Ni tan bueno, ni tan malo
27 de octubre de 2017
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Cuando hablamos de emociones positivas nos vienen a la mente el optimismo, la felicidad, la alegría, y con respecto a las negativas pensamos en la ira, la irritabilidad, la ansiedad, etc., sin embargo, como la vida no es en blanco y negro, se pueden hacer otros análisis al respecto, porque depende de la situación, de la intensidad y sobre todo, de la influencia que determinadas emociones tienen en los resultados de las actividades que realizamos.
Así por ejemplo, se puede decir que la ira puede no ser tan mala en un momento muy particular, y la euforia puede que no sea tan positiva, como de forma general se evalúa, y voy a defender este punto de vista con ejemplos, ya que estoy segura que quienes están leyendo, se asombran, ya que en más de una ocasión, ataco a la ira –con bastante furia– y de la misma manera defiendo la alegría, la euforia. Voy a explicar porqué lo malo no es tan malo, ni lo bueno siempre no es tan bueno, así –tomando un ejemplo cualquiera– un biólogo quien trabaja en un laboratorio tiene que realizar un experimento, que tal vez ha hecho anteriormente, por lo que está muy optimista y seguro que nada saldrá mal, lo que lleva a no ser lo suficientemente cuidadoso con los elementos y pasos a tener en cuenta y al finalizar ¡puf!, le sale mal, por lo que es el momento de preguntarse ¿qué sucedió? Pues lo que le pasó a este hombre –que puede ser también un estudiante ante un examen, un dulcero ante un pastel de boda, y cualquier otro ejemplo que nos puede venir a la mente-– es que el optimismo provocó una sobreestimación personal, excesiva confianza, lo cual le llevó a perder de vista la meticulosidad y desdeñando –tal vez la palabra es muy fuerte y se podría decir mejor que desestima– la tarea que se tiene en frente.
Cuando esto ocurre no necesariamente estamos frente a un autosuficiente, sino que le puede ocurrir a cualquiera por exceso de confianza, por lo que la moraleja es que es bueno ser optimista, ser seguro, porque esta emoción es un activador de los recursos que poseemos, pero nunca uno se puede exceder, porque como dice el refrán “muy al este es oeste”. Por contradicción, si vemos el asunto desde el otro ángulo, como es esa emoción tan desgastante como la ira, es posible que en algún momento nos beneficie, porque una reacción de furia puede funcionar como un activador eficiente ante un fracaso, aunque debo aclarar que hay que tener control y no puede ser desmedida, o sea, no se puede desatar como una tempestad, y en este caso, puedo seguir con el mismo ejemplo y ese biólogo que fracasó por exceso de confianza optimista puede que la respuesta sea que se enoje y repita el experimento con una minuciosidad enérgica que le lleva al éxito, pero ¡cuidado! hablo sobre un enojo muy bien dirigido y no a la ira desmandada que lleva a empezar a tirar cosas contra la pared, gritando y haciendo todas esa cosas que muestran que es un energúmeno.
Sin embargo, si lo que le provoca el fracaso es la tristeza, entonces ahí no hay arreglo, porque es como “tirar la toalla”, ya que la tristeza provoca la retirada, incluso aunque esta retirada signifique pérdidas importantes, entre las que se encuentre perder el empleo, demostrando también que no es una persona con tolerancia a las frustraciones. Algo similar puede ocurrir con la ansiedad, esta emoción que suele ser una respuesta muy frecuente ante el estrés, aunque también nos puede ayudar porque eleva el nivel de vigilancia que nos prepara para la acción, porque el exceso de tranquilidad puede llevar a la indiferencia, y entonces no nos preparamos para hacer la tarea bien.
Por último me voy a referir a esa emoción que nunca quisiéramos sentir que es el miedo, y aquí viene bien el cuento de Juan Sinmiedo, quien no podía disfrutar lo bueno de la vida, porque no podía distinguir entre el peligro y la felicidad, pues bien, ese mismo concepto se puede aplicar aquí en que lo malo no es tan malo, ni lo bueno es tan bueno, sino que todo es cuestión de medida, ya que sentir miedo es una clara indicación que la situación ante la que nos enfrentamos la evaluamos como una amenaza, lo cual significa que entendemos que lo que tenemos que hacer está por encima de los recursos que poseemos para afrontarla adecuadamente, por lo que pensamos que podemos fracasar, y se sabe que a nadie le gusta fallar, y esto, por lo tanto, lleva a reevaluar que debemos hacer, si es prepararnos mejor o renunciar . Así que en eso de lo que siempre hablo y por lo que abogo tanto, que es educarnos emocionalmente, también hay que dar a espacio a lo que aparentemente es contradictorio, pero que es parte de la vida y ya se sabe que para nada es sencilla y dentro de su complejidad, el aprender a como las emociones tienen un papel relevante, tanto en su contenido como en la medida en que las manifestamos es un conocimiento muy útil.
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