La verdad de Venezuela
30 de marzo de 2017
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Una vez más, como ha venido ocurriendo sucesivamente y en medio de las más diversas circunstancias a lo largo de ya casi veinte años, el proceso bolivariano que tiene lugar en Venezuela ha hecho valer su verdad, su dignidad y su independencia, inspirado en el recuerdo y el agradecimiento a su Comandante eterno Hugo Chávez, fiel discípulo y continuador de Simón Bolívar.
En esta ocasión, la conjura buscó como escenario al desprestigiado y desmoralizado Ministerio de Colonias yanqui –la llamada Organización de Estados Americanos (OEA)–, aprovechando la colocación en su secretaría general de un sujeto dispuesto a impulsarla y consolidarla, basada en mentirosos pretextos suministrados por la fracasada y desesperada oposición golpista, y una campaña mediática sin precedentes, todo orquestado bajo la batuta del inservible Departamento de Estado de Washington.
El deprimente espectáculo que desde hacia varios meses venían dando los enemigos de la Revolución Bolivariana culminó bochornosamente en las dos sesiones del Consejo Permanente de la OEA, donde la representación venezolana brilló con luz propia, elevada moral y dignidad sobrada, contando allí con la solidaridad de otras voces que también se alzaron con fuerza para desbaratar la trampa montada en medio de presiones, chantajes, sobornos y amenazas que rodearon a esos intentos contra la indetenible Revolución Bolivariana.
Pienso que pocas veces en el seno de una pretendida organización internacional se pudo presenciar un show tan indigno como falaz, donde se pretendían vulnerar todos los principios del derecho internacional, la autodeterminación y la no intervención, la Carta de las Naciones Unidas y las numerosas convenciones suscritas a ese respecto.
Fue sorprendente y a la vez ridículo como el señor Almagro y sus acompañantes intentaron pasar por encima de la Constitución venezolana, cómodamente sentados desde sus poltrones en la capital estadounidense, como si el pueblo de Venezuela fuese un simple rebaño sin principios, sin historia y sin valores que defender.
Paradójicamente, Venezuela y los demás países latinoamericanos y caribeños que la apoyaron lo que hicieron fue precisamente defender la Carta Constitutiva de la OEA que el secretario general y sus acompañantes intentaron violar –en especial su artículo 1– que establece claramente sus funciones y objetivos y, no obstante, ha sido violada reiteradamente siempre bajo la égida de los gobiernos imperialistas de turno en Estados Unidos.
La derrota inequívoca de la más reciente conspiración antivenezolana en el seno de lamoribunda OEA reabre sin embargo, las interrogantes ante los países, gobiernos y pueblos dignos de América Latina y el Caribe acerca de la pertinencia, la necesidad o el sentido que pudiera tener seguir incorporados a una putrefacta institución que, en cualquier momento, puede tratar de ser utilizada contra otro país decidido a tomar un camino independiente en su construcción económica y social y dejar de ser “patio trasero” del imperio estadounidense.
Lo cierto es que la verdad de Venezuela –hoy la verdad de toda Nuestra América–, resplandeció y se abrió paso con el multitudinario apoyo de su bravo pueblo en las calles y la valiente, firme y argumentada exposición de sus representantes en las entrañas del monstruo.
Quedó claro, además, que Venezuela no está sola. Fueron muchos los que allí mismo enarbolaron sin vacilación junto a ella las banderas de la dignidad y la soberanía, al lado de la razón, la justicia y la verdad.
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