Le sigo debiendo al mar
15 de marzo de 2013
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La exposición Bocetos de bitácora, vista a finales del pasado año en La Habana, no es más que el pretexto para conversar con Héctor Laza, un artista que tiene una manera particular de asumir el arte y que en los últimos cuatro años trabaja muy directamente con el artista de la plástica Arturo Montoto a quien considera “su maestro y mentor en muchos aspectos”. Laza, que es graduado de la Academia de Artes de San Alejandro en el curso para trabajadores del pasado 2012, tuvo la gentileza de conceder una entrevista exclusiva al espacio Luces y sombras, de Habana Radio. Ese diálogo, que intentó adentrarse en las interioridades de este joven creador, comenzó por sus orígenes. “Desde pequeño casi todos los niños dibujan y pintan y yo al igual que el resto, lo hacía. En la medida en que iba creciendo empezó a interesarme mucho la fotografía y me fascinaba ir al Museo Nacional de Bellas Artes a ver arte cubano. De repente la pintura se convirtió en mi refugio, en el espacio en el que me desahogaba y, en paralelo, me dedicaba a otras cosas. La vida da muchas vueltas y, al final, caí en cuenta que siempre regresaba a la pintura. Llevo pintando más de quince años sin darle un curso a esa obra y entonces decidí que debía de formarme en una Academia para llenar las lagunas que tenía como autodidacto. He tenido la grandísima suerte de trabajar al lado de varios artistas, entre ellos Arturo Montoto, y acudí a las pruebas de San Alejandro. Debo que ser sincero. Me presenté a los exámenes para conocer cómo era el mecanismo evaluativo; son cinco exámenes a los que someten a los futuros estudiantes: dibujo natural, dibujo creativo, pintura, escultura e historia del arte. Me presenté para ver si podía ir venciendo cada una de esas pruebas. Fue como un reto personal. Realmente, aunque no me sentía tan desvalido, asistí a los exámenes como un ejercicio de entrenamiento. Para mi sorpresa aprobé la primera materia, la segunda, la tercera y cuando llegó la cuarta que era el barro —yo jamás había modelado — me sentí muy seguro; hice el examen de historia del arte y para mi sorpresa cuando publican los aprobados ¡estaba en la lista!
Un sueño realizado.
Así es. Había tenido un intento anterior. Cuando concluí el noveno grado me presenté y en la primera prueba me descalificaron. Fue una experiencia devastadora porque era muy joven, no obstante, continué pintando por mi cuenta. Tengo que ser sincero: mi esposa fue quien me impulsó y la que me estimuló y por eso le estaré eternamente agradecido. Tenemos una niña preciosa, de cuatro años, que nació con mi carrera. Mi esposa me dijo: “preséntate y si apruebas, yo me ocupo de la niña y sino, entonces, te presentas el año que viene y no pasa nada”. Para mi felicidad, mi niña tiene cuatro años, yo me acabo de graduar.
Durante el tiempo en que no te dedicabas por entero a la pintura y la asumías, quizás, como “descarga” ¿cuáles eran los temas?
Mi tema central ha sido siempre el mar. Nací en Cojímar que como se sabe es un pueblito de pescadores, un sitio poseedor de mucha historia y que Ernest Hemingway inmortalizó con su obra El viejo y el mar. Personalmente conocí a Gregorio, el patrón de Hemingway, y con apenas tres años aprendí a nadar; cuando abría la puerta de mi casa la primera imagen que veía era, precisamente, el agua. Creo que el mar siempre ha venido a salvarme y creo que le debo parte de mi imaginación y de mis vivencias a ese mundo de la marina, de la pesca, de los botes, de los reflejos, de los peces. Me parece que le sigo debiendo al mar.
Al ver tu obra uno siente como que son instantes de un momento mayor ¿me equivoco?
Eso tiene que ver mucho con la fotografía porque soy graduado, también, de la Escuela Internacional de Periodismo José Martí del curso que impartía el profesor y fotógrafo Felix Arencibia, ya fallecido. Y la fotografía ha sido un soporte que me ha ayudado a concentrar un momento específico. No obstante, no trabajo las imágenes a través del instante fotográfico sino que trato de reestructurar la imagen que veo con la que he atesorado en mi memoria. Han sido fundamental mis vivencias de niño, la evocación que tengo de mi pueblo natal, pero cuando regreso a él —porque hace ya un tiempo que no resido en Cojímar— siento que se me queda chiquito. Para mí Cojímar era muy grande y sentía que mi mundo era inmenso y se movía entre el muro del malecón de Cojímar, la pesquera, la playa del Cachón. Lo que he tratado de hacer en la obra es concentrar esa imagen que logro tomar o que logro ver de un paisaje que no está completo, que no está homogenizado y he intentado llevar esa representación a la que tengo apresada en mi memoria. Siempre mi perspectiva es desde la orilla porque es de donde yo la he visto. Mi punto de vista es desde la tierra. Me gusta mucho el horizonte, pero disfruto más ver lo que sucede en la orilla. Creo que la orilla se convierte en el lugar común de las personas. Los pescadores miran al horizonte, pero trabajan en la orilla. Es decir, en esa orilla es donde se crean sus sueños, donde nacen sus esperanzas, donde surge su necesidad de pescar, de hacerse a la mar y de regresar a ese punto, que es la orilla.
Las marinas que pintas incluyen, también, al ser humano…
No excluyen al ser humano, pero puede que no aparezca la figura del hombre porque la elección de la imagen es a través de la visión humana. Trato de retratar a los pescadores y su entorno en general. Me interesa mucho que se distinga que esa imagen pueda ser vista por cualquiera ¿a quién no le fascinó alguna vez la orilla del mar?, ¿quién no quedó seducido ante un bote?, ¿quién no se imaginó en algún momento estar sobre un bote pescando o remando? Eso es lo que quiero hacer con mis imágenes: que ese lugar común que yo he visto, tenga coincidencia con la imagen que pudo haber disfrutado cualquier otra persona; que sea capaz de evocar los recuerdos de otras gentes lo mismo los que hayan vivido cerca del mar o los que lo hayan añorado. Lo que estoy haciendo es tratar de captar una imagen que eche a rodar la imaginación y la visión de las personas.
¿Formatos?
Por ahora, me siento muy cómodo con el pequeño y mediano formatos porque lo que estoy tratando de hacer es concentrar. Siento que cuando uno es niño se concentra en los detalles porque todo es tan grande que uno trata de ver de manera fragmentada. El formato pequeño es el que me ayuda a encontrar esa imagen que yo veía cuando era niño. Cuando pequeño veía un bote entrando por la bahía, pero no veía la inmensidad de la bahía sino el bote.
¿Te apoyas en la fotografía o todo es evocación y recuerdo?
Me apoyo mucho en la fotografía porque es imposible regresar a esa imagen inicial. El proceso es el siguiente: tomo una fotografía y le adiciono los restos que quedan en mi memoria de aquellos recuerdos. Cambio las tonalidades reales y coloco los colores que recuerdo de niño. Trato de transformar ese paisaje que veo, en el que yo recordaba.
Tu obra no debe de verse muy de cerca porque se pierde el detalle…
Eso viene de los impresionistas y de los post-impresionistas, pero también viene de mi concepción del paisaje. Mi paisaje se encuentra desfragmentado porque lo perdí cuando salí de Cojímar, cuando crecí. A mí llegaron otras concepciones, otras convicciones y otras convenciones de representación y ese paisaje que tenía homogenizado en mi memoria desapareció. ¿Cómo lo veo ahora?: desde lejos. El paisaje que pinto es para ver desde lejos, aunque cuando te acercas puedes encontrar una imagen reconocible. Me interesa el efecto en la pintura, que la materia-pintura funcione como tal; que se vea que se está reflejando algo pictórico, que la representación es pictórica. Puede parecer fotográfica o no: tiene de fotografía porque, obviamente, me apoyo en ella, pero sobre todo que se vea que es pintura, que el trazo que hay es el de un pincel, que hay un trabajo sobre esa obra y que el espectador se de cuenta que el pintor pasó por varias etapas —es decir, que la pintura sea procesual— aunque se pueda realizar de forma rápida o por etapas. Que siempre se evidencia un proceso sobre la conciencia de esa representación.
Tienes una paleta amplia, pero no eres un pintor colorista.
Es que siento que el color forma parte de conocimientos establecidos. Por ejemplo, a los niños se les dice que el sol es amarillo, que el césped es verde y eso queda como parte del conocimiento. En mi etapa de adolescente hacía muchos deportes —sobre todo acuáticos— y empezaba por la mañana y me cogía el anochecer en el agua. Y esa agua cambiaba de color constantemente: lo mismo podía ser verde, que violeta, que azul, que amarilla y todo el paisaje se llenaba de esos tonos en la medida en que avanzaba el día. Sin querer ser muy colorista, trato de llevar a la obra eso que veía.
¿Proyectos?
Para este año tengo el interés de hacer dos exposiciones: una de pintura y otra de fotografía que será una continuidad de Boceto de bitácora que, a su vez, nació de mi tesis de grado titulada Bitácora inconclusa. Pienso retomar la idea de esa tesis para que no se quede solamente en San Alejandro y continuaré estudiando, profundamente, la historia de la marina en Cuba. La marina tiene mucha tela por donde cortar y es un tema que siento ha sido poco tratado en las últimas décadas y aún menos divulgado. Hay marinistas muy buenos que han tenido poca promoción, pero a la vez siento que las marianas se han diluido en algo bucólica que, quizás, puede ser válido también. En lo personal quiero ceñirme a la marina en la que todos vivimos. Es decir, ¿qué pasa con la persona que esta en la orilla con su marina? Muchos artistas centran su mirado en lo que el mar se llevó, sin embargo a mí lo que me interesa es qué me dejó el mar.
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