¡Ay, Mamá Inés…!
23 de agosto de 2017
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20 de agosto de 1900, cruza, en la antesala de la memoria, el nuevo siglo, aletargado por el tiempo de las frustraciones, en la incesante búsqueda de una libertad desdibujada por la intromisión norteamericana en la isla, mas… parece que el siglo se renueva desde las voces de los nacidos en esta tierra, mestiza y gallarda, que serpentea en su espesura de raíces, en la mezcolanza dispuesta de sus hijos. Me persigno ante tanta grandeza y vislumbro el llanto de los que despiertan, luego de maternales espasmos, para bosquejar un futuro prominente a la tierra que se torna en aguas filonianas, Guanabacoa, cual depósito de hierro candente e hidrógeno sulfurado, tal como lo declaró en su obra “Ensayo Político sobre la Isla de Cuba”, el polímata, Alejandro de Humboldt, distinguiendo entonces, la bondadosa composición de este trazado, con la llegada de una niña , epifanía mulata, canela floreciente de corteza enhebrada entre blancos y negros estambres, ha llegado al mundo, Rita Aurelia Fulceda Montaner y Facenda. La Calle Cruz Verde número 18, será testigo primigenio, de los eternos pregones y de la orgullosa felicidad de Domingo Montaner Pulgarón y Mercedes Facenda, padres de Rita, que como propietarios de una farmacia, lograron, desde la estabilidad económica, proveerle a la hermosa niña, una educación sensible. Rita Aurelia se apropió tempranamente, de esa belleza y emotiva prodigalidad musical de la madre, más del padre, Capitán retirado del Ejército Libertador, habría de heredar el temple esbelto del mambí.
Cuatro años de infantiles rejuegos dieron a parar sobre el teclado, conmovedores encuentro con la música, para en 1910 iniciar estudios de este instrumento en el Conservatorio Payrellade, en la Calle Reina No. 3, y como si el destino o la colosal providencia, determinara un rosario de expresiones, se provocó la convergencia con otro de los grandes del pentagrama nacional e internacional, en una coterránea sinfonía de nacimientos, Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado, nuestro Ernesto Lecuona, al que le dedicaremos, estimados lectores unas páginas más adelante.
Me detengo por un instante, ante tantas biografías rotundas sobre esta mujer excepcional y me permito no repetir, estrictamente, fechas y acontecimientos, solo me remito a la emoción, a la fuerza que enlaza con la Rita que desbordó sus registros, con un apego infinito a la tradición y un dominio excelso de la pianística, voz de afinada compostura, timbrada hasta la dulzura, de acento conmovedor y sugestivo, mirada en soles de negrura interminable que dominó la escena desde sus primeros instantes, tanto nacional como internacionalmente, teatros revueltos por la noticia de una presentación de Rita, cantante operística, capaz de deslumbrar desde un arias de Giacomo Puccini hasta las páginas afrocubanas de Gilberto Valdés, acompañada en disímiles momentos, por otro coterráneo, su Bola de Nieve, Ignacio Villa. Seduce a todos, con su debut teatral en la obra Niña Rita, sainete de su compatriota Ernesto Lecuona y Eliseo Grenet.
La isla entera se llenó de la Montaner, provocó espacios en teatros de Matanzas, Camagüey, Santiago de Cuba. ¡Hasta París se envolvió en Rita, cual urna de resonancias, en la cadencia de su garganta mestiza! Ovaciones sin treguas, destinadas a la Mama Inés, que tenía el aroma de un Caribe estampado, florido, provocando tropicales desazones, arrabales solariegos, usurpando los predios de la clásica monumentalidad europea. Para 1929 Rita Montaner, en una madurez sonora y arrolladora, declara acerca de sus creaciones musicales: “En tu boca”, “Así eres tú”, “Arrolla” y Ma´ Isabel, moviéndose entre el tango-canción, boleros, comparsa y el tango africano, matizando diferentes géneros. Esta vez, Nueva York se complace con la figura de una Rita descomunal en escena, cálida en inflexiones, desvirtuó preceptos de mulatas efímeras sobre las arenas del espectáculo, y reivindicó una raza en su folclor exuberante de tambores y de rituales trascendencias. Su voz colmada de africanía, de soneras emanaciones, de nostálgico lirismo, deja inaugurada la radio en Cuba, un 10 de octubre de 1922, espacio incipiente, promovido por la emisora PWX, desde el cual interpreta los temas Rosas y Violetas del compositor José Mauri y Presentimiento de Eduardo Sánchez Fuentes. A proscenio –en su constante redención del pasado colonial y vejado, de esta tierra de sangre esclava y criolla naturalidad–, sube la Rita de Cuba y del mundo, un 8 de marzo de 1935, en la sala del Teatro Martí, asumiendo en corpórea satisfacción, el personaje de hermosa y descomunal Cecilia Valdés, en la zarzuela homónima, bajo la magistral tutela del Maestro Gonzalo Roig.
El lente acucioso no está exento de la Montaner, se complace en sus planos durante su primera aparición como protagonista en la película mexicana La Noche del Pecado del director Miguel Contreras Torres, filmada durante 1933 y estrenada al año siguiente. En Cuba, se inició con el filme “Sucedió en la Habana”, bajo la dirección de Ramón Peón, pero su triunfo definitivo en el séptimo arte, fue precisamente, con su participación en el largometraje “El Romance del Palmar”, donde interpreta con ese aire de pregonar genuino, El Manisero, del maestro Moisés Simons; ambas películas del mismo director, son estrenadas en 1938. Queridos lectores, la incansable Rita, desdoblada en sus sólidos personajes, consolidó una exitosa filmografía, sobre todo mexicana, la cual encumbró alas durante más de una década.
Para el año 1951 vuelve a su escenario del teatro Martí retorna a su zarzuela Cecilia Valdés, pero no desde la exuberante Cecilia, sino desde la soberbia representación de una Dolores Santacruz, acertada representación en un tablado vasto pero a la vez rendido ante la presencia de la Única, de la Rita Montaner, su imagen se perpetúa en el cine, en la televisión, en cuanto a la radio, fue declarada su Reina, hacia 1945, reflejo de su gran popularidad. Para 1956 hace su aparición en la ópera La Médium, de Gian Carlo Monotti, en su inconmensurable papel de Madame Flora o Baba que a pesar de sus dos actos, sometió, por su intensidad dramática, a todo su público, contendiendo al tiempo, en la grandeza de su genio.
Según las fuentes, su última aparición en público tiene lugar en la sala Arlequín, un 31 de mayo de 1957, en la obra “Fiebre de Primavera”, esa voz que había conquistado los escenarios más sublimes, escapaba ahora, discurriendo por los entrecejos de la edad, violenta comprensión de que existía el límite, desconocido hasta entonces, mas la responsabilidad con su público, cual milagro de ancestros, devolvió en el último instante, ese timbre descomunal para decir un adiós efímero, pues Rita nunca se despidió del escenario.
Su sangre noble y rebelde, “su fuerza social y telúrica” como plateó Nicolás Guillén, la arraigó a este mundo, aún cuando la muerte apareciera a tomar de la mano a la dama, a la bullanguera de solares caprichosos, a la Cecilia, a la Médium, a la que tantos personajes dispensó a la gloria. Con ella, descansaron todas estas figuras en sepulcro auténtico, en el cementerio de Colón, un 17 de abril de 1958, aún cuando el pueblo cubano entornaba sus ojos virulentos y llorosos por la represión desbordada por fuerzas batistianas, a raíz de la huelga general del 9 de abril. Ese mismo pueblo, afiebrado por la libertad, se detuvo un instante y lloró a la ÚNICA –sin temor al desconsuelo–, a la amada hija de Guanabacoa que nos pregonó una vez más desde el silencio de la oquedad, mas, la rumba no se amortajó en limitados desvelos, nuestra Rita Montaner, vuelve desde entonces al escenario de la cubanía, solo mírenla, es ella que franquea, al son del Manisero, en su frenesí despampanante, las puertas de un Liceo convertido en Casa de Cultura de Guanabacoa, resguardando su nombre y legado para que este pueblo, no duerma sin probar ese inolvidable cucurucho de maní. Este 20 de agosto, la niña Rita florece, aguarda por su Siboney y se pierde, chispeante y tornadiza, de su inigualable Mamá Inés, “por el solar de la esquina que queda allá… en el Manglar”.
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