La Plaza de la Catedral habanera
8 de marzo de 2013
|La muy habanera Plaza de la Catedral es hoy un sitio emblemático de la Ciudad, visitada continuamente por lugareños y turistas, reproducida mil veces en grabados, postales, catálogos turísticos, en cierto modo es uno de los rostros más divulgados de Cuba.
No muchos recuerdan sin embargo que este año, dicha plaza cumple 410 de conformada, pues fue en 1632 cuando comenzó a ganar su aspecto más notable. En sus inicios, se le conoció, por ser el terreno bajo y pantanoso, como Plazuela de la Ciénaga, aunque la edificación religiosa levantada en la confluencia de las calles San Ignacio y Empedrado, destinada inicialmente a ser el templo del colegio de la Compañía de Jesús, después de la expulsión de esa Orden de los dominios borbónicos, pasó a ser primero Parroquial Mayor y luego, al convertirse La Habana en cabecera de Diócesis, fue remodelada para servir como Catedral y vino a bautizarse el espacio que ante ella se extendía como Plaza de la Catedral.
En torno al templo, se levantaron los palacetes de aquellos hacendados o comerciantes cuyos servicios a la Corona habían sido premiados con blasones nobiliarios y que, por tanto, poseían las prerrogativas para levantar casas con portales sobresalientes, de dos plantas y entresuelo, con zaguán y patio interior. Así los Marqueses de Aguas Claras, los de Arcos, los de Lombillo, siempre en litigio por sus estrechas fronteras, siempre en indiscreta emulación de privilegios, dieron sabor a esta zona, aunque sabemos que la plaza fue siempre de dominio popular, cubierta de puestos de vendedores y del tráfico variado de los estudiantes que iban a sus clases en el Seminario de San Carlos, los devotos que al amanecer asistían a los oficios en el templo, los esclavos y amas de casa que iban a hacer el mercado y una muchedumbre de curiosos y desocupados. Cirilo Villaverde, en su Cecilia Valdés, nos muestra precisamente ese tráfico, cuando hace aparecer por allí a Leonardo Gamboa y sus amigos, rumbo a las lecciones matutinas en el Seminario.
Como es lógico, la Plaza y sus edificios han nutrido la imaginación y la obra de nuestros artistas, no olvidemos, por ejemplo, que Víctor Manuel residió por años e hizo la mayor parte de su obra en los altos del Palacio de Aguas Claras, mientras que Alejo Carpentier hizo sus primeras armas como periodista en el diario La Discusión , cuya redacción estaba en los altos de la edificación que hoy acoge al Museo de Arte Colonial.
Sin embargo, fue José Lezama Lima, que muchas veces paseó de día y de noche por la plaza y se hizo fotografiar varias veces en ella, uno de los que más la apreció, sobre todo por el especial amor que sentía por la catedral. Precisamente en su ensayo “La curiosidad barroca” que forma parte del volumen La expresión americana está un fragmento memorable que destaca con su prosa barroca la belleza de ese edificio y de todo su entorno, con él queremos honrar este aniversario de una de las más célebres plazas cubanas:
[…] el reto, la arrogancia de nuestra catedral. Esa gran lasca de piedra que se prolonga, que se sigue a sí misma; no, ahí está la voluntad loyoliana para hacer que el espíritu descienda, se aclare, quepa justa en el círculo de nuestro ansiar vigilante. Frente o amigada, quién lo pudiera decir, al natural envío marino, la piedra catedralicia intenta repetir las primeras evocaciones del Génesis, sólo que aquí el espíritu riza la piedra en una espiral presuntuosa que se va acallando en la curva, donde se confunde como en un tranquilo océano final. Qué habanero en un día de recorrido de estaciones, de fiesteo navideño, o de plegado secreto por el San Cristobalón, no se ha detenido, después de aquel majestuoso ademán, verdaderamente cardenalicio, de la piedra en un fugato, en el pequeño, sonriente, amistoso balcón, que se entreabre entre el extendido orgullo de la piedra. Tiene la gracia, como cuando avanzamos en la noche, del encuentro con los ojos del gato, que parecen poner en el laberinto de los corredores un ancla arracimada de sirenas.
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