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El hombre que leía en las nubes las intenciones del huracán

19 de septiembre de 2017

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Viñes ante el Meteorógrafo de Secchi hacia 1890

 

En Poboleda, remota aldea de la región de Cataluña, en España, nació Carlos Benito Viñes Martorell el 19 de septiembre de 1837. Su madre alzó los ojos, elevando como buena cristiana su gratitud al Cielo, sin imaginarse que aquel que acababa de nacer sería sacerdote católico –y además meteorólogo–, llamado a descubrir en el movimiento de las nubes muchos secretos sobre el origen y la estructura de los ciclones tropicales.

A los 19 años ingresa como novicio de los jesuitas, pero en 1868 la Orden fue expulsada de España. Viñes y sus compañeros emigraron a Francia. Allí concluye sus estudios, se ordena como sacerdote y se le designa para dirigir el Observatorio del Real Colegio de Belén: una escuela religiosa situada en el viejo convento de la calle Compostela, entre Luz y Acosta, en La Habana Vieja.

El padre Viñes arriba el 4 de marzo de 1870, e inmediatamente asume la misión de efectuar observaciones meteorológicas a horas fijas, tomar datos de los fenómenos acaecidos y realizar investigaciones sobre los huracanes. Por entonces no existía en Cuba observatorio oficial alguno.

En atención a sus sobresalientes luces, Viñes fue elegido en 1873 “socio de mérito” de la Real Academia de Ciencias de La Habana. Allí presentó sus más importantes trabajos sobre meteorología y astronomía, todos realizados en nuestro país. Ese mismo año puso en funcionamiento el meteorógrafo de Secchi, un equipo para el registro continuo de datos meteorológicos, dispositivo de alta tecnología en su época.

Su penetrante poder de observación y su tenacidad como investigador le permitieron elaborar el primer aviso de ciclón tropical reconocido en la historia de las ciencias. Ello ocurrió el 11 de septiembre de 1875, y es una primicia de la meteorología cubana.

Como resultado del paso sucesivo de tres huracanes entre 1875 y 1876, efectuó cuatro expediciones a las regiones azotadas por estos fenómenos en tres países del Caribe, con el objeto de obtener datos e informaciones y comprobar sus teorías. Sus conclusiones constituyen el primer estudio científico sobre el impacto de desastres naturales en el área.

En 1882, el padre Viñes adquirió un importante conjunto de instrumentos para realizar investigaciones geomagnéticas y astronómicas. Entre ellos se hallaba el mayor telescopio existente en la Isla: un refractor con objetivo de 152 mm, construido en el Reino Unido.

Con la cooperación financiera de varias empresas de navegación y de seguros, logró organizar (1886) una red de estaciones de observación en Cuba, Jamaica, Puerto Rico, Barbados y otros países. De esa manera recibía telegráficamente datos meteorológicos para elaborar sus pronósticos durante la temporada ciclónica.

Viñes contaba con la amistad de varios de los más grandes científicos cubanos de su época: Nicolás J. Gutiérrez, Felipe Poey, y en particular Carlos J. Finlay.  Con su salud herida, laboró incansablemente en La Habana durante 23 años. Redactó 14 trabajos científicos; y entre 1870 y 1893 pronosticó el paso de 33 ciclones tropicales, más de uno por cada año que vivió en nuestro país.

Un día antes de su muerte –acaecida el 23 de julio de 1893–, firmó el manuscrito de su último libro, “Investigaciones Relativas a la Circulación y Traslación Ciclónica”, donde expuso el resumen de todos sus conocimientos y en particular su admirable método de pronóstico de los ciclones a partir de las observaciones nefológicas. Muchas de sus ideas y conceptos conservan plena vigencia.

Mariano Gutiérrez-Lanza, uno de sus sucesores en el Observatorio, dijo refiriéndose al padre Viñes: “parece que aquel hombre leía en las nubes las intenciones del huracán”.

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