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Calor, vulgaridad e indisciplina

24 de julio de 2017

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Por mucho que me niego a creerlo, lo veo cada día aquí, frente a mi casa o en cuadras aledañas y otras no tan cercanas en esta Habana de todos.

El calor o la sensación térmica, como se dice ahora, nos agobian y hasta nos pone de mal genio. A algunos, con afecciones cardíacas, nos falta el aire apenas caminamos media cuadra y subimos los 16 escalones de la escalera que conduce a mi apartamento.

Todo esto es realidad. Hay mucho calor. Pero de ninguna manera podemos justificar con ello las indisciplinas sociales que a diario me hacen sentir un poco más afectado por la unión de la subida en el termómetro, con la violación de las más elementales normas de conducta que nos deben identificar.

En la noche del jueves 20 de julio, cuando ya se suponía que descansara de las altas temperaturas del día, la serie televisiva “Zoológico”, me hizo explotar de otro calor, interno, cuando vi que nuestra pequeña pantalla exponía ante un público que a esa hora puede ser de adolescentes y hasta niños, acciones de las más vulgares escenificadas en un centro nocturno, en presencia de otras decenas de jóvenes y no tan jóvenes.

Se reiteraba una especie de competencia de vulgares besos que, tras su tercera o cuarta repetición llevó al trío (el hombre y las dos mujeres) hasta un cuarto donde a ellas se les vio dormidas o cansadas, quién sabe por qué y de qué, mientras su hombre se observaba su pecho como disfrutando su papel de macho en aquella vulgar orgía.

Y pienso que no se le puede echar la culpa al calor por cuanto el guión y realización de este contenido televisivo, se concibió y realizó mucho antes de estos meses de verano intenso.

Esa es una arista del malestar que quiero transmitir hoy en este pequeño comentario, donde los calores veraniegos pueden usarse como comodín para justificar las más variadas indisciplinas y descuidos.

Ahora me referiré a otros hechos, todos humanos y todos lamentables.

Observo desde mi balcón a una pareja de jóvenes, en plena mañana (10:24 AM) que sale del Di Tú ubicado en la calle 17 entre 2 y 4, en el Vedado. Cada uno de ellos porta en una de sus manos una botella de cerveza Presidente. Caminan hacia la avenida Paseo y  cuando pasan por el frente del Hospital Infantil Marfán, ambos, sin pensarlo dos veces, lanzan cada uno su botella hacia la acera. “Esta porquería está caliente”, dice la muchacha, tratando de justificar su indisciplina.

Allí quedaron los pedazos de vidrio junto a otras botellas completas que habían sido depositadas al parecer la noche anterior. ¿Por qué ocurren estas cosas? me pregunté sin encontrar una respuesta que no fuera la indisciplina social.

Otro día, bien de mañana, bajé la escalera cuando sentí el ruido del carrito empujado por un buen hombre, encargado cada día de recoger la basura en esa cuadra.

Cuando aquel trabajador de Comunales echaba las botellas o pedazos  en el recogedor, le pregunté si eran muy seguidas tales indisciplinas de personas que lo lanzan todo a la calle, a la acera, aun cuando –como ocurre en este caso– en la misma esquina de 17 y 2 hay dos contenedores para la basura.

El hombre, algo apenado, solo llegó a decirme: Mire señor, usted no es capaz de imaginarse esto. Hay de todo. Tiran botellas, ladrillos, escombros y hasta mi… que nos resulta difícil recoger con estas escobas hechas por nosotros mismos.

Mientras conversaba con el amigo que cada mañana trata de dejarnos más limpio el entorno, veo salir del propio Di Tú a una señora con dos niños. Evidentemente ella había comprado allí un grupo de pequeñas croquetas que le habían servido en  dos o tres cartuchos hechos de papel bond blanco.

Antes de llegar a las esquina de 2, el primer cartucho se había terminado y aunque la señora tenía los contenedores en sus propias narices, el papel fue lanzado a plena calle sin el más mínimo pudor.

Caminé de mi acera hasta la del frente por donde venía la señora y los dos menores. La saludé, le pedí disculpas y le dije: señora está dando usted un mal ejemplo a esos niños con eso de tirar los papeles en la calle, más cuando hay latones en la esquina. ¡Qué enseñanza es esa!, apostillé. Me miró de arriba abajo y sin sacarse el pedazo de croqueta de su boca, me respondió en tono alto: “Mire tío, hace mucho calor para esos sermones”.

Continuó su camino y antes de llegar a Paseo volvió a tirar a la vía los cartuchos restantes de las croquetas devoradas. Yo, mientras la miraba mover con dificultad sus más de 200 libras acumuladas en no más de 35 años de vida, volví a la casa y medité: tendremos que vivir necesariamente entre estas indisciplinas que se mezclan con falta de cultura, educación y respeto hacia el prójimo. Tendremos que aceptar series televisivas que, como Zoológico, exacerben vicios y formas que nada tienen que ver con el amor y la juventud que todos queremos formar.

No me doy por vencido. Creo en los valores buenos, aunque ahora mire desde mi balcón y vea debajo del añejo ficus que nos protege del sol, no menos de siete botellas de cerveza vacías, cuatro latas de refresco y como regalito de última hora, un culero desechable sucio en medio del pequeño jardín de los bajos del edificio.

Aseguro que no puede ser el calor sinónimo de vulgaridad ni de indisciplina. Y confieso que no pienso mudarme para el polo… aunque ya se está derritiendo por los efectos del cambio climático.

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