Mario Benedetti: “Cuba ha sido siempre una palabra muy importante para mí”
30 de enero de 2011
|Con el tiempo se acostumbró a prestar sus versos: rústicos grafittis en las paredes de las ciudades, palabras escritas en cualquier baño público, grabadas en maderitas y pieles, dibujadas en todo tipo de tipografía y edificios, coreadas por miles de voces en un teatro… versos que tienen en común el transmutarse en pretextos para soñadores y “defensores de la alegría como un principio”.
Para colmo de expropiaciones, un día descubrió que los muchachos enviaban a las novias como propios, sus poemas. Después de consumada la relación, en la intimidad, los honestos reconocían la real autoría de Mario Benedetti, y ellas aceptaban la verdad sin reproches, con cierta resignación compensada. El lirismo ajeno se había convertido en resguardo especial de ese amar con amor para salvarse, que a ratos recomienda el poeta.
No son los suyos poemas de compleja presencia aunque sí de esmerada factura, de una sencillez conmovedora, desprovistos del hermetismo a ultranza que para algunos es consustancial al verso. Tampoco se desentienden de la alegoría cotidiana más directa ni de razones sociales y políticas, pues contra todos los pronósticos la poesía es para él tribuna privilegiada.
Como propietario de lagunas que son océanos, se define este escritor uruguayo, autodidacta y precoz. A los 11 años terminó su primera novela, El trono y la vida, usura de tanta aventura de capa y espada aprendida de Dumas. Y luego sobrevino la aventura mayor: descubrirle a cada género literario sus encantos y sosjuzgarlos sin piedad.
Por suerte, el exilio al que debió someterse a mediados de la década del 70, no laceró ese afán productivo. Doce libros, uno por cada año lejos de Uruguay, prueban su tenacidad con las palabras. De esa época data Poesía trunca, antología que reúne la obra de los escritores que no corrieron su suerte, la de sobrevivir al genocidio cometido por las dictaduras latinoamericanas de turno.
Hace poco Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las Américas, reflexionaba sobre cuánto Benedetti arriesgó su vida y cómo sus amigos y familiares recibieron aliviados la noticia de que Cuba lo ponía a buen recaudo. “Me dicen que está con ustedes, cosa que deseo de todo corazón – le escribió Julio Cortázar a Retamar el 6 de octubre de 1975 – . Mario es uno de los hombres más valiosos de nuestro continente y por tanto siempre en peligro”.
Conocedor de Cuba por la fuerza de las circunstancias, la convivencia de años y sobre todo por la más antigua de sus razones, la admiración – tan necesaria como el reparo en las imperfecciones cuando se ama – , Benedetti no se conduce como un forastero típico. A pesar de no haber nacido en esta Isla, exhibe esa condición tangible de quien llegó y se marchó, para siempre quedarse.
La utilidad de discutir
“Cuba ha sido siempre una palabra muy importante para mí. Incluso antes de viajar a este país, la Revolución Cubana fue para muchos uruguayos una alerta, nos sacudió porque vimos la posibilidad de enfrentar de alguna manera esa presión que es política, económica, militar, cultural… de los EE.UU.
“Trabajar en la Casa de las Américas, durante los años de exilio fue un privilegio para mí porque es un organismo muy eficaz, donde los problemas se solucionan en equipo. Integré el Consejo de Dirección conformado por cubanos excepto Manuel Galich, el guatemalteco, y aprendí desde adentro cómo funciona un organismo cultural en Cuba.
“Bien decía Retamar el otro día que yo discutí mucho con los cubanos en ese consejo. Me parecía que aparte del bloqueo exterior, funcionaba a veces el autobloqueo. En aquella época vivía Haydée Santamaría con quien hice una muy buena relación, una de las figuras que más admiro de la Revolución. Era con la que más discutía y muchas veces ella negaba de plano mis argumentos, aunque me sorprendía en ocasiones tomando una decisión acorde con lo que había dicho. Lo hacía buscando solidez en los argumentos.
“Sostuve una extensa correspondencia con Haydée tras mi regreso a Uruguay. En una carta muy linda me confesó que los compañeros del consejo lamentaban mi ausencia y ella particularmente echaba de menos las discusiones que sosteníamos”.
¿Cómo explica que su popularidad aumente entre los más jóvenes?
Que un viejo como yo pueda comunicarse con los jóvenes me parece lindo. La musicalización de algunos poemas pudo haber influido porque de esa manera llegan siempre a más gente. Y a veces quienes entraron a mi obra por la zona de la canción terminan invadiendo la de la poesía.
Sucede también como hace poco, en la Casa de las Américas: leí unos cuantos poemas inéditos que el público no conocía y, sin embargo, fueron recibidos con calor. Fue a propósito. Quería probarlos, ver cómo caían, y cayeron bien a un auditorio en extremo joven. Explicarme totalmente ese fenómeno es imposible porque a veces supera las causas evidentes.
Su poesía no ha envejecido. Y usted, a estas alturas, ¿cómo asume la certeza de la muerte?
Mi próximo libro tiene una gran cantidad de poemas que se refieren a ese tema que ahora me obsesiona. A mis años no se puede decir como a los 18, a mí qué me importa la muerte. Hay que prepararse para ella.
¿A dónde irá la poesía en un mundo donde impera el pragmatismo, y las editoriales se disputan el último best-seller?
Los editores creen que lo único vendible en este mundo de consumismo es la novela. Si se trata de un escritor que ha tenido éxito anteriormente con el género, no se cansan de presionarlo. Pero nadie presiona al poeta quizá por esa falsa impresión de que la poesía no vende.
Personalmente no puedo quejarme porque mis libros de poesía tienen muchísimas ediciones, incluso, Inventario, es de mis 67 libros el segundo de más ventas y en algún sentido esas redacciones contradicen la impresión de los editores.
Tenga o no éxito, el asunto en poesía es que sea buena. Los grandes autores que han sobrevivido y se siguen estudiando, fueron en su mayoría poetas. Dentro de los escritores españoles podemos recordar a Góngora, Quevedo… y los de las generaciones del 98 y el 27, en América Latina, Darío, Martí, Neruda, Vallejo…
Es más probable que con esos cultores del verso que se siguen estudiando y citando, se escriba la historia de los pueblos. Por eso creo en la poesía.
Pero ¿qué tiene la poesía?
Libertad, una independencia superior que se sobrepone a las presiones del mercado, más que la prosa. El poeta escribe lo que le sale, lo que quiere decir, tenga éxito o no, tenga lectores o no, le caiga bien a la crítica o le caiga mal.
Sin embargo, Benedetti no desprecia los otros géneros literarios…
El más frecuente de los géneros que cultivo es la poesía, pero también disfruto la novela por tratarse de un mundo mágico que creas, de personajes con los que cargas durante un tiempo como si fueran familiares cercanos. Los viajes, las convocatorias, los jurados… dificultan la fluidez de ese proceso.
No puedes escribir 10 páginas de la novela hoy, y 10 dentro de seis meses. Hay que meterse en ese mundo y quedarse ahí. Si tuviera más tiempo disponible hubiera escrito otras novelas. Tal vez para compensar esa falta llegué a escribir una en verso, El cumpleaños de Juan Ángel, que es como un bicho raro.
El cuento es el más difícil de los géneros para mí. Creo que fue Borges quien dijo que escribir una novela con el rigor de un cuento, sería insoportable. Cada palabra, cada adjetivo, el título – no puede ser otro que el que tiene – , exigen gran esfuerzo y exactitud. Por eso paso largos períodos sin escribir cuentos. Un libro me tomó 19 años para terminarlo, otros los he escrito en cinco. No me gusta publicar un libro de cuentos heterogéneos que no formen una línea temática armónica.
¿Se considera un perfeccionista literario?
Rompo mucho como cualquier escritor. Hace poco entregué a las editoriales un nuevo libro de cuentos y de poemas al que le sobraron 20 ó 25. Los fui revisando y revisando, se los di a leer a algunos amigos muy de confianza que invariablemente me aconsejan: este poema sobra, este atenta contra el equilibrio del conjunto o no tiene el nivel de los otros.
Corrijo mucho, reflexiono. No me gusta publicar enseguida que termino el libro. Es una prueba también leerlo en público y observar las reacciones del público. Los poemas deben estar dormidos por lo menos seis meses. Entonces los analizo casi como ajenos, veo con claridad sus virtudes y defectos, establezco una distancia beneficiosa porque la proximidad en esos casos es perjudicial.
Cuando terminas un libro parece magnífico, y después uno repara con dolor de alma que hay que prescindir de algunos textos y temas de los cuales se enamoró, en beneficio del resultado final.
La realidad latinoamericana es otra hoy, como lo es la del mundo en que vivimos. ¿Cree que están en desuso las utopías por la que se arriesgó incluso en lo personal?
Creo en las utopías. Los buenos pasos que han dado los hombres en toda su historia han sido gracias a los utópicos, entre ellos Jesús, Freud y Marx, que quizá no materializaron totalmente lo que predicaban, pero de muchas formas ayudaron al progreso de la humanidad. Y como antípodas aparecen los antiutópicos: que constituyen los verdaderos perdedores de la Historia.
No me arrepiento de nada por lo que he luchado aunque he cometido mis errores como cualquiera, pero las posiciones que he tomado han sido de acuerdo con lo que en ese momento me dictaba mi conciencia. No padezco de insomnio, siempre he podido dormir tranquilo, salvo cuando andaban recogiendo a la gente de izquierda para llevársela presa. Pero eso no tenía que ver con mi conciencia sino con la de ellos.
¿Confía en la posible mejoría del mundo?
Cualquier mejoría parece imposible en este mundo de ahora al contemplar el panorama con una sola potencia que lo dirige todo, con una religión de consumismo que es el verdadero Dios que impera. Se habla mucho de la globalización económica y política y yo creo que hay otras dos a las que no se les presta atención: la globalización de la hipocresía y la globalización de la frivolidad y la banalidad.
Soy un optimista vocacional aunque cada vez me cueste más serlo. Si la humanidad sigue por el camino que le indican los decididores, según define Leotard, el filósofo, vamos directo al suicidio. Pero nunca pierdo las esperanzas, porque otras veces hemos estado al borde del abismo y hemos sabido agarrarnos por los pelos para salvarnos.
Esta vez confío en que podamos salvarnos a pesar de que cada vez resulte más difícil. Pero si eso sucede va a ser por lo que venga desde abajo, no por lo que nos llega de arriba: la inconsciencia criminal. Confío en que los hombres y mujeres del futuro aprendan a salvarse y lo digo porque uno sabe que como individuo, como persona se va a morir, es ley de la vida. Pero nunca queremos que aquello que dejamos atrás desaparezca, sería horroroso. Siempre haré lo posible – sé que no puedo sobrevivir – para que la humanidad sobreviva, y para que la gente viva mejor de lo que vive.
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Mario Benedetti (Uruguay, 1920) es uno de los escritores más leídos de nuestra lengua. Ha publicado entre otros libros, Preguntas al azar, Poemas de la Oficina, Viento del exilio y Yesterday y mañana (poemarios); Montevideanos y Recuerdos olvidados (cuentos), Primavera con una esquina rota y Gracias por el fuego (novelas), ensayos indispensables sobre la realidad latinoamericana al estilo de El país de la cola de paja y Crítica cómplice.
Los diversos géneros literarios conviven y a veces se funden en sus obras. Lo prueban la novela en versos El cumpleaños de Juan Ángel y Despistes y franquezas donde alternan la poesía y el cuento. Algunas de sus creaciones han sido adaptadas al teatro, al cine y a la televisión. Poemas suyos sirven de pretexto a realizadores cinematográficos como el reconocido argentino Eliseo Subiela.
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