El swing de Bobby Carcassés
21 de julio de 2017
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Cada jueves, en los meses de julio y agosto, el Salón de Mayo del Pabellón Cuba acoge el espacio de diálogo “Encuentro con…” que conduce la periodista Magda Resik. Es habitual que la cita resulte un encuentro intergeneracional entre intelectuales y artistas cubanos con las más jóvenes generaciones.
Bobby Carcassés fue el invitado más reciente. “No se puede hablar de jazz cubano e internacional sin esta figura de relieve”, dijo Resik al presentarlo a la audiencia, reconociendo también sus aportes a la pedagogía de la música cubana.
El showman de Cuba evocó los primeros años de vida en Santa Clara, tierra que no lo vio nacer pero se disputa al hijo ilustre como si así fuera. “Nací cantando”, sentenció Carcassés. “Ya a los 5 o 6 años interpretaba canciones completas, y versos”, comentó con el recuerdo nítido de antaño. Fue la Villa del centro del país la que vio al joven vincularse a programas de aficionados en la radio y concursos de canto que ganaba interpretando un repertorio lírico. El joven “Enrico Carusso” nació Kingston, Jamaica, cuando su abuelo era cónsul de Cuba en ese país. Cumplidos los cuatro años de vida estaba de regreso en la mayor de las Antillas. Fue en la provincia central donde conoció a su amor de toda la vida, y donde descubrió que el arte era su irremediable destino.
“Le confesé a mi madre que no quería estudiar más, que lo mío era la música y el deporte. Ella estaba botando el dinero pagándome una escuela particular, y me dijo que solo dejaría de hacerlo si empezaba a trabajar. Lo primero que hice fue envasar galletas en una fábrica. Un día tuve una revelación: una voz me recordó que lo mío era el arte, la pintura, la música”, confesó el entrevistado.
“No se trata de que no pudiera hacer otra cosa que ser artista – acotó el músico –. Cuando llegue a La Habana vendí seguros, hamburguesas, y hasta trabajé tirando fotos de carnet”. Fue en 1956 el año en que decidió perseguir su sueño en la capital. Una vez aquí se presentó en la Corte Suprema del Arte y se fueron abriendo una puerta tras otra.
La primera oportunidad vino de la mano Bobby Collazo, autor de “La última noche”. Fue en su cuarteto donde interpretó por primera vez un repertorio profundamente cubano, también desde el baile y la proyección escénica. Mi alegría mayor fue tener la oportunidad de presentarme como profesional ante un público, y eso fue gracias a Enrique Arredondo”, dijo refiriéndose a su debut en el Teatro La Caridad, de Santa Clara, junto al afamado “Bernabé”.
“Al dejar la compañía de Collazo trabajé con otros grupos vocales hasta llegar a Tropicana”, fue con el espectáculo “Rumbo al Waldorf” del afamado cabaret que en 1958 viaja a la ciudad de New York y conoce la escena jazzística norteamericana.
Durante el intercambio, Magda Resik indagó en la formación autodidacta de su interlocutor, y cómo en su caso su preparación alcanzó niveles extraordinarios, dignos de un auténtico genio.
Bobby por su parte reconoció que de pequeño recibió clases de emisión, control y dominio de la voz en Santa Clara, y que una vez en La Habana continuó instruyéndose con otros profesores; pero fue la etapa de trabajo junto a Collazo la que marcó un punto de inflexión, que luego se perfeccionó en su paso por Tropicana.
“De regreso en Cuba, luego de los espectáculos en Estados Unidos, me enrolé en la primera delegación del país que participó en un Festival de la Juventud luego del triunfo revolucionario. Fue en Austria, Viena, en el verano de 1959”. Al frente de la gira estaba José Antonio Alonso, Maestro de ceremonias de la Corte Suprema del Arte. Bobby conoció la patria de Mozart y otras ciudades europeas, soviéticas o no, como vocalista del Coro A capella dirigido por Nilo Rodríguez.
“A la vuelta me incorporé al Teatro Musical y fue allí donde aprendí el rigor de la danza, la pantomima, y todas las manifestaciones escénicas en las que debe entrenarse un performer. Fue allí donde sentí, por primera vez, que aprendía todo lo necesario para llevar adelante mi carrera, que me graduaba de una escuela, aunque uno no termina nunca de aprender”, señaló.
“Los instrumentos se fueron acercando a mí”, confesó el Premio Nacional de Música del año 2012. La tumbadora, el fiscorno, el piano, el contrabajo, la trompeta, permiten a Carcassés desarrollar su genio creativo, y darle sonido a las melodías que suenan en su cabeza como afinada orquesta. Confiesa que fue en Nueva York donde esa experimentación tocó el punto más alto, cuando incursionó en el scat, un tipo de improvisación vocal, generalmente con palabras y sílabas sin sentido, que convierte a la voz en un instrumento musical más, especialmente en el jazz.
“Decir que ‘los instrumentos llegaron a mí’ resume el sentido autodidacta y natural de la música que usted hace, un dominio que a otros les cuesta años de entrenamiento académico, a usted le es espontáneo. ¿Cómo explica ese don?”, preguntó la periodista.
“Quizás sea la reencarnación. Cuando el cuerpo está vencido, el alma continúa al plano astral y en un momento determinado, si se han quedado deseos por cumplir, el alma vuelve a la Tierra. Todo lo que se aprendió en vida regresa también”, confesó Bobby Carcassés con la seguridad de que ese talento, ese conocimiento natural que a veces tiene, lo supera, está más allá de él y las palabras para describirlo.
“El jazz es una corriente interna que surge del individuo. Debe tener swing, un elemento que lo hace especial, pero que no se puede explicar con palabras. Una vez escuché a alguien decir que el swing es algo que no se pregunta, y si lo haces es porque no lo has sentido (…) Cuando en una sesión varios músicos son capaces de improvisar juntos sin ponerse previamente de acuerdo, entonces fluye el swing”, sentenció.
En cuanto al género, Bobby Carcassés es de los que piensan que no surgió en Estados Unidos como se cree comúnmente, sino que fue allí donde se perfeccionó. “El jazz surge en África, producto de los desplazamientos que provocó la trata esclava. En la liturgia de cada una de las tribus negras, en el sufrimiento, en la pérdida del hogar. Su sonoridad se perfecciona con el intercambio con otras culturas, especialmente con el blanco. Esta fusión con el europeo, ya sea inglés, español, portugués, da como resultado que esa fusión de cultural producto de la supervivencia.
”Lo que caracteriza al jazz cubano es su africanidad, su fuerte presencia del bembé de los esclavos, de la cultura yoruba”, reconoció el autor de “Blues en guaguancó”.
–¿Cuál usted prefiere?, le pregunta Magda Resik.
–El afrocubano, porque tiene la presencia áspera del África, pura.
A la pregunta de con qué interprete se ha sentido más “conectado”. Carcassés reconoció que esa suerte de “lenguaje común” la sintió por primera vez con el multiinstrumentista Armandito Sequeira Romeu: “Teníamos tremenda conexión. Nos parecíamos mucho físicamente, solo nos delataban los gustos. Él me decía que dejara la tumbadora, la ascendencia africana; pero hasta hoy el tambor para mí es fundamental”.
”Actualmente esa conexión la tengo con mi hijo Roberto Carcassés, no tengo ni que mirarlo para tocar juntos. Tenemos una afinidad espiritual que nos conecta”.
–¿Usted fue el maestro de su hijo?, indagó Magda.
–No. Mi esposa y yo dejamos que él eligiera solo. Pero creció con la vida cultural que se respira en la casa. Eso sí, desde muy temprano quiso ser él mismo, no el hijo de su papá.
Sobre la pregunta de si el jazz se enseña a tocar o parte de un talento innato, el showman comentó enseguida afirmativamente, y que para eso existen en todo el mundo conservatorios específicos.
“Aquí en Cuba es donde único no hay, ni siquiera hay cátedras de música popular. Solo se imparte lo clásico, la música de concierto. Muchos jóvenes músicos se han acercado al jazz porque es una propuesta atractiva, no porque el conservatorio los haya empujado a ello y eso que es un género con tantos matices como cualquier otro, desde el jazz sinfónico hasta el rock jazz”.
A punto de cumplir 79 años de vida, quizás muchas veces a Bobby Carcassés se le ha preguntado cómo amar a Cuba. Esa fue la última interrogante que compartió Magda Resik con su entrevistado, antes de que el público presente en la sala compartiera con él recuerdos, impresiones.
“Siempre digo que este es un país mágico porque tienen una luz espiritual propia. Son muy fuertes las vibraciones que he descubierto en esta tierra, y es una característica muy misteriosa, esa ‘murumba’. He viajado el mundo varias veces pero soy un animal de costumbres, tengo que regresar siempre a Cuba, a La Habana, incluso a Santa Clara. Ese amor no me permite vivir fuera”, apuntó Bobby.
El primer presidente del Festival Jazz Plaza reconoce que ya se retira. Que no puede “soltar” en el escenario los mismos pasillos que antes porque el cuerpo luego ya no duele igual. Deportista intenso en sus años mozos, siente el orgullo de ser de los primeros campeones de salto alto, en la modalidad bajo techo, luego del Triunfo de la Revolución.
En estos días en que ha vuelto a pintar y a escribir, avanza en su biografía. Una que ha decidido titular “Un genio en bicicleta”. En una de sus presentaciones más recientes, el Día Internacional del Jazz, la presencia de Bobby Carcassés junto a otros importantes exponentes del género jazz del mundo, y de Cuba, fue un soplo de cubanía y autenticidad.
Una joven del público recordó que viéndolo actuar ese día se percató de cuánto de Cuba hay en el trabajo de Bobby. “Me gusta mucho como ya a su edad no deja de soñar. Ese espíritu de calor que usted emana, que de no ser así no emociona, no transmite. Usted es diferente desde la autenticidad”, concluyó la joven.
Quizás por opiniones como esa es que Bobby Carcassés no descansa, por más que quiera. Su trabajo le inyecta la energía necesaria para continuar, firme, ante el paso implacable de los años. Y así lo reconoció este jueves: “Prefiero morirme en la escena que retirarme totalmente”.
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