Auspiciador del terrorismo
18 de septiembre de 2017
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El terrorismo es malsano en todas sus frecuencias, pero estas difieren en sus propósitos y tendencias, si contemplamos lo que pasa en África y el Medio Oriente, sus principales escenarios hasta el momento.
No es lo mismo la actuación de Rusia, ayudando a un legal gobierno amigo en Siria contra el Estado Islámico, creado por las inteligencias occidentales e israelí, nido de mercenarios y de jóvenes obnubilados por una equivocada creencia religiosa; que el propugnadopor el hambre, la represión y equivocadas políticas oficiales en África, donde las filas de los grupos calificados de terroristas se nutren de jóvenes y adolescentes, muchos de ellos niños.
Pero en ninguna de las dos variantes se puede perdonar las acciones ciegas que cercenan vidas de inocentes, supuestamente dirigidas contra entes de poder, que, al final, son pretextos para una mayor represión, casisiempre contra personas que no han tenido que ver con los hechos.
Después de los atentados del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono, nunca aclarados del todo, el vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, y el secretario de defensa, Donald Rumsfeld, fueron los principales impulsores de una agresiva política conocida como “guerra global contra el terror”.
Se habla de la agresión y luego invasión a Afganistán, pero antes esta política seempezó a notar en Somalia. Persiguiendo a todos aquellos sospechosos de terrorismo, Estados Unidos comenzó una guerra en el país, liderada por la principal agencia de inteligencia norteamericana: la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Tal y como relata el periodista e investigador Jeremy Scahill, la CIA utilizó varios señores de la guerra locales. A cambio de financiación, estos grupos ejecutaban operaciones de captura y asesinatos selectivos de posibles terroristas. En poco tiempo, aquellos gobernadores y sus milicias, que ya eran repudiados por los ciudadanos, comenzaron una campaña de secuestros y matanzas indiscriminadas contra una población civil aterrorizada.
Ante esta situación, en el 2004 nació la Unión de Tribunales Islámicos (UTI), un conjunto de milicias que iniciaron una yihad o guerra santa para recuperar el orden y acabar con el caos instaurado por los señores de la guerra. En las filas de la UTI se sumaron personas muy diferentes: combatientes, imanes o líderes tribales que, además de querer recuperar el país de manos de los señores de la guerra, crearon legislación y administraban justicia en los territorios que conquistaban.
Lo que caracterizaba la UTI era la diversidad. Aunque la organización estaba dominada por moderados, todos los grupos que quisieran recuperar el control del país eran bienvenidos. Esto incluía grupos islamistas radicales como los miembros de al-Shabab, que en aquel momento eran una parte residual del conjunto. De hecho, la coalición se mantenía unida simplemente por la existencia de un objetivo común.
Finalmente, en el 2006, la UTI expulsó a los señores de la guerra y tomó el control de Mogadiscio. Por primera vez en décadas, Somalia se convirtió en un Estado con un cierto orden, lo que supuso una liberación para la población civil. Acto seguido, el líder de la UTI, el Sheikh Sharif, envió una carta a Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea, la Liga Árabe y la Unión Africana, donde expresaba la voluntad de la organización de “empezar una relación de amistad con la comunidad internacional”.
Además de eso, Sharif ofrecía a Estados Unidos la ayuda de la UTI en la lucha contra el terrorismo. También invitó a un inspector de la ONU en el país para que comprobara que no había terroristas integrados en la coalición.
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