Arar en el mar
23 de octubre de 2017
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Nuevamente, por enésima vez, la Asociación Nacional del Rifle logró derrotar en el Congreso una nueva proposición para la regulación de la venta de armas, utilizando a un lobby considerado el segundo más poderoso después del israelí, así como un estilo sucio, pero impune en la sociedad norteamericana, de comprar a congresistas, entre ellos a los de origen cubano Marco Rubio, Ileana Ros-Lehtinen y Rafael Díaz-Balart.
Y es que la Asociación Nacional del Rifle es un poder más allá de un arma, porque ha sido capaz de derrotar o anular prácticamente toda iniciativa para el control de armamento en los últimos 50 años.
No importa que haya un incremento en la frecuencia de matanzas, como la perpetrada recientemente contra una multitud que disfrutaba de un festival de música country en Las Vegas, con un saldo de por lo menos 59 muertos y más de 600 heridos, bajas realizadas por una ola persona desde la ventana de un hotel, con un rifle semiautomático que disparaba 800 balas por minuto.
Ante un hecho de tal naturaleza, los fabricantes de una moderna culata que hace eso posible, están estudiando –solo estudiando– eliminar de la venta pública el dispositivo
La NRA tiene ahora casi seis millones de miembros y una tesorería que le permite gastar millones de dólares en apoyo de los republicanos, así como también en los demócratas que tienen igual objetivo.
De acuerdo con The Washington Post, hasta hace dos años nueve senadores y 213 representantes son regularmente sobornados por la entidad, y esa cifra ha crecido, por lo cual tiene un gran dominio en el legislativo
Su impacto es asegurado en gran medida por la emoción con que los miembros de la NRA apoyan a su organización, que se traduce en votos emitidos única y exclusivamente a partir de la opinión de un candidato respecto al tema de las armas.
Hay organizaciones más grandes, más ricas, pero con una gran variedad de intereses y por tanto sus votantes están menos enfocados. En el caso de la NRA no hay eso, y tampoco timidez alguna en ejercer su influencia.
De hecho, tiene un seguimiento cuidadoso de lo que hace cada legislador, a nivel local y federal, y tiene la reputación de no negociar.
La NRA puede lo mismo concentrar sus esfuerzos legislativos en evitar que el gobierno financie estudios de salud pública sobre la posesión de armas, que en limitar tanto los poderes de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF), que está literalmente castrada e impedida hasta de divulgar su base de datos sobre poseedores de armas o hacer más de una inspección al año por armería.
Más aún, aunque la ATF es la agencia policial más antigua de Estados Unidos, su tamaño no excede al del Departamento de Policía de la ciudad de Phoenix, y cuando las instituciones de seguridad interna estadunidense, comenzando por el Departamento de Seguridad Nacional, crecen en tamaño y presupuesto, sigue igual o peor que hace 20 años.
Para hacer mayor la evidencia de que está bajo la “bota” de la NRA, está encabezada desde hace seis años por un director interino.
Y a pesar de que el sentimiento público es opuesto a la cada vez mayor venta de armas y clama por su regulación, proliferan las leyes favorables a su comercio y posesión, por lo cual en una sociedad tan antidemocrática y antihumanitaria como la norteamericana, hacer lo correcto es arar en el mar.
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