Sierra de Cojímar, Bajurayabo, Río de Piedras, Guanabo y en las márgenes del río Bacuranao.
Con la ordenación de estos ingenios, no solo se modeló el desarrollo económico del territorio, sino que esculpió la identidad de los pueblos asentado alrededor de los mismos, los cuales, aletargados en la fisonomía de este terruño, cual película sensible, quedaron aprehendidos a esa desazón indeterminada que provoca el tiempo, sesgados inicialmente, por el adusto golpe de la esclavitud, confundiéndose luego, con la indulgencia primitiva del bagazo. Así, el 24 de enero de 1620, se ojearon en el cabildo ordinario “…las diligencias que Hernando Barreras hizo en razón de diez caballerías de tierra que pidió se le hiciese merced para la fábrica de un ingenio, la cual linda en lo largo con la estancia de Antonio Sotelo de la banda de la Sierra [de Cojímar] entre ella y el río Cojímar, hasta la boca de Bacuranao…”[3] Luego, para el 15 de mayo del propio año, el señor Barreras, requiere la necesidad de más tierras, dispuestas en la Boca del río Bacuranao.[4] Dichas tierras y por supuesto, el ingenio, constituyeron un patrimonio auténtico de la familia Barreras y sus descendientes, su origen se encuentra ensamblado al nacimiento del actual poblado de Barreras, perteneciente al Municipio de Guanabacoa.
Hacia 1681, señorea la propiedad del capitán Don Alejandro de Sotolongo: el ingenio de Nuestra Señora de Guadalupe, reconocido también, como: el San Francisco de Paula, cedido años más tarde, a Don Gabriel Alberro y posteriormente, a Doña María Calvo de la Puerta, viuda de Don Gabriel de Peñalver. Para 1750, esta señora se erigía aún, como dueña de este ingenio, el mismo se disponía a tres leguas “…a barlovento, lindando con los corrales Guanabo y Bacuranao y el ingenio Río de Piedras, que fue de Jacinto Pita y otro San Blas de Don Josá Bayona…”[5] Esta hacienda se salvaguardó en manos de la familia Peñalver y Calvo de la Puerta y en los contorno del mismo, trepidante y nítido, se acomodó, el actual poblado de San Jerónimo de Peñalver, concerniente a nuestra municipalidad.
Desbordamiento de un ingenio, en sus peculiares anuencias: el San Miguel Arcángel, propiedad de Don Antonio de Heredia, su menudo oratorio, se convirtió en genuina parroquia, epicentro de espirituales acogidas, alrededor del cual, se repujó con buriles singulares, la aldea de San Miguel del Padrón, núcleo original del actual municipio del mismo nombre y que durante muchos años, perteneció a la jurisdicción de Guanabacoa.
Resulta valioso nombrar, al ingenio San Pedro de Cojímar, propiedad de Diego Díaz Dávila, el cual fue vendido al señor Antonio de Alrcón, en marzo de 1661, en la tasación concerniente a este trámite, se describe la disposición de esta propiedad, abarcando una extensión de 20 caballerías de tierra, valoradas en cuatro mil pesos, con una casa de purga, tejado sobre horcones, la ¨casa del ingenio¨ recubierta de tejas, contenía el trapiche, las fornallas y canoas para recoger el caldo divino. Incluía además, la casa del mayoral, cocina, caballerizas y un cobertizo para las misas. Se ha planteado, estimados lectores, que este ingenio se erigió en el sitio conocido actualmente por “El Ingenito”, en la carretera de Casablanca, y aunque este supuesto, necesita de rigores y certidumbres históricas, se ha podido advertir la presencia de algunos vestigios de levantamientos coloniales que remiten a la residencia familiar, de un espléndido ingenio azucarero.
El surgimiento de nuevas producciones no significó el desmantelamiento de las fecundidades locales, herederas, de las usanzas de los aborígenes, que ajustados a nuestra topografía, enhebraron sus tradiciones alimentarias y de cultivos, distinguiéndose por entonces, la siembra de yuca, que se desarrolló a lo largo del período colonial, al igual que la obtención del casabe, práctica extendida hasta principios del siglo XX, y aunque el tema de la usurpación de tierras a los naturales, por vecinos de la Habana, continuó levantando angulosas querellas, entre el Cabildo Habanero y el local, en las propias Actas del Cabildo de La Habana, respectivas al período comprendido entre 1600-1700, se franquea la concesión de dichas tierras, no solo a los vecinos de La Habana, sino también, a los de Guanabacoa –aborígenes o no–, para dedicarlas a diferentes tipos de plantaciones, aparecen entre estas, numerosas solicitudes de tierras, para emplearlas en la cría de ganado mayor y menor, de diferentes especies. Para el siglo XVII, Guanabacoa asentía su progreso económico, incluso, algunos negros libres, lograron conformar un capital y adquirir su propia dotación de esclavos, vericuetos de la historia, mis queridos lectores, que detallaremos, en otros artículos.
Por ahora, entornamos los ojos, con el anhelo de consentirnos la imagen, en la épica anunciación de los ingenios que en su vigoroso despertar, dispusieron la fisonomía de esta villa, molienda fibrosa de su pasado colonial.
Notas:
[1] Actas Capitulares del Ayuntamiento de LaHabana. 1595 – 1596.
[2] Actas Capitulares del Ayuntamiento de LaHabana. 1595 – 1596. 25 de octubre de 1596.
[3] Actas Capitulares del Ayuntamiento de LaHabana. 24 de enero de 1620.
[4] Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana. 15 de mayo de 1620.
[5] Herrera, Pedro A.: Historia del Pueblo y Partido de San Jerónimo de Peñalver. V Coloquio de Historia Local. Guanabacoa, 1997. Página 3.
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Comentarios
Hola, Estoy haciendo un trabajo para mi universidad en Colombia sobre los cañaverales cubanos. Tienen el nombre del pintor/autor del dibujo ilustrativo arriba ("Un ingenio de mediadios del XVIII"). Saludos, Sofie Sommer Lang