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Ingredientes de la educación

21 de julio de 2017

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Los padres son los principales y más importantes educadores de los hijos, eso se sabe, pero el asunto es que somos educadores sin título, sin aprendizaje y es un trabajo de 24 horas los siete días de la semana hasta nuestro último aliento, sin salario y con un aluvión de críticas de los que nos rodean, consejos contradictorios, y ni hablar de las perretas de los hijos cuando son pequeños, los enojos y portazos cuando son adolescentes y siempre, pero siempre las preocupaciones que nos hacen desvelarnos aún cuando los hijos sean adultos, con hijos y familia. O sea, que es el más maravilloso de los martirios, porque la recompensa es mil veces mayor que el trabajo que se pasa.

Después de esta breve descripción de la paternidad y su complejidad, voy a referirme a aspectos claves en este proceso que no siempre se tienen en cuenta, pudiendo traer malas consecuencias en lo que queremos que sean nuestros hijos; hombres y mujeres plenos, honestos, capaces de tener metas y alcanzar la felicidad y estabilidad, y son el papel que juegan la motivación, las expectativas y el afecto en la educación de ellos. Y esto, ¿Qué significa? ¿Cómo pueden ser parte del proceso educativo? A eso voy, y empezaré por las preguntas que deben hacerse los padres y entre las que están: ¿Soy claro en lo que espero de ellos? ¿Se los transmito bien? ¿Nos entendemos? ¿Le enseño a hacerlo?

Estas preguntas implican tanto los aspectos sencillos, simples como es ordenar los juguetes, no hablar a gritos, definir el tiempo ante la TV y la PC, como las metas importantes en la vida con respecto al estudio, la profesión, el matrimonio, y aunque parezca algo sencillo, no lo es, porque con frecuencia los padres damos por sentado que los hijos tienen que saber cuáles son nuestras expectativas, y nos damos respuestas como que “si soy su madre y lo traje al mundo, lo crio y vivimos juntos, él tiene que saber que espero que haga” y esto es un grave error, porque la telepatía es truco y no funciona en la vida real. Y agrego que además de ser claros en las expectativas, o sea, lo que esperamos de ellos hay que hacerlo con afecto, y no equivocarnos y creer que estamos en el centro de trabajo y citamos a la oficina a un subordinado para darle el plan de trabajo, sino que en el contacto diario, en la comunicación afectiva le decimos lo que queremos de ellos y los enseñamos a hacerlo, ya que nadie nace sabiendo ni recoger los juguetes, ni usar el tenedor y el cuchillo como ser honesto y trabajador, tener amigos, sino que nos lo tiene que enseñar los padres y después a su vez, orientárselo a los hijos, siendo un espacio educativo muy efectivo.

Hay otras preguntas como puede ser: ¿Cómo hago que sepan hacia dónde dirigirse, a que tengan metas y sean constantes? Eso quiere decir que nos interesa que sean personas motivadas, teniendo claro que quieren y la voluntad de perseguir ese objetivo. Pues a esta pregunta lo primero que tenemos que respondernos es si conocemos lo que quieren los hijos y no les estamos imponiendo (tal vez con muy buenas intenciones) lo que nosotros queremos porque son metas que no alcanzamos, o  porque es lo más beneficioso socialmente. Y aquí entra eso que “tú tienes las posibilidades que yo nunca tuve”, “ser médico es una profesión maravillosa”, “Adela es una muchacha de buena familia, educada y linda, así que es la que te conviene”, sin saber si le gusta la medicina, Adelita y si ve lo que los padres le dan como posibilidades o imposiciones.

Lo importante es saber cuáles son los intereses de los hijos, descubrir sus talentos, habilidades, sus gustos y darles la posibilidad de conseguir lo que quiere, dejando a un lado los prejuicios, desagrados y otros obstáculos –reales o no– ya que siempre nos formamos un sueño de hadas, príncipes y un mundo de maravilla para los hijos y no nos pasa por la mente que cambie el rumbo hacia lugares que no habíamos pensado y que no son tan glamorosos como creímos (en vez de médico quiere ser plomero). Y todo el camino tiene que estar aderezado con afecto, nunca olvidar que tenemos hijos y educamos para que ellos vivan sus propias vidas y no para que cumplan nuestros deseos.

Los errores que se cometen van desde la imposición “porque yo te mantengo”, pasando por la indiferencia la cual lleva a que no se le motiva, ni se tienen expectativas por cualquier razón, que puede ser que el trabajo le ocupa el tiempo, etc. hasta el maltrato y la violencia que hacen a las familias disfuncionales. Y sin intención de dar recetas para la educación, por lo menos les he dado algunos consejitos que pueden serle de utilidad, y que no hay que olvidar y que son las expectativas, la motivación y los afectos los ingredientes principales.

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