A medio siglo de un clásico: Aventuras de Juan Quinquín
12 de febrero de 2018
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Cuando el 12 de febrero de 1968 el circuito capitalino de estrenos, integrado por las salas Astral, Acapulco, Lido y Santa Catalina, exhibió Aventuras de Juan Quinquín, en el propio ICAIC ignoraban que se convertiría en el primer gran éxito popular del nuevo cine cubano.
Al aparecer en 1962 publicada la novela Juan Quinquín en Pueblo Mocho, escrita por el investigador de la música y el folklore cubano Samuel Feijóo (1914-1992), por apenas mencionar dos de las múltiples facetas de este hombre excepcional, el cineasta Julio García Espinosa (La Habana, 1926-2016), no filmaba desde que llevara a la pantalla El joven rebelde (1961), sobre un argumento de Cesare Zavattini. Aquel patriarca del neorrealismo italiano había sido su profesor en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma (1951-1954), donde se graduara Julio como director cinematográfico.
Al retornar a Cuba ingresa en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, que reúne gran parte de los artistas e intelectuales más progresistas del país, y es nombrado presidente de su Sección de Cine. Dirige el documental El Mégano (1955), considerado como el antecedente histórico del actual cine cubano y uno de los títulos fundacionales del movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. Fundador del ICAIC, de 1959 a 1976, García espinosa labora como formador de las nuevas generaciones de cineastas en la dirección artística de la producción del organismo y en la realización de su propia obra, sin dejar de aportar una importante labor teórica en la que sobresale su polémico texto “Por un cine imperfecto”. Se inicia en la ficción con la comedia costumbrista Cuba baila (1960).
En las páginas de aquella novela humorística, heredera de la tradición de la literatura picaresca, plena de aventuras, ubicada en un imaginario pueblo de la región central de la Isla, donde puso su pie izquierdo el protagonista y su amigo Julio El Jachero, el cineasta encontró el detonante para la creación. Al mostrar con chispeante frescura los modos de vida del campesino cubano, su refranesca forma de hablar y de expresarse, propiciaba un material que podía moldearse de acuerdo a sus intereses y a las búsquedas de novedosas formas para contar esa historia. En entrevista concedida a Víctor Fowler con destino al libro Conversaciones con un cineasta incómodo (1997), el cineasta explicó:
«Leí la novela de Feijóo, me gustó mucho y decidí hacer una adaptación convencido de que Juan Quinquín significaba para mí la posibilidad de hacer al fin una película —era mi tercer filme— en la forma que a mí me interesa expresarme cinematográficamente. Tomé ese personaje que era el de más dimensión épica en esos momentos, y decidí a este personaje mayor situarlo en un género menor, y no hacer de su vida una epopeya como lo que se supone se le reserva a los grandes héroes. De manera que mi personaje es un pícaro pero no es un pícaro; es un héroe pero no es un héroe, y la película es de aventuras, pero no es de aventuras. No sé por qué, siempre he tenido un acercamiento mayor a los fracasados que a los triunfadores».
El itinerario de Juan Quinquín marcado por un fracaso tras otro: como monaguillo, jugador de gallos, cirquero, torero, guerrillero… ha suscitado no pocas veces el calificativo de personaje quijotesco, acompañado siempre por el sanchesco Jachero. No obstante su mala fortuna, el avispado campesino no se resiste a su suerte y enfrenta con ingenio y audacia la adversidad del medio como algo natural en él. En un intento por demitificar los géneros, el realizador se propuso situar al «héroe» en una película de aventuras, género popular evocador tanto del cine de capa y espada como del Western. Como señala la sinopsis original: «Hay películas de extraordinarias aventuras, que nadie vive en la realidad. Aventuras de Juan Quinquín no rechaza el lenguaje mágico de cualquier película de aventuras, pero no necesita inventarlas, el mundo nuestro afortunadamente, todavía las vive».
Aventuras de Juan Quinquín (1967), rodada en Cinemascope con locaciones escogidas en las estribaciones del Escambray, incorpora desde los propios créditos diseñados por Reboiro un lenguaje moderno, experimental, dinamitador de fórmulas genéricas esquemáticas, para aproximarse a las frecuentes desventuras del personaje central, contrapunteadas por la música de Leo Brouwer: división en capítulos, letreros explicativos cargados de ironía, el uso de un narrador de tono didáctico en determinado momento… En declaraciones efectuadas durante el rodaje, precisó García Espinosa: «La película recordará a ratos la técnica de los muñequitos, y a ratos una película de aventuras contada sin malicia». Sin tener una dramaturgia convencional, considera el filme como su primer hijo por ser la vez primera que a su modo de ver hizo realmente cine. «El hecho de que el público captara ese contraste y lo aceptara fue lo que le valió a la película ser la más taquillera del cine cubano hasta ese momento», expresó el director.
Para el crítico Manuel Michel, Aventuras de Juan Quinquín, mostró la posibilidad de hacer cine político sin que sea discursivo y aburrido, así como la validez y eficacia del empleo del humor sin una función destructiva insertado en medio de una épica: «García Espinosa supo encontrar un humor cinematográfico aplicable a las vicisitudes de los héroes antes y durante la lucha. Ese humor, con todo, no excluye el lirismo ni la pasión revolucionaria, sino que logra su fusión en una forma original… y que es acreedora en buena parte a Buñuel. Referencias al Western, a las películas de episodios, al melodrama, a los comics, a los filmes de guerra e incluso a la comedia americana y a Mack Sennett están integrados en una sola línea. La corrosiva —y piadosa— ironía brechtiana encuentra en forma misteriosa una canalización en el humor cubano, que es también latinoamericano. La conclusión del filme: la teoría revolucionaria puede señalar pautas; la práctica con frecuencia las desmiente; así, la táctica debe inventarse a cada paso sobre lo previsto».
El reputado crítico francés Marcel Martin, para quien la película es una suerte de «tragicomedia más burlesca que trágica», aclamó con euforia la aparición de una obra en la que «los cubanos saben también reírse de sí mismos y hacer un filme chistoso sobre un tema grave» (Cinema 67). Añadió en Les Lettres Françaises que «su lenguaje satírico y su ritmo caracolante lo convierten en un excelente espectáculo, en donde la gravedad sonriente resulta ser un arma muy eficaz al servicio del entusiasmo revolucionario».
García Espinosa preside el ICAIC en el período 1983-1990 y es miembro fundador del Comité de Cineastas de América Latina en el que desarrolla una intensa labor en aras de fortalecer la unidad y proyección internacional de los realizadores del área. En 1985 asume la responsabilidad de crear la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que preside Gabriel García Márquez, y un año después no vacila ante el reto de crear y garantizar la puesta en marcha de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, de la que es director general actualmente. Con La inútil muerte de mi socio Manolo (1989) realizó una interesante operación al trasladar una importante pieza de la dramaturgia nacional a la que logró imprimir un raro tono de teatro filmado sin dejar de ser cine, y viceversa. Incursionó en el video con el largometraje El plano (1993), consciente de su precepto de que «toda obra de arte es un riesgo y, como tal, es siempre un experimento».
De los numerosos reconocimientos recibidos por su filmografía, algunos de los más relevantes laurearon el filme Reina y Rey (1994), sensible y desgarrador retrato de una veterana mujer por sobrevivir junto a su perro en medio de las dificultades económicas por las que atravesara Cuba en el llamado período especial iniciado con el derrumbe del campo socialista. Subraya uno de los ideales estéticos del cineasta: lograr la emoción, sin menoscabo de la reflexión. García Espinosa fue galardonado con el Premio Nacional de Cine en el año 2004. A casi cinco décadas de su realización, Aventuras de Juan Quinquin, ejemplar manifestación de la vocación de este creador por tomar un género como punto de referencia para después transformarlo, sigue siendo uno de los clásicos del cine cubano.
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