ribbon

Blanca Becerra

27 de enero de 2017

|

Una vez que terminamos de publicar en esta sección la gran mayoría de las epístolas que figuran en nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, que se vende en varias de las librerías del país, procedemos a incluir en De Ayer y de Siempre muchas de las notas biográficas publicadas al final de la obra. Ellas tienen como objetivo informar a los lectores quiénes son las personalidades citadas en las cartas.

 

20120427133359-blanquita.

 

Becerra Grela, Blanca (San Antonio de Vueltas, Las Villas, 1887-La Habana, 1985). A los cinco años de edad debutó en el poblado San Diego de los Baños, Pinar del Río, en el circo La Estrella, del cual era propietario su padre, Antonio Becerra, quien fue el primer maestro de actuación que tuvo. Allí participó en los sainetes La perla de las Antillas y Como son los hijos de Cuba.

A los quince años se presentó la carpa-teatro Edén, de Santiago de Cuba, donde triunfó en la zarzuela cubana La mulata María (L.: Federico Villoch / M.: Raimundo Valenzuela de León), y recibió clases de canto del maestro González, que mucho ayudó a la artista en el desarrollo de su magnífica voz de soprano. En esa urbe pasó en 1904 al teatro Oriente como miembro de la compañía de arte lírico del español Julio Ruiz, en la que debutó en la zarzuela El rey que rabió (L.: Vital Aza y Miguel Ramos Carrión / M.: Rupert Chapí). Al siguiente año contrajo matrimonio en la catedral santiaguera con Gustavo Carulla, empresario de prestigiosos artistas criollos.

Posteriormente se trasladó a La Habana con la Compañía de Bufos Cubanos, que dirigía su padre, y el 6 de junio de 1907 debutaron en el Martí con La mulata María y La pericona, de Ignacio Sarachaga, secundados por la orquesta del coliseo, bajo la batuta de Luis Casas Romero. Ante el éxito obtenido se presentaron después en parodias de distintas zarzuelas españolas. En medio de una difícil situación económica familiar, ya separada de su esposo, aceptó en 1912, no sin ciertas reservas, un contrato de la empresa del Alhambra, estigmatizado por considerársele un teatro para hombres solos. Pero, según declaró la Becerra en una entrevista publicada en el semanario Bohemia el 1ro de noviembre de 1957: «Después de las primeras actuaciones comprendí que, contrariamente a todo lo que yo suponía, aquel era un teatro como otro cualquiera. No había nada allí que ofendiera la moral de ninguna mujer. Sencillamente se presentaban obras de doble sentido. Quizás desmintiendo lo que la gente puede decirle al hablar del Alhambra, yo puedo asegurarle que las obras que se presentaban allí, hoy resultan infantiles. Sencillamente era la época que hacía aparecer la actuaciones como una cosa del otro mundo, porque en aquel tiempo enseñar un tobillo era pecado».

Blanca Becerra permaneció algo más de dos décadas en Alhambra y actuó en gran parte de las más notorias producciones llevadas a tal escenario, encarnando a la damita ingenua, la borracha, la gallega socarrona, la mulata soez, los distintos matices del personaje-tipo de la negrita (catedrática, conga y sentimental), la vedette de las revistas fastuosas y, sobre todo, la cantante que glorificó obras de Federico Villoch, Agustín Rodríguez, Jorge Anckermann y otros autores criollos. Grabó dúos con reconocidos colegas suyos de ese teatro (Regino López, Julito Díaz, Adolfo Otero y Dulce María Mola) para las firmas Columbia, Victor y Brunswick.

Con el colectivo alhambresco de Villoch actuó, además, en el Payret y el Nacional, entre otros coliseos de primera categoría. Tuvo una intensa participación en programas radiales, desde 1922, en la PWX y luego en Radio Lavín, RHC-Cadena Azul, CMQ. Una intervención quirúrgica afectó su voz de soprano y devino actriz genérica. Entre sus incursiones en el teatro dramático cabría subrayar las piezas Sombras del solar, de Juan Domínguez Arbelo (1938), y Sabanimar, de Paco Alfonso (1943), ambas presentadas en el Principal de la Comedia.

Tras el cierre del Alhambra, en 1935, pasó al Payret con una compañía encabezada por Sergio Acebal y Pepe del Campo. A principios del decenio de los cuarenta realizó una memorable creación de la Dolores Santa Cruz, en la zarzuela Cecilia Valdés, destacándose al interpretar el tango-congo «Po…po…po», el cual le propiciaría ovaciones al aún cantarlo octogenaria.

Aparte de su labor en Cuba, trabajó en Estados Unidos, México y España. En la cinematografía nacional su nombre quedó registrado en los créditos de las películas Manuel García, rey de los campos de Cuba (1940, Dir.: Jean Angelo) y Sed de amor (1945, Dir.: Francois Betancourt). El 30 de noviembre de 1957 se le tributó un gran homenaje en el teatro Blanquita con una puesta en escena de Cecilia Valdés. Al arribar a sus últimos años de vida, residió largo tiempo en la ciudad de Las Tunas y en su casa se inauguró el llamado Patio de la Trova, dedicado a peñas culturales.

Galería de Imágenes

Comentarios